Para la mayoría de la gente, cuanto antes llegue una vacuna contra el coronavirus mejor, ya que será la única forma tolerable de lograr la inmunidad en masa. Por lo tanto, es alentador que más de 100 candidatos a medicamentos en 12 países estén en desarrollo, y ocho ya están iniciando la fase de ensayo clínico. Para acelerar el proceso, algunas personas se ofrecen voluntaria y heroicamente para exponerse a infecciones. Con suerte, algunos de nosotros podremos vacunarnos el próximo año.
No obstante, todavía existe el peligro de que la humanidad falle en su búsqueda por controlar el COVID-19. La culpa no sería necesariamente atribuible a la complejidad médica alrededor de la creación de una vacuna. También podría ser la política resultante en torno a la inoculación. Las peleas serán intensas, irracionales y a veces desagradables.
El primer problema es que, incluso después de confiar en que una vacuna en particular es efectiva y segura, no habrá suficiente para todos. Así que tendremos que decidir: ¿Quién debería recibir las vacunas primero? ¿Quién no recibirá vacuna? Estas preguntas surgirán entre países y al interior de cada uno de ellos.
Bajo el liderazgo adecuado, el mundo superaría estas dificultades con dignidad y sabiduría. Hace cuarenta años, por ejemplo, cuando el mundo se estremecía en medio de la Guerra Fría entre EE.UU. y la Unión Soviética, la humanidad logró unirse y erradicar la viruela.
Hoy, sin embargo, las probabilidades de un multilateralismo en temas de salud son malas. Una nueva guerra fría está en progreso entre EE.UU. y China, y un nacionalismo del estilo “mi país primero” está infectando cada vez a más países, incluidos varios de los que están trabajando en el desarrollo de vacunas.
Los países ricos intentarán superar a los pobres en la obtención de suministros de la vacuna. Y alguien como el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no necesariamente “compartirá” una valiosa y escasa vacuna inventada y fabricada en Estados Unidos con otros países. Funcionarios alemanes se indignaron a principios de este año después de informes, nunca confirmados, de que Trump intentó comprar CureVac, una compañía alemana que trabaja en el desarrollo de una vacuna, para obtener acceso exclusivo.
Los problemas éticos de triaje también serán un problema para la política interna. La mayoría de la gente estará de acuerdo en que los profesionales de la salud en primera línea reciban de primeras la vacuna. Pero, de allí en adelante, nada está claro. ¿Deberían las mujeres embarazadas tener prioridad? ¿Qué pasa con la tercera edad? Están en mayor peligro de morir si están infectados, pero responden mucho menos a las vacunas que las personas más jóvenes. Entonces, si la inmunidad masiva es el objetivo, inocular a la tercera edad podría no tener sentido.
Y se continúa con decisiones cada vez más cargadas. ¿Qué pasa con los “trabajadores esenciales” y quiénes son de todos modos? Los trabajadores migrantes y los presos viven en condiciones de hacinamiento. ¿Deberían saltar la fila? No menos importante, en estos tiempos del movimiento Black Lives Matter, está la pregunta de si el origen étnico debería en algunos casos otorgar prioridad. En Estados Unidos, las personas de raza negra y latina sufren desproporcionadamente el COVID-19. ¿Deberían recibir vacunas antes que los blancos?
Si estos dilemas son dinamita política, podrían terminar pareciendo triviales frente a lo que seguramente será el mayor enfrentamiento: racionalidad científica vs. teorías de conspiración. Al principio de la pandemia, había esperanzas de que las tonterías de los grupos antivacunas se volvieran insostenibles y su movimiento colapsara. En cambio, está en auge.
Los humanos siempre han desarrollado teorías de conspiración, especialmente en tiempos de calamidad. La ansiedad que conlleva la pérdida de control hace que las personas busquen explicaciones simples con argumentos convincentes y un culpable obvio. Como era de esperar, la epidemia del COVID-19 ha estado acompañada todo el tiempo por una “infodemia”.
Por ejemplo, un video de noticias falsas llamado “Plandemic”, que afirma que el nuevo coronavirus estaba siendo exagerado y que una vacuna mataría a millones, fue visto más de 7 millones de veces en YouTube antes de que fuera eliminado. Manifestantes desde Alemania hasta Estados Unidos han estado difundiendo extrañas fantasías de que Bill Gates, uno de los grandes filántropos del mundo, conspiró con las grandes farmacéuticas para diseñar el SARS-CoV-2 a fin de establecer una dictadura sanitaria mundial y que vigilaría el todo con microchips implantados debajo de la piel. No hay fin a las sandeces disponibles en internet.
Nada de esto es gracioso. Las teorías de conspiración ya han logrado que muchos se nieguen a recibir vacunas contra el sarampión, lo que compromete la inmunidad masiva ya lograda y causa nuevos brotes de esta mortalenfermedad. Lo mismo podría suceder cuando una vacuna contra el coronavirus esté disponible. El umbral para la inmunidad colectiva contra el COVID-19 se estima entre 55% y 82% de una población determinada. Pero solo cerca de 50% de los estadounidenses dicen que se vacunarían.
Entonces, el momento de tomar las riendas y educar sobre el coronavirus es ahora, antes de que llegue la vacuna. A nivel internacional, es probable que los países estén más abiertos a soluciones multilaterales antes de que quede claro quién desarrollará primero una vacuna. A nivel nacional, el debate sobre la prioridad tendrá más oportunidad de mantenerse científico antes de que las personas reclamen y lleguen a los golpes. Más que todo, educar a las personas para distinguir los hechos de las noticias falsas es efectivo solo antes de que se vean expuestas a las teorías de conspiración e infectadas por ellas. Tenemos que ganar la lucha contra la desinformación este año, o perder la lucha contra el COVID-19 en el 2021.