Analistas e inversionistas suelen exagerar las singularidades de sus épocas. La historia enumera al menos cuatro “lunes negros” –reflejos del “Jueves Negro” que desencadenó el crash de Wall Street en 1929, que fue el anuncio de la Gran Depresión–, aunque las ediciones de 1987 y el 2015 rápidamente demostraron ser insustanciales. Muchos otros días que en su momento fueron rociados con pintura oscura han sido olvidados.
El periodo de 25 años que culminó el 2007 se ve tan aburrido, en retrospectiva, que es ha sido llamado la “Gran Moderación”. La consiguiente crisis financiera sacudió a los mercados, pero pronto se reanudó la tendencia de shocks ruidosos pero transitorios –¿recuerdan la corrida de inversionistas en mercados emergentes del 2013?–.
Este año ha habido abundancia de giros provocadores de retorcijones estomacales. Desde enero, el índice tecnológico Nasdaq ha descendido casi 30%. Justo cuando los inversionistas comenzaban a preocuparse por la inflación, Rusia invadió Ucrania, provocando una disparada de precios de commodities y poniendo más presión sobre los bancos centrales para elevar las tasas de interés. China, en tanto, está estrangulando su economía con su política de cero covid.
¿Cuán inusual es la actual agitación? A fin de cuantificar su singularidad, este columnista ha examinado tres tipos de mediciones de incertidumbre relacionada con el mercado: volatilidad esperada del precio de activos, divergencia en proyecciones económicas y la imprevisibilidad de la política económica, según los medios. Los test señalan que realmente estamos viviendo tiempos atípicos.
Empecemos por los vaivenes en los precios de activos. En los últimos 30 días, el índice S&P 500 ha sido tres veces más volátil de lo que era antes de la pandemia. Y los inversionistas siguen inquietos. El índice de volatilidad (VIX) –que captura el apetito de los inversionistas por asegurarse contra variaciones futuras de precios de acciones– ha planeado en alrededor de 25 puntos desde el 2020, cerca de ocho puntos por encima de su promedio de la década del 2010.
Esto no es inusitado; desde los años 90, una variedad de crisis, desde la guerra del Golfo al crash de las dotcom, mantuvo el VIX cerca de 25 puntos durante meses. La histeria en el mercado de bonos sí es más inusual. La volatilidad estimada en opciones de Merrill Lynch (MOVE) es un indicador de temor en inversionistas de bonos. Se encuentra en niveles no vistos desde marzo del 2020, cuando la propagación del covid-19 causó pánico en los mercados, aunque todavía es más bajo que durante la crisis financiera de 2007-2009.
Un MOVE elevado refleja el torpe viraje en la política de los bancos centrales. El 4 de mayo, el presidente de la Reserva Federal (Fed), Jerome Powell, dio a entender que la entidad no estaba considerando subir sus tasas de interés en 0.75 puntos porcentuales, pero seis semanas después hizo exactamente eso. Se ha vuelto difícil interpretar lo que dicen los banqueros centrales por un motivo: los oráculos macroeconómicos de los que en parte dependen, que es nuestro segundo indicador, están excepcionalmente dispersos.
Una medición de las discrepancias entre pronosticadores profesionales de crecimiento económico realizada por la oficina de la Fed en Filadelfia está cerca del triple de su nivel típico de la década del 2010; ha estado por encima de dos puntos porcentuales durante nueve trimestres consecutivos, algo que ocurrió anteriormente entre 1979 y 1981, cuando la inflación era de dos dígitos.
Nuestra tercera medición de incertidumbre –la que surge de la inescrutable perspectiva de la política económica– indica con mayor claridad los cambios duraderos. Un índice desarrollado por Scott Baker, de la escuela de negocios Kellogg, y colegas, rastrea la frecuencia de artículos de publicaciones globales que incluyen palabras preocupantes, como “regulatorio”, “económico” e “incertidumbre”. Esto sugiere que la imprevisibilidad de la política económica ha estado aumentando desde la crisis financiera y hoy está mucho más alta que a fines de los 90, cuando el índice comenzó a calcularse.
El que nuestros indicadores estén en nivel de alarma al mismo tiempo señala un aumento constante de la incertidumbre, y podría ser difícil reducirla. Asimismo, la polarización política, que tiende a volver errática la política económica, es alimentada por la alta inflación. Todo esto significa que se dificulta hacer proyecciones económicas, entorpeciendo la vida de los bancos centrales y asustando a los inversionistas.
La persistente incertidumbre significa un costo de capital más elevado y menos seguros asequibles contra shocks. Todo esto tiende a mermar la inversión privada, lo cual perjudica el crecimiento del PBI y los retornos de títulos de renta variable. Ha habido muchos días oscuros para el índice Nasdaq durante este año: ya ha registrado 32 retrocesos diarios de más de 2% desde enero. En esta oportunidad, su ingreso al calendario de la fatalidad parece merecido.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022