Al cabo de diez años en China, Colin Chan decidió volver a Singapur, harto de la interminable cuarentena y de las estrictas restricciones sanitarias que impulsan a un creciente número de expatriados extranjeros a dejar el país.
Lo que incomoda a este hombre de 46 años, exempleado de una multinacional en Pekín, es la estrategia china de “COVID cero”, que pretende a toda costa evitar la aparición de nuevos casos.
Consiste en confinamientos localizados y en largas cuarentenas para los viajeros procedentes del extranjero y para las personas que han dado positivo al virus.
Estas medidas permitieron garantizar una vida casi normal en China desde el 2020 y de limitar a menos de 5,000 el número oficial de muertos por el COVID-19. Pero su carácter imprevisible, incluso arbitrario, irrita a muchos habitantes.
Cuando Colin Chan llegó a Shanghái a fines de febrero tras un viaje a Singapur, hizo una cuarentena de tres semanas en el hotel - procedimiento normal para cualquier llegada a territorio chino.
Pero una vez en Pekín, su ciudad de residencia, las autoridades sanitarias le impusieron dos semanas suplementarias en su domicilio... con una alarma instalada en su puerta para desechar en él la idea de cualquier salida.
Fue la gota que colmó el vaso para Colin Chan: “Tenemos la impresión de que las restricciones cambian permanentemente”, declara Chan, que abandonó definitivamente China en abril.
Al menos 10%
No es el único en quejarse. Según un sondeo hecho en marzo por la Cámara de comercio de Estados Unidos en China, más del 80% de las empresas interrogadas afirman que la política sanitaria mermó su capacidad para atraer o retener a sus empleados extranjeros.
Un tercio de esas sociedades dicen haber perdido al menos al 10% de su personal extranjero desde el inicio de la pandemia.
La hemorragia puede ser muy importante en Shanghái, donde sus 25 millones de habitantes padecen un estricto confinamiento en sus domicilios desde principios de abril, lo que genera mucha exasperación.
Shanghái tiene unos 164,000 extranjeros, según un censo publicado en el 2021. Algunos piensan ya en irse.
Un británico, residente desde hace mucho tiempo en esta ciudad, declara su deseo de volver a su país, harto del último confinamiento, señal según él de una política sanitaria que se “vuelve demente”
“El COVID cero es ahora como una especie de religión”, declara este hombre, que requiere el anonimato.
“Poco importa si al final el COVID no es especialmente grave. Es como si de todas formas tuvieran que llegar al nivel cero”.
“Désastre total”
El “COVID cero”, con sus vuelos internacionales reducidos, sus visados otorgados a cuentagotas y sus cuarentenas a las llegadas, complica la contratación de trabajadores extranjeros por parte de las empresas.
La Cámara de comercio de la Unión europea en China dirigió recientemente una carta al gobierno chino, cuestionando el aislamiento de personas positivas.
“El coste social y económico (de estas medidas) es cada vez más importante”, subraya el correo, consultado por la AFP.
“Ello tiene además repercusiones lamentables para la imagen de China en el resto del mundo”, agrega el texto.
Para China, el “COVID cero” ha permitido evitar innumerables muertos por el COVID-19, y los consecuentes problemas para los servicios de hospitales.
Pero al cabo de más de dos años, esta estrategia irrita cada vez más tanto a chinos como a extranjeros.
El confinamiento de Shanghái es un “desastre total”, estima Rory Grimes, un británico de 40 años que vive desde hace nueve en China, donde trabaja en la educación.
Al ser declarado positivo al COVID-19, fue colocado en un centro de cuarentena.
“No tengo la impresión de que se nos quiera realmente curar. No hay ningún material médico aquí. Se trata más de llenar estadísticas que de respetar la más mínima de las lógicas”, agrega.