El patrón que sigue el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, es ya familiar: hace una afirmación sorprendente en Twitter o improvisada. Y ahí comienzan los quebraderos de cabeza. ¿Lo decía en serio? ¿Estaba tratando de distraer la atención de otras noticias negativas?
Sus aliados se encogen de hombros y hacen caso omiso de sus declaraciones. Algunos suelen afirmar que no las han leído o escuchado.
La indiferencia se instala entre la población, hasta el punto de que incluso los detractores más acérrimos de Trump tienen dificultades para canalizar esa indignación.
Pero la semana pasada, el presidente ofreció una declaración que destacó, incluso entre muchos que han defendido su presidencia.
Con su popularidad mermada y envuelto en una serie de crisis, Trump dejó caer en Twitter la posibilidad de demorar las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, una sugerencia más acorde con los autócratas que tratan de anular la capacidad de voto de la población que con el líder de la primera democracia del mundo.
Era un tuit que importaba y que no podía ser ignorado, incluso por los republicanos que llevaban mucho tiempo dejándole hacer.
Era importante porque equivalía a un flagrante ataque contra los fundamentos de la democracia estadounidense, la noción de que un país que ha celebrado elecciones libres y justas en el transcurso de guerras, pandemias y de la Gran Depresión, no podría hacerlo ahora cuando es la carrera política de Trump la que está en juego.
“La mayoría de los presidentes se han inclinado mucho en la otra dirección, aun cuando los tiempos eran más difíciles que ahora”, dijo William Galston, experto en estudios de gobierno en Brookings Institution.
De hecho, Abraham Lincoln presionó para que se realizaran los comicios de 1864, en plena Guerra Civil y en un momento en que sus perspectivas de victoria parecían escasas, aunque finalmente se benefició en parte de facilitar el voto a los soldados en el frente. En 1944 también se celebraron los comicios a tiempo, y Franklin D. Roosevelt ganó en medio de la Segunda Guerra Mundial.
Pero Trump no parece tener el mismo apego a las bases de la democracia estadounidense que sus predecesores. Ha puesto reiteradamente bajo presión a instituciones nacionales, motivó una investigación por obstrucción a la justicia del fiscal especial Robert Mueller y un juicio político en su contra ante la Cámara de Representantes por buscar la ayuda de un gobierno extranjero para obtener información perjudicial sobre Joe Biden, quien ahora será su rival por el Partido Demócrata en noviembre.
En el 2020, Trump ha fijado su atención de forma agresiva en el proceso electoral que determinará su futuro político. Ha hecho denuncias reiteradas e infundadas de fraude, especialmente relacionadas con el aumento del voto por correo que se prevé ante los temores de seguridad por la pandemia del coronavirus.
Además, se ha negado a decir si acatará el resultado de los comicios, señalando es demasiado pronto para dar garantías firmes.
Trump realizó declaraciones similares como candidato en el 2016 y también flirteó con teorías conspirativas sobre fraude electoral cuando era un ciudadano de a pie.
Sin embargo, los demócratas y muchos expertos electorales temen que Trump pueda emplear el poder de su cargo para influir en el resultado de la votación o en la capacidad de los estadounidenses para votar, especialmente si piensa que podría sufrir una derrota.
El presidente pareció validar esos miedos esta semana. Tuiteó que la “Votación universal por correo”, algo que no se ha propuesto, llevaría a la “elección más IMPRECISA Y FRAUDULENTA de la historia”.
“¿¿¿Demorar las elecciones hasta que la gente pueda votar de forma adecuada y segura???”, escribió.
Trump amplió sus ataques electorales más tarde en ese día, señalando que no quería seguir adelante con el proceso a menos que los resultados se conozcan en el mismo día. Debido al esperado incremento del voto por correo, que tarda más en contarse, es probable que los resultados se demoren varios días, especialmente si hay poca diferencia entre Trump y Biden.
A menos de 100 días para los comicios, tanto las encuestas nacionales como las de los estados en disputa muestran a Trump por detrás de Biden y perdiendo el apoyo de los estadounidenses por su gestión de la pandemia y de otros asuntos importantes.
En realidad, Trump no tiene la capacidad para demorar los comicios por su cuenta. Un cambio de fecha necesitaría la aprobación del Congreso, algo que algunos legisladores republicanos ya dejaron claro que no respaldarían.
“Nunca en la historia del país, durante guerras y depresiones y la Guerra Civil, no hemos celebrado una elección federal a tiempo, y encontraremos una forma para hacerlo de nuevo este 3 de noviembre”, afirmó el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, un aliado incondicional de Trump.
En el mejor de los casos, según algunos observadores, los ataques de Trump contra el proceso electoral son simplemente una forma de explicar una posible derrota en las urnas.
“El escenario esperanzador es que Trump está simplemente sentando las bases para una campaña de ‘perdedor dolido’ después en la que no usará mecanismos legales para desafiar las elecciones, sino que se contará a sí mismo y a sus partidarios que le robaron y se convertirá en una especie de irritación permanente en el sistema político”, apuntó Galston.
Sin embargo, muchos demócratas presentaron el tuit de Trump como una advertencia y una señal de lo que podría estar dispuesto a hacer si su derrota parece probable en noviembre.
“Esto debe ser un llamado de atención”, dijo Biden, cuya campaña ha reunido a un equipo de 600 abogados y observadores para proteger la integridad del proceso electoral en todos los estados. Lo ocurrido al otro lado del mundo puede ser una advertencia.
Un día después de que Trump sugirió la posible demora, el gobierno de Hong Kong anunció que retrasará las elecciones de setiembre por un año. El gobierno culpó de la demora a la pandemia del coronavirus, pero la medida ha sido vista como una forma de frenar a los políticos prodemocracia que buscan ganar terreno a Pekín. La Casa Blanca condenó esa decisión.