Venezuela, un país que atraviesa lo que se considera la peor crisis humanitaria del hemisferio occidental, ahora enfrenta un tormento de otra magnitud: los mercados de alimentos de Caracas se están convirtiendo en pueblos fantasma.
En Guaicaipuro, cerca del centro de la ciudad, los largos pasillos de puestos se extienden interminablemente, casi sin compradores a la vista. En Quinta Crespo, los vendedores de comida llaman la atención de manera desesperada, gritando cada vez que alguien pasa. En el mercado de San Martín, al occidente de la ciudad, algunos puestos están cerrados, mientras que otros tienen tan poca comida que bien hubieran podido cerrar. Algunos tienen buenos suministros, pero los precios son tan altos que los posibles clientes simplemente pasarían de largo. Hay tan poca actividad que algunos vendedores ambulantes ni siquiera se inmutan, simplemente permanecen sentados jugando en sus teléfonos, sin expectativa alguna para el día.
Aunque pareciera que la economía de Venezuela finalmente podría haber tocado fondo, las señales de recuperación se comienzan a evidenciar después de décadas de una creciente brecha entre ricos y pobres que deja a millones en el país en vulnerabilidad extrema. Los mercados vacíos de Caracas son uno de los impactantes ejemplos de dicha brecha, por un acceso a alimentos frescos y asequibles cada vez más reducido.
Hay muchas causas tras la desenfrenada inflación en los precios de los alimentos en el país, pero el problema más grave ahora es la escasez de combustible que ha intensificado los problemas.
En Venezuela, país con las mayores reservas de petróleo, la escasez de combustible es tan aguda que ha paralizado la economía, forzando el cierre de fábricas y a la gente a hacer fila durante horas para llenar sus tanques. El endurecimiento de las sanciones de Estados Unidos asfixió los suministros que llegan del exterior, y ahora la falta de diésel afecta casi todos los aspectos de la cadena de suministro de alimentos.
Los agricultores no tienen suficiente combustible para usar la maquinaria que necesitan para plantar y cuidar los cultivos. Lo poco que se cultiva en la región andina occidental, el corazón de la producción, tiene que ser transportado en camiones unas 12 horas o más hasta la capital. El combustible es tan caro que los costos de transporte por sí solos elevan el precio de las verduras en un 200%, dijo Gerson Pabón, director de Fedeagro, una gran asociación de productores de alimentos.
Para cuando los envíos de espinacas o papas llegan a puestos como el de Roberto Fernández en el mercado Quinta Crespo, los precios son tan altos que sus clientes apenas pueden darse el lujo de comer.
“La gente solía comprar por kilo. Ahora, solo llevan dos, tres productos”, dijo Fernández, y agregó que sus ventas se han reducido a la mitad este año. “La caída del consumo está disfrazando la escasez”.
Una carga más que se suma es la dolarización ad hoc de la economía local. Si bien ha ayudado nominalmente a mantener la inflación bajo control, es de poco alivio para los más pobres del país, quienes tienen principalmente acceso al bolívar, que ha continuado su enorme espiral a la baja.
El Ministerio de Petróleo y el Ministerio para la Alimentación del país no respondieron a solicitudes de comentarios enviadas a través del Ministerio para la Comunicación y la Información.
Un kilo de tomates puede costar US$1.50; la papa y la zanahoria casi lo mismo, mientras que los pimentones pueden llegar a casi US$2. Es un costo extremadamente alto al considerar que un trabajador promedio gana alrededor de US$55.50 al mes, según un informe de febrero de la firma de análisis local Anova, patrocinado por el Banco Interamericano de Desarrollo. Mientras tanto, los jubilados, clientes comunes de los mercados de alimentos municipales, reciben una pensión mensual equivalente a menos de US$3.
Siete años de colapso económico han llevado a Venezuela por un triste camino de disfunción y desorden. El hambre es tan omnipresente en esta nación que alguna vez fue rica, que el país ha estado al borde de una hambruna en toda regla, advirtió el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. Las consecuencias del covid-19 probablemente han empujado el problema mucho más allá de los niveles de 2019, cuando alrededor de 9,3 millones de venezolanos no tenían suficiente para comer, según el grupo.
Hasta ahora, Caracas a menudo estaba protegida de lo peor de la crisis. Los mercados de la capital eran como pequeñas islas de alivio, que abastecían a los pobres y a la clase trabajadora con productos frescos, carne y lácteos. Ahora ese último santuario está desapareciendo en medio de una inflación de alimentos en espiral.
Hace poco, Marisol Méndez pasó una mañana de miércoles en el mercado de San Martín en busca de verduras. Con la dolarización de la economía durante el año pasado, su salario, una combinación entre dólares y bolívares, le alcanza cada vez menos en el mercado donde ha comprado durante 28 años. Solía comprar de a 2 kilos de tomates y papas cada vez. Ahora, con suerte llega a casa con medio kilo. Ese día, se fue con las manos vacías.
“Prácticamente dejé de comer carne, charcutería y lácteos. Compro muchos menos vegetales. Los vegetales son caros aquí”, dijo Méndez, de 60 años, gerente de una empresa distribuidora de alimentos que abastece algunos de los puestos del mercado.
En lugar de alimentos frescos, muchos caraqueños consumen una mezcla de carbohidratos y alimentos procesados para evitar el hambre.
“La dieta del venezolano es muy monótona”, dijo Marianella Herrera, nutricionista y profesora del Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central.
“Estamos creando un caldo de cultivo para enfermedades crónicas como la diabetes, las afecciones cardíacas, la obesidad relacionada con la pobreza y la inseguridad alimentaria, incluso algunos tipos de cáncer”.
Por supuesto, el panorama es diferente para los ricos, que a menudo ganan en dólares o reciben remesas de familiares en el extranjero. Los más ricos y conectados de la ciudad pueden ir a grandes tiendas de alimentos donde los estantes están llenos, y también encuentran formas de llenar sus tanques.
Pero para los pobres, la inflación de los alimentos golpea con fuerza. Solo en el mes de mayo, el costo de la comida repuntó 22%, mientras que los precios de las frutas y verduras aumentaron un 31%, según el grupo de investigación de Caracas Cenda. No obstante, incluso ese nivel de aceleración de precios es inferior a lo que se ha visto en el pasado. Un año antes, los costos de los alimentos habían aumentado casi 30%, mientras que en mayo de 2018 estaban 84% al alza frente al mes anterior.
En una reciente entrevista, Tareck El Aissami, ministro de Petróleo de Venezuela, dijo que las filas en las estaciones de servicio desaparecerán cuando la producción de crudo del país se cuadruplique hacia fin de año. Pero esa visión es tan optimista que pone a prueba toda credulidad, especialmente porque el país enfrenta algunas de las sanciones económicas más duras jamás impuestas.
La escasez de diésel significa que la producción de alimentos en la región andina ha caído un 85% este año, según Pabón, de Fedeagro. Los camiones que transportan lo que se produce normalmente se ven obligados a pagar el combustible en el mercado negro, donde suelen pagar US$3 por litro (US$11 el galón). Este costo se agiganta aún más si se saca la cuenta en bolívares.
“Los proveedores del mercado mayorista dicen que pagan el gasoil en dólares estadounidenses, por lo que nos cobran en dólares”, dijo Luisa Hidalgo, de 68 años, quien dirige un puesto de comida en el mercado de San Martín. Sus productos se han reducido y ahora vende principalmente plátanos y ají dulce. Pero podría ser peor.
“No recibimos muchos dólares en esta parte de la ciudad”, dijo. “Por eso mi vecino cerró. No podía reabastecerse”.