Con cerca de 18,000 muertos y más de 270,000 casos confirmados por COVID-19, Brasil, epicentro de la enfermedad en América Latina, se ha convertido en un vecino incómodo para los diez países con los que comparte frontera.
Pese al silencio de las Cancillerías, ya han surgido críticas en los países colindantes ante la actitud pasiva del Gobierno de Jair Bolsonaro que desde el principio ha restado importancia al coronavirus y que no ha atajado una pandemia cuyo primer caso latinoamericano se dio el 26 de febrero en Sao Paulo.
“Es un vecino incómodo pero sobre todo por la actitud de Bolsonaro. Nosotros en Paraguay cerramos muy pronto las fronteras y fue una medida acertada”, declara el político paraguayo y escritor Carlos Mateo Balmelli, que destaca que su país es uno de los más exitosos en la lucha contra la pandemia del SARS-CoV-2.
Perdiendo amigos
Brasil, tercer país del mundo con más casos después de Estados Unidos y Rusia, está perdiendo aliados a medida que aumentan los contagios. Esta misma semana, el presidente Donald Trump dijo que se plantea vetar la entrada a su país a los brasileños que ingresan por los aeropuertos de Orlando y Fort Lauderdale.
El mandatario explicó que “la mayoría” de los viajeros desde Brasil y Latinoamérica “llegan a Florida” y afirmó: “no quiero que venga gente (contagiada) e infecte a nuestra gente”.
Con Argentina, vecino y socio más cercano, también hay enfriamiento. Unas declaraciones de su presidente Alberto Fernández que, de forma velada, decía que Brasil era un mal ejemplo en la lucha contra el coronavirus, levantó una airada declaración de Bolsonaro que afirmó que el país “camina al socialismo” y tiene miles de muertos menos que Brasil por la diferencia en la cantidad de habitantes.
Según los datos, el factor poblacional es en parte determinante. “Una de las razones es la población de Brasil - 210 millones de personas- pero, en segundo grado, es la irresponsabilidad que ha demostrado Bolsonaro frente a la pandemia, una respuesta sin rigor científico que ha restado importancia al COVID-19”, señala José Bayardi, analista internacional, exministro y médico uruguayo que denuncia esta actitud “irresponsable” que agrava la situación.
Desde primeros de mayo, Uruguay aumentó el control sanitario en las fronteras al ver con “preocupación” la aparición de casos del lado brasileño en localidades limítrofes, confirmó el secretario de la Presidencia, Alvaro Delgado.
“Tenemos seis localidades de frontera, son binacionales, son fronteras de tráfico fácil”, añade Bayardi que aprecia el esfuerzo de la autoridad regional brasileña de Río Grande do Sur frente al Gobierno federal de Brasilia.
La vida en la frontera
Otro aliado, Colombia, decidió incrementar la presencia militar a lo largo de la frontera con Brasil, a medida que aumentan las infecciones y muertes en el Amazonas, uno de los departamentos colombianos más afectados, con el objeto de frenar casos importados.
La capital de este departamento, Leticia, comparte frontera -una carretera polvorienta y ruidosa- con la ciudad brasileña de Tabatinga, que cuenta ya con 525 casos y 47 óbitos, liderando así el escalafón nacional de mayor número de muertos por cada 100,000 habitantes.
Perú
“Contrariamente a lo que se ha visto en Colombia, protegiendo Leticia, en Perú no ha habido declaración oficial de ningún tipo. En las redes y entre analistas hay muchas críticas a Bolsonaro e, incluso, miedo por lo que está pasando en Brasil”, destaca el analista político peruano Francisco Belaúnde.
Perú, con 32 millones de habitantes, es el segundo país más afectado en Latinoamérica con cerca de 100,000 casos, solo por detrás de Brasil, y ha mantenido una política diametralmente opuesta al gigante suramericano.
“Empezamos bien, añade Belaúnde, fuimos el primer país de la región en decretar la cuarentena y se anunciaron importantes medidas económicas. Sin embargo, se han detectado errores, contradicciones y discrepancias”.
Quizá por ello, “pese a la preocupación que representa Brasil, el riesgo, no ha habido ningún comentario desde el Gobierno”.
Más al norte de Brasil, otro vecino, Venezuela anunció un nuevo toque de queda en tres municipios limítrofes con Colombia y Brasil ante un repunte de casos del COVID-19, un aumento que el país vincula al retorno de venezolanos en medio de la pandemia.
En este campo, el Gobierno de Brasil se adelantó al desplazar al comienzo de la crisis sanitaria a tropas militares hasta Pacaraima, en el estado de Rorima (norte) y fronterizo con Venezuela para evitar el retorno de migrantes venezolanos.
Hasta el viernes pasado, Pacaraima contabilizaba 75 casos confirmados, un aumento de 36.3% en una semana, mientras que en Bonfim, también en Roraima y que limita con Guayana, el avance del virus en el mismo período fue de 76.4% hasta los treinta contagios, según fuentes sanitarias.
Líneas porosas
La presencia militar puede frenar el intercambio social pero no hay que olvidar que Brasil cuenta con un total de 16,885 kilómetros de línea fronteriza, lo que lo sitúa en el tercer lugar de países con fronteras internacionales terrestres más largas, después de China y Rusia.
Controlar estas dimensiones continentales y con ríos como el Amazonas que suponen vías fluviales de comunicación que no atienden a mapas políticos, es un trabajo complicado en unas comunidades acostumbradas.
“Tenemos frontera seca y eso puede suponer que se produzcan actividades ilícitas que no han parado con la pandemia, cruzar de un lado a otro es muy fácil. En Paraguay estamos controlando pero Brasil debe poner de su parte”, señala Balmelli, que advierte sobre el desplome económico en la región derivado de la pandemia.
De igual manera, Bayardi subraya el difícil panorama económico que se avecina, sobre todo en una región sin organizaciones regionales de peso que atenúen el golpe.
“Los gobiernos de derecha o ultraderecha desactivaron los organismos internacionales construidos durante 15 años y eso dificulta sobre manera la coordinación que es imprescindible en la actualidad”.
Mientas las cifras de contagio al alza van en paralelo a los datos económicos a la baja, la región contiene la respiración en cada movimiento en el Palacio de Planalto, sede del Gobierno federal brasileño.
Este mismo miércoles, el Ministerio de Salud de Brasil autorizó el uso de cloroquina e hidroxicloroquina, dos medicinas sin eficacia demostrada, para el tratamiento de pacientes con COVID-19.
Esta decisión, defendida por Bolsonaro, provocó la renuncia el viernes pasado del ministro de Salud, Nelson Teich, segundo titular sanitario que ha dimitido en el país en el último mes.