A simple vista, Estados Unidos presenta el mejor argumento de prosperidad frente a Europa. Su PBI per cápita es casi US$ 70,000. Los únicos países del Viejo Continente que lo superan son Luxemburgo, Suiza, Noruega e Irlanda –donde las cifras están distorsionadas debido a la transferencia contable de ganancias corporativas–. En Alemania, la potencia económica de Europa, el PBI per cápita es US$ 58,000 (ajustado por la paridad del poder adquisitivo), al nivel de Vermont pero muy por debajo de Nueva York (US$ 93,000) y California (US$ 86,000).
Las comparaciones son incluso menos halagadoras para otros países europeos, como Reino Unido y Francia, cuyos ingresos per cápita son iguales que el Misisipi (US$ 42,000), el estado más pobre de Estados Unidos. No obstante, estos números ocultan mucho. Para entenderlo, tomemos en cuenta cómo se calculan. El gasto es deflactado por algún indicador de precios, a fin de que sean precisas las comparaciones de los montos adquiridos en bienes y servicios.
Para manufacturas, es un cálculo sencillo: el monto que los estadounidenses gastan en electrodomésticos, dividido por un índice de su costo, brinda una cifra bastante precisa del consumo total. Para servicios, es más complicado elaborar un deflactor razonable. Y esto importa porque es aquí donde está el mayor contraste.
El gasto en salud, vivienda y finanzas representa alrededor de la mitad de la diferencia en consumo entre Estados Unidos y las grandes economías europeas. El 2019, los estadounidenses consumieron US$ 12,000 per cápita en servicios de salud; los alemanes, solo US$ 7,000. La dificultad de elaborar un deflactor razonable es, en parte, conceptual.
¿Qué se está pagando cuando se compra cuidado de la salud? ¿Es una unidad de “servicios de salud” el costo de un tratamiento específico o el costo de la salud? Los índices de precios internacionales calculan el precio por tratamiento (de manera un tanto insatisfactoria), pero estos difieren sustancialmente entre países.
La OCDE estima que un reemplazo de cadera en Noruega cuesta siete veces más que en Letonia y Lituania. En cualquier caso, aunque los precios estadounidenses son más altos que los europeos, la brecha no es tan amplia como para explicar la diferencia en el consumo de servicios de salud: los estadounidenses reciben muchos más tratamientos médicos.
Simon Kuznets, economista y estadístico ganador del premio Nobel, planteó que las estimaciones del PBI debían excluir todo lo que una “filosofía social ilustrada” considere daños en lugar de beneficios. Para él, figuraban armas, publicidad, buena parte de las finanzas y todo lo necesario para “superar las dificultades que son costos implícitos en nuestra civilización económica”.
Muchos europeos propondrían que esta categoría incluye el gasto estadounidense en salud. La esperanza de vida en Estados Unidos es cinco años más baja que en Italia; se gasta mucho en mitigar el daño causado por los altos niveles de violencia, accidentes de tránsito y obesidad. Si finanzas, salud, administración pública y defensa se excluyen del cálculo, la brecha entre Estados Unidos y Alemania de PBI por hora trabajada cae de US$ 11 a US$ 4.
Gran parte de la brecha restante es contabilizado como “servicios de vivienda”, una categoría de consumo también plagada de dificultades conceptuales. Las comparaciones internacionales se basan en el costo por metro cuadrado, lo que favorece a Estados Unidos pues está menos poblado y los alquileres son generalmente baratos.
Los retornos del gasto en salud en Estados Unidos son decrecientes, pero categorizarlo todo como un costo adicional sería un error. Por ejemplo, la tasa de supervivencia al cáncer es más alta que en Europa. El cuidado de la salud puede considerarse un bien de lujo en el que un país rico podría optar por gastar más. Entretanto, el bajo gasto militar en Europa solamente es posible gracias a la ayuda estadounidense y la seguridad que proporciona.
Estados Unidos tiene otras ventajas. La combinación de mayor productividad y que los trabajadores laboren más tiempo permite a los estadounidenses disfrutar de mayores cantidades de aparatos electrónicos, autos, muebles y ropa. Las únicas categorías en las que alemanes y franceses consumen más son educación, gasto en el exterior y alimentos y bebidas, lo que indica que hay algo de cierto en los estereotipos de la cultura cosmopolita europea y la fascinación estadounidense por los bienes de consumo.
Aunque pueden existir argumentos a favor de Europa, no hay manera de fragmentar los datos para hacer que sus grandes economías sean más ricas que Estados Unidos. Hasta en las categorías en las que Europa consume más que Estados Unidos, las economías del Viejo Continente no están adelante por mucho. Quizás la verdadera lección de la comparación es que ninguno debería sentirse satisfecho: los europeos deberían estar descontentos con sus bajos ingresos y los estadounidenses deberían obtener mucho más con su riqueza.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2022