Cuando las monjas de la Abadía de Maredret, en Bélgica, se vieron en la necesidad de tener que reunir fondos para unas obras de renovación muy necesarias, recurrieron a una ocupación que durante cientos de años había sido exclusiva de los monjes: la elaboración de cerveza.
Esta comunidad benedictina de 20 miembros, fundada en 1893, decidió hace unos cinco años que había llegado el momento de asociarse con una cervecera para producir una cerveza impregnada de su historia y sus valores, al mismo tiempo que ayudaban a reparar los tejados con goteras y las paredes agrietadas de su convento.
Tras casi tres años de colaboración con el cervecero e importador John Martin, en verano salió a la venta Maredret Altus, una cerveza ámbar de 6.8% con clavo de olor y bayas de enebro, y Maredret Triplus, una rubia de 8% que incorpora cilantro y salvia.
“Es buena para la salud. Ayuda a la digestión. A todas las hermanas les gusta la cerveza, al fin y al cabo estamos en Bélgica”, dice la hermana Gertrude, y añade que las monjas se permiten una botella cada domingo.
Las cervezas se basan en la espelta, un grano mencionado en los textos de Santa Hildegarda, una abadesa benedictina alemana del siglo XI que ha inspirado a la orden belga, junto con las plantas que se cultivan habitualmente en el jardín de las monjas.
Edward Martin, jefe de destilación y bisnieto del fundador de la cervecera, afirma que la producción actual es de 300,000 botellas al año y que aumentará a unos 3 millones en un par de años. Fuera de Bélgica, ya se vende en Italia y España.
Las cervezas de abadía, que implican el pago de derechos por parte de la cervecera a cambio de utilizar su nombre, son habituales en Bélgica, pero hasta ahora sólo lo eran con aquellas que albergan monjes.
La Abadía de Maredret está a sólo un kilómetro de su homóloga masculina, la Abadía de Maredsous, cuya cerveza, fabricada por Duvel, está muy extendida.