El fabricante de juguetes Eric Poses inventó un juego de cartas el año pasado llamado The Worst-Case Scenario (En el peor de los casos), una irónica referencia al impacto que tuvo el coronavirus COVID-19 en la vida de todos.
Y no tenía idea de lo que se venía.
En un giro que Poses jamás vislumbró, el mismo juego se vería afectado por las consecuencias de la pandemia: Un atraso en la cadena de suministros que generó todo tipo de demoras e hizo subir por las nubes los precios de los cargamentos.
Se suponía que Worst-Case Scenario llegaría a las tiendas de la cadena estadounidense Target a principios de junio. El cargamento, sin embargo, estuvo varado semanas en el puerto de Seattle y fue liberado recién a mediados de julio.
“Haces todo bien”, dijo Poses. “Lo produces a tiempo. Te entusiasmas con tu producto”. Hasta que se produce un desastre imposible de anticipar.
Igual que tantos importadores, Poses hace frente a una tormenta perfecta que entorpece la llegada de las importaciones: Los costos suben, los puertos están abrumados, hay escasez de barcos, trenes y camiones de carga. Y todo esto puede durar hasta entrado el 2022.
Ahora Poses reconsidera una decisión que tomó hace cinco años: trasladar su operación de Estados Unidos a China para abaratar costos. Al final de cuentas, tal vez sea mejor producir en la región, incluso en México, si no en Estados Unidos, para protegerse del riesgo que implica depender de fábricas del otro lado de un océano, en China.
“Estoy dispuesto a sacrificar un poco de ganancias”, expresó, “si eso reduce la ansiedad”.
Otras firmas estadounidenses piensan lo mismo: Un 52% de los ejecutivos de fábricas contactados por la firma Kearney dijeron que están comprando más partes en Estados Unidos en respuesta a la interrupción de los suministros derivada del COVID-19. Un 41% dijo específicamente que quería reducir su dependencia de China.
Las empresas temen asimismo quedar en medio del fuego cruzado de la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
La disputa comenzó cuando el presidente Donald Trump decidió aplicar tarifas a las importaciones chinas por valor de US$ 360,000 millones en respuesta a los esfuerzos de Beijing por hacer frente al dominio tecnológico estadounidense. El sucesor de Trump, Joe Biden, no muestra apuro alguno por buscar la paz.
Durante décadas, las empresas estadounidenses aumentaron sus ganancias trasladando sus operaciones a China y otros países donde se paga a los empleados menos que en Estados Unidos. También bajaron sus costos reduciendo al mínimo sus inventarios.
La dependencia de fábricas distantes, combinada con reservas limitadas, es muy riesgosa. Y en medio de la guerra comercial de Trump, los importadores comenzaron a buscar alternativas a las fábricas chinas. Esa búsqueda cobró urgencia con la llegada del COVID-19.
A medida que se disponían confinamientos y la gente se encerraba en sus casas, a partir de febrero y marzo del año pasado, las firmas redujeron sus inventarios y cancelaron pedidos. La economía se vino abajo. El derrumbe fue de un 31.2% anual entre abril y junio del 2020 en Estados Unidos.
Entonces, sucedió algo inesperado. “Lo que nadie previó es que, cuando envías a todos a casa, lo primero que hacen es ir de compras” a través de la internet, expresó Lewis Black, CEO de Almonty Industries, que extrae un metal poco común, tungsteno. “Por un lado, se acababan las reservas y se suspendía la producción, y por el otro, la gente gastaba como loca”.
Se reanudó el crecimiento en Estados Unidos, a un ritmo anual récord del 33.8% de julio a septiembre del 2020, para luego seguir manteniendo un crecimiento sostenido.
De repente, las compañías no daban abasto para satisfacer la demanda.
La combinación de una fuerte demanda con pocas existencias hizo que los precios de las materias primas se fuesen por las nubes.
El petróleo subió un 70% el año pasado, el aluminio un 55%. El Baltic Dry Index, que mide los costos de envíos, subió más de un 700% desde mediados de mayo del 2020.
Hacer llegar los productos a los barcos de carga resultaba complicado y caro. Y los puertos tenían problemas para procesar los cargamentos.
El consecuente derrumbe de la cadena de suministros paralizó muchos sectores.
Y las empresas que resistieron la tentación de trasladar sus operaciones afuera tienen ventaja ahora. No deben esperar que sus productos crucen el océano ni decidir hasta qué punto pasan al consumidor las tarifas a las importaciones que impuso Trump.
Make-A-Fort, una firma de Wichita, Kansas, que produce fortalezas de juguete fáciles de ensamblar, es una de las que decidieron no trasladar sus operaciones afuera. Kent Johnson, uno de sus fundadores, dijo que no le gustaba la idea de tener que esperar mucho tiempo para poner en marcha la operación, prefería tener más control sobre la calidad de sus productos y visitar con frecuencia las fábricas.
Además, quería generar empleos en Estados Unidos.
“Cuando empezamos estábamos en desventaja”, comentó. “Pero tuvimos suerte”.
Para quienes se instalaron en China, irse no será fácil. Los costos siguen siendo bajos y hay grupos de proveedores especializados que hacen que sea fácil conseguir partes cuando se las necesita.
De todos modos, numerosas firmas analizan la posibilidad de buscar alternativas más cerca de casa.
“Al margen del COVID, las cadenas de suministros ya venían sufriendo problemas”, manifestó Katy George, socia de la consultora McKinsey & Co.
Mursix Corp., que fabrica componentes metálicos para automóviles y el sector de la salud, hace frente a los altos costos del acero y embotellamientos en los suministros.
“Antes podíamos cargar algo en un barco y recibirlo en cinco a siete semanas”, señaló Andy Dieringer, director de la cadena de suministros de la firma con sede en Yorktown, Indiana. Ahora toma de nueve a 11 semanas recibir productos de China.
Por ello, la empresa analiza la posibilidad de buscar proveedores en México, de acuerdo con una de sus propietarias, Susan Murray Carlock. “Creo que podríamos establecernos allí el año que viene”, tal vez en el segundo trimestre del 2022.