Por Shannon O’Neil
Desde el 2017, más de un millón de centroamericanos han logrado llegar a la frontera suroccidente de Estados Unidos, provocando una represión desarticulada pero brutal por parte del Gobierno del presidente Donald Trump.
Aunque la combinación entre controles fronterizos más estrictos y el coronavirus ha reducido estos flujos, se reactivarán cuando levanten las cuarentenas por COVID-19.
Sin embargo, es probable que esta vez los mexicanos se unan al éxodo. Las tensiones resultantes podrían desestabilizar una de las relaciones bilaterales más estrechamente entrelazadas del mundo, poniendo en peligro la cooperación en todo, desde antinarcóticos hasta derechos sobre el agua y la prosperidad que se ha consolidado gracias a estos lazos en ambos lados de la frontera.
La migración mexicana hacia EE.UU. alcanzó su punto máximo a fines del siglo pasado. A finales de la década de 1990 y principios de la década de 2000, cientos de miles de mexicanos se iban al norte cada año, muchos evadiendo guardias fronterizos en el camino.
Se dispersaron por todo el país, atraídos por enclaves en California, Texas, Illinois y Arizona, pero también llegaron a lugares más nuevos como Colorado, Florida, Georgia e Idaho.
Además, muchos pasaron de trabajos de temporada en campos a ocupaciones más permanentes durante todo el año en el cuidado de niños, paisajismo, hotelería y servicios automotriz.
A mediados de la década del 2000, el éxodo se ralentizó. Durante los últimos 15 años, más mexicanos han salido de EE.UU. de lo que han llegado cada año. Este cambio refleja el progreso económico en México, el fin del auge financiero y la crisis de los años ochenta y noventa. La intensificación de la vigilancia y los controles en la frontera de EE.UU. también ha desalentado la migración circular, y los trabajadores rara vez regresan a casa durante los meses entre las temporadas de siembra.
Una mejor escolarización también ha ayudado. El número de años de educación se ha casi duplicado desde 1990 y el mexicano promedio de 16 años está en clase, no trabajando. No hay que olvidar los cambios demográficos; a partir de la década de 1980, las familias mexicanas comenzarona tener menos hijos y ahora el promedio es de dos por hogar. En comparación con la década de 1990, cada año menos mexicanos salen a buscar trabajo apenas cumplen los 18 años, ya sea en casa o en EE.UU.
No obstante, en lugar de mexicanos ha llegado una ola creciente de centroamericanos, impulsados por la pobreza, la violencia y las devastadoras sequías resultado del cambio climático. La mayoría han sido mujeres y niños, atraídos también por la presencia de familiares, amigos y lazos económicos en EE.UU.
La administración Trump ha hecho grandes esfuerzos para detenerlos. Cambió las reglas de asilo, intentando descalificar a aquellos que huyen de pandillas o violencia doméstica, limitando el derecho de solicitud a aquellos que llegan a los cruces fronterizos oficiales y, de lo contrario, dificultando la búsqueda de protección. Las familias que sí ingresaron al sistema estadounidense a menudo fueron sometidas a condiciones de vida inhumanas, con niños separados de sus padres y encerrados en espacios que parecen jaulas.
EE.UU. presionó fuertemente a Gobiernos centroamericanos para evitar que estos posibles migrantes se fueran. Bajo tensión, México también accedió a retener a decenas de miles de centroamericanos durante meses o más mientras esperaban para ser escuchadas en los tribunales de inmigración de EE.UU.
El número de migrantes centroamericanos sí bajó. A principios del 2020, los flujos cayeron casi a la mitad en comparación con el año anterior. Con las restricciones por COVID-19, los movimientos casi cesaron en abril y mayo. Sin embargo, las razones que empujan a las familias a irse no han cambiado. De hecho, la pandemia las está empeorando, y no solo en Centroamérica, en México también.
El mayor factor que impulsa el resurgimiento de mexicanos en el norte es la desesperación económica; se estima que la economía de México se contraerá en más de 10% este año. Incluso antes de la pandemia, tanto la inversión pública como la privada habían caído a mínimos históricos.
Desde entonces, más de 12 millones de mexicanos han perdido sus medios de vida, ya que el Gobierno está haciendo poco para mantener a las empresas en marcha o preservar los empleos.
Por otra parte, además de las consecuencias de las políticas económicas equivocadas del presidente Andrés Manuel López Obrador, su reversión de las reformas educativas ha hecho que sea menos importante y probable que los estudiantes permanezcan en la escuela. E incluso los que sí continúen tendrán menos probabilidades de aprender las habilidades necesarias en la economía mexicana del siglo XXI.
El aumento de la violencia también está sacando a cientos de miles de mexicanos de sus hogares y comunidades. El año pasado los homicidios superaron los 34,000. La primera mitad del 2020 ha tenido aún más muertes.
A medida que estos factores incitan a los mexicanos a irse, los lazos económicos y familiares los halan hacia el norte. Los mexicanos representan la mayor población migrante en EE.UU. (la mayoría está aquí legalmente). Incluso en una economía estadounidense débil, estos conciudadanos pueden ofrecer un contacto, un lugar inicial donde quedarse y una pista de algún trabajo para futuros migrantes aspirantes.
Si el pasado sirve de guía, muchos más mexicanos se dirigirán al norte. Las cifras ya están aumentando; desde enero, más mexicanos que centroamericanos han sido detenidos en la frontera.
Los métodos de la administración Trump para desalentar a los centroamericanos no funcionarán con México. López Obrador y su Guardia Nacional no pueden detener a los ciudadanos que tienen el derecho constitucional de abandonar su país.
Es menos probable que los migrantes mexicanos sean solicitantes de asilo (aunque muchos huyen de una terrible violencia), por lo que los cambios normativos no los disuadirán. Y los mexicanos también tienen más probabilidades de lograr llegar a EE.UU.; la proximidad de la nación significa que aquellos que han sido deportados pueden probar suerte nuevamente.
Un aumento de la migración podría ser un punto de inflexión para los reglamentos y la política de EE.UU. En términos de política exterior, podría acabar con la afabilidad entre López Obrador y Trump, a medida que la migración se convierte en un tema decisivo de la campaña electoral.
Hasta ahora, el presidente de México ha ignorado o soportado los desaires de EE.UU., pero un ataque frontal a sus ciudadanos sería más difícil debido a su larga (y popular) defensa de los migrantes mexicanos.
Para la carrera presidencial de EE.UU., un aumento en la migración mexicana movilizaría a ambos lados. Sería munición antiinmigración que Trump podría usar para alimentar a su base electoral. Pero sus diatribas también podrían motivar a más de las decenas de millones de mexicoestadounidenses —cansados de las desproporciones dirigidas por asociación— a votar.
Dado que los latinos representan 13% del electorado, los demócratas podrían beneficiarse.
La parte más difícil vendrá más adelante. Quien gane en noviembre no tendrá las herramientas políticas para gestionar esta migración de manera efectiva o humana. Las leyes obsoletas y un sistema de inmigración ya tenso ofrecen pocos recursos, y la polarización política hace que sea más difícil solucionarlos. La migración mexicana podría convertirse fácilmente en la primera gran crisis de la nueva administración.