La narrativa de un aterrizaje suave para Estados Unidos supone que una serie de datos reconfortantes de inflación durante el verano, tanto a nivel de consumidores como de productores, abra la puerta aún más para que la Reserva Federal declare el próximo mes el final de uno de los mayores ciclos de ajuste de política monetaria en décadas.
Con eso, la economía evitaría una recesión, las tasas de interés caerían de manera ordenada, las acciones aumentarían sus ya impresionantes ganancias y las exposiciones corporativas altamente apalancadas se normalizarían metódicamente.
Los datos de inflación de julio que acapararon los titulares del jueves respaldan esta tranquilizadora historia para la economía y los mercados. Este es el caso tanto a nivel general, como de los componentes individuales clave del índice de precios al consumidor, incluidos los servicios básicos. Con eso, los operadores se han apresurado a reducir la probabilidad implícita de un aumento de tasas de la Fed en septiembre por debajo del 10% y a elevar la probabilidad de que los recortes de tasas comiencen solo unos meses después.
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Ciertamente, hay mucho que resaltar del último informe del IPC. Sin embargo, también es necesario tener más cuidado al simplemente extrapolar su trayectoria dada la evolución de los precios que se avecina.
De acuerdo con las previsiones de consenso, el IPC aumentó en julio un 0.2% tanto a nivel general como básico. Esto llevó las medidas anualizadas de inflación a 3.2% y 4.7%, respectivamente. Apoyó la noción de que el proceso desinflacionario está bien anclado, que se avecinan más noticias favorables y que esto permitirá a la Fed abstenerse de aumentar las tasas en septiembre y posicionarse para recortes a principios del próximo año, si no antes.
La calificación a esta narrativa favorable proviene de lo que ha venido ocurriendo recientemente en los productos básicos, lo cual también amerita seguimiento. De no revertirse el notable aumento de los precios de la energía y de ciertos alimentos en los últimos meses, es solo cuestión de tiempo para que los efectos de traspaso se sientan en los precios de un conjunto más amplio de bienes y servicios. En el mejor de los casos, esto moderaría lo que ha sido un fuerte efecto desinflacionario del sector de bienes en su conjunto. En el peor de los casos, daría lugar a un repunte prematuro de la inflación de bienes que frustra la tan esperada desinflación en el sector de servicios.
Si esto se materializa, y esa sigue siendo una gran pregunta, la reconfortante narrativa de la Fed tendría que sortear dos posibles complicaciones. En primer lugar, ¿cómo declara una Reserva Federal excesivamente dependiente de los datos el fin del ciclo de aumento de precios cuando se enfrenta a un repunte de la inflación en desarrollo? En segundo lugar, y más fundamental, ¿cómo debería evaluar la Fed las ventajas y desventajas para la economía derivadas del riesgo de ejercer demasiada presión hacia su objetivo de inflación del 2%?
La conclusión es simple. Las cifras favorables del IPC de julio, si bien son muy bien acogidas, no deberían conducir todavía a una simple extrapolación lineal de lo que se avecina. La economía, los mercados y la Reserva Federal aún necesitan navegar por lo que ya está en camino del puñado de elementos que, hace más de dos años, dieron píe al episodio inflacionario actual.
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