Por Noah Smith
La gran mayoría de los estadounidenses que salieron a las calles del país durante la semana pasada han sido manifestantes pacíficos. Su causa –denunciar la brutalidad policial y expresar su indignación por el brutal asesinato por parte de policías de un hombre negro de Minneapolis, George Floyd– es justa, y cuenta con el amplio apoyo de la ciudadanía. Las protestas han generado un fuerte aumento en el apoyo al movimiento Black Lives Matter y una creciente conciencia del racismo que aún afecta a Estados Unidos.
Pero algunos de los manifestantes se volvieron violentos, saquearon tiendas en varias de las principales ciudades e incluso prendieron fuego a edificios. Si bien un pequeño número de ellos corresponde a extremistas de derecha o izquierda que intentan provocar disturbios civiles, es probable que gran parte de este violento grupo esté compuesto solamente por jóvenes descontentos. ¿Qué los lleva a destrozar las ciudades que los rodean?
Un factor obvio es la pandemia de coronavirus que ha mantenido a la mayoría de las personas encerradas en sus hogares durante las últimas 10 semanas. Una combinación de miedo al virus y medidas de confinamiento ha provocado estragos en los patrones de vida cotidiana desde mediados de marzo. No solo ha sido imposible gozar de placeres simples, como cenar una noche en un restaurante, sino que el constante confinamiento y la falta de interacción social han tenido un costo emocional. Y los macabros informes de cifras de muerte cada vez mayores, junto con el miedo al virus propiamente tal, se sumaron a este aislamiento para generar un gran estrés psicológico. Las encuestas muestran que los jóvenes se vieron particularmente afectados:
Ese estrés tuvo que haber sido uno de los factores que llevó a algunos jóvenes a realizar saqueos y provocar incendios intencionales.
Y no son solo el coronavirus y el confinamiento los que amenazan a los jóvenes; es la devastación económica que ya han soportado y que con certeza continuará. El desempleo juvenil es incluso mayor que en el punto álgido de la última recesión:
Por ahora, los ingresos están siendo sustentados por el seguro de desempleo y otros programas de ayuda del Gobierno. Pero la pérdida de esos empleos, y la enorme incertidumbre sobre qué industrias podrían prosperar tras la pandemia, significa que el futuro económico de los jóvenes es ahora una nebulosa. Eso sin duda generará aún más estrés y frustración.
Pero ese pesar económico se suma a una serie de cambios económicos que se arrastran hace décadas y que han hecho la vida más difícil y con menos certezas para los jóvenes estadounidenses. Como han documentado el economista Raj Chetty y otros, una combinación de creciente desigualdad y decreciente expansión significa que los adultos jóvenes tienen menos probabilidades que nunca de llegar a ganar más que sus padres:
La movilidad social descendente indudablemente genera una sensación de desesperación e impotencia entre muchos. Y los ingresos son solo una de las formas en que los jóvenes luchan por que les vaya tan bien como a sus padres; también enfrentan más dificultades para generar patrimonio.
Una de las razones se debe a los enormes préstamos estudiantiles en los que muchos jóvenes han debido incurrir para pagar la universidad y tener una oportunidad de una buena carrera. Una combinación de deudas que aumentan e ingresos que se estancan ha hecho que estos préstamos tarden cada vez más en pagarse, siendo una carga para muchas personas de entre 20, 30 y hasta 40 años, atándolos a trabajos que no les gustan, impidiéndoles comenzar sus propios negocios y haciéndoles temer aún más al desempleo.
Una segunda razón es que muchos jóvenes han sido excluidos del mercado inmobiliario. Altos precios, bajos ingresos y deudas estudiantiles cada vez mayores han reducido las tasas de propietarios de viviendas entre la generación milenial, un tradicional camino hacia el patrimonio de clase media.
Estos factores se han combinado para hacer de los mileniales la primera generación de posguerra en ser menos rica que la generación anterior. A una edad promedio de 35 años, los baby boomers poseían 20% de la riqueza de la nación; en cambio, incluso antes de que llegara el coronavirus, los mileniales estaban en camino de poseer, tal vez, solo 5%.
Estos factores económicos no fueron la causa de las protestas; la brutalidad policial lo fue. Pero es posible que al menos algunos de los jóvenes que se dedicaron a saquear no lo hubieran hecho si hubieran tenido una mayor participación financiera en el sistema. Encuestas y estudios psicológicos a saqueadores generalmente han revelado que el resentimiento económico juega un papel importante. Para algunos jóvenes, un escaparate reluciente representa un sueño fuera de su alcance: artículos caros que no pueden pagar y que solo están disponibles para aquellos que tienen trabajos a los que ellos no pueden acceder. En la era del coronavirus, esos trabajos y bienes de consumo están aún más fuera de su alcance.
Para garantizar que futuros episodios de protestas no den lugar a saqueos, EE.UU. debe tener un control policial menos brutal y más efectivo. Pero su economía y sistema social también deben darles a los jóvenes estadounidenses alguna razón por la que les interese mantener el sistema intacto. Los subsidios del Gobierno pueden alentar a las empresas a contratar a más jóvenes y facilitarles la compra de viviendas e ir a la universidad a bajo precio. Muchas menos personas se arriesgarán a romper el escaparate de una tienda si eso les hace arriesgar un trabajo y sus ahorros..