El devastador impacto del COVID-19 en el transporte aéreo ha tenido, al menos, el resultado positivo de acelerar la investigación para convertir a los aviones en burbujas sanitarias, con rayos ultravioletas, desinfectantes o tratamientos térmicos.
Ante el hundimiento del tráfico aéreo y el miedo a que los pasajeros se muestren reacios a subirse a un avión durante un tiempo debido a la propagación del virus, Boeing y Airbus pusieron en marcha rápidamente células de crisis.
El objetivo número 1 de ambos grupos era ganarse la “confianza” del pasajero, pese a que el repunte del virus continúe lastrando fuertemente al sector, que anticipa una caída del tráfico aéreo de más de la mitad en el 2020 respecto al año anterior.
La mayoría de las compañías reforzaron las operaciones de limpieza y desinfección de los aviones y algunas descontaminan regularmente las cabinas con un virucida, que permanece activo durante varios días. Su asociación, la IATA, asegura que el riesgo de contraer el virus a bordo es extremadamente baja.
Boing, que lanzó el programa “Confident travel initiative” (Iniciativa para la confianza en los viajes), acaba de presentar un sistema de rayos ultravioletas que permiten desinfectar la cabina, la cabina del piloto, los baños y las cocinas, en teoría en un cuarto de hora, entre dos vuelos. Espera poder comercializarlo este año.
Límites temporales
El procedimiento responde sobre todo al “límite temporal” que garantiza una rotación rápida del avión, comentó Kevin Callahan, técnico encargado del programa de rayos ultravioletas en Boeing.
Además de esta técnica de neutralización del virus, las dos compañías están estudiando otras, como la aspersión en forma de nube de productos químicos, la utilización de revestimientos especiales, agua oxigenada en estado gaseoso, desinfección térmica aumentando la temperatura de la cabina a los 60 ºC o, incluso, la ionización del aire.
Así como los atentados del 11 de setiembre del 2001 impulsaron una actualización de las normas de seguridad en el sector de la aviación, la crisis del COVID-19 podría jugar el mismo papel pero en el ámbito sanitario.
A pesar de que los criterios de seguridad sanitaria en los aviones sean ya “muy altos”, esta crisis podría dar lugar a un nuevo estándar, apuntó Jean-Brice Dumont, vicepresidente ejecutivo de ingeniería en Airbus.
Se están probando varias técnicas al mismo tiempo porque las limitaciones son múltiples: peligrosidad para el operador o para el pasajero, que todos los países del mundo acepten el método, el tiempo de aplicación entre dos vuelos, los riesgos de que se deterioren las superficies...
Por ejemplo, la técnica de descontaminación térmica fue bien recibida por el constructor europeo, pero lleva demasiado tiempo aplicarla.
“Otra dimensión es psicológica”, subrayó Bruno Fargeon, que dirige el programa “Keep trust in air travel” (mantén la confianza en el transporte aéreo) de Airbus.
La toallita, el arma suprema
“Cuanto más controlamos, mejor”, explicó. Así, el pasajero se sentirá más tranquilo si puede limpiar él mismo, con una toallita desinfectante, los elementos con los que estará en contacto.
Las epidemias de SRAS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) en el 2002-2003 y de Ébola ya hicieron que se reforzaran las reglas de seguridad sanitaria. El sistema de ventilación de las cabinas se optimizó tras la epidemia del SRAS. El aire que circula se filtra y renueva completamente cada dos o tres minutos.
Más recientemente, la proliferación de chinches, un insecto muy viajero, llevó a la puesta a punto de un procedimiento de desinfección muy exhaustivo en las cabinas. Pero es bastante difícil de ejecutar, pues requiere que se retiren algunos elementos.
Otra pista que se está explorando para expulsar a los virus o a las bacterias de las cabinas es el uso de revestimientos especiales para neutralizarlos.
Además, el “sin contacto”, que ya se emplea en los grifos y distribuidores de jabón, se está utilizando cada vez más en los aeropuertos para el registro y el embarque, y constituye también una táctica para frenar la transmisión del virus.
“Buscamos el método más óptimo porque todos tienen efectos secundarios. Cualquier método tiene sus puntos fuertes y débiles”, advirtió Dumont.