La urgencia de vacunarse contra el covid-19 crece día a día. Dos nuevas variantes del virus se están expandiendo en todo el mundo, que aunque no parecen ser más mortíferas, son mucho más contagiosas y, por tanto, amenazan con sobrecargar los hospitales. La salvación depende de la rápida inmunización.
Sin embargo, las vacunas escasearán mientras que los decesos se acumulan, junto con la sensación de que la protección está fuera de alcance para miles de millones de personas. Conocer los detalles podría salvar cientos de miles de vidas. De lo contrario, se destruirá la confianza de la población en sus gobiernos, en los beneficios de la salud pública y en la capacidad del mundo para trabajar en equipo.
En el caso de gobiernos, las acusaciones ya comenzaron. Aunque Israel había inoculado al 16% de su población, al 5 de enero, Francia solo vacunó al 0.01% y Países Bajos recién empezaba. En España, Madrid había usado el 6% de las ampolletas que recibió y Asturias, el 80%. En Estados Unidos, al 7 de enero, el Gobierno había distribuido 17.3 millones de dosis, muy por debajo de su meta, pero solo 5.3 millones de personas habían sido inyectadas.
Parte de la explicación es estructural. Un país pequeño como Israel puede transportar una vacuna ultrafría sin estropearla. Además, su sistema de salud está digitalizado, así que los pacientes pueden ser fácilmente identificados y contactados. Estados Unidos es grande y federal, y su sistema de salud es fragmentado. Pero la incompetencia también ha jugado un papel: aunque los países tuvieron meses para prepararse, han desperdiciado tiempo y cometido errores.
Considerando las vidas en riesgo y los millones de millones de dólares perdidos por la economía mundial durante los confinamientos, los gobiernos tienen que ser creativos. Abrir centros de vacunación nocturnos, capacitar en la inoculación a estudiantes médicos, veterinarios, laboratoristas, dentistas y médicos jubilados. Aprender de otros: en 1947, la ciudad de Nueva York vacunó a 5 millones contra la viruela en dos semanas.
Con respecto a salud pública, cuando la logística mejore, el factor limitante será la disponibilidad de la vacuna. Pfizer, Moderna y AstraZeneca podrían proveer poco más de 5,000 millones de dosis este año, suficientes para 2,500 millones de personas. Se necesita más, incluidos más de 1,000 millones de dosis de dos vacunas chinas y de la rusa. Ambos países las han ofrecido ampliamente, en parte como ofensiva diplomática.
Pero para realizar su potencial, necesitan ser autorizadas por un regulador autónomo de otro país o por la OMS. Si los países se saltan la autorización, como hizo Argentina con la vacuna rusa, muy pocos confiarán en las vacunas. Si la autorización carece de pruebas adecuadas, como ocurrió con una hecha en India, la vacunación en general se desacreditará.
Una forma de “estirar” las existencias es administrar más primeras dosis y posponer las segundas, como lo harán Dinamarca y Reino Unido. Los críticos dicen que la vacuna podría ser menos eficaz y que el virus podría adquirir resistencia ante gente parcialmente protegida. Los defensores dicen que la inmunología indica que la gente con una sola dosis retendrá mucha protección contra el virus. Para zanjar la disputa, habrá que realizar ensayos.
Y la vacunación es un test de si el mundo puede trabajar en conjunto para enfrentar amenazas comunes. Países en desarrollo han albergado ensayos clínicos y algunos, como Sudáfrica, también fabrican vacunas para multinacionales, y deben beneficiarse. La modelización indica que una distribución óptima de la vacuna podría salvar 1.5 veces más vidas que enfocar su suministro en países ricos. Si se acorta la pandemia, se impulsará la economía mundial.
Muchos países ricos hicieron pedidos en exceso porque no sabían cuáles funcionarían. La de Pfizer y, en menor medida, la de Moderna, requieren un almacenaje ultrafrío que muchos países de ingresos medios y bajos no tienen. Según esa lógica, países como Canadá, que ha comprado cinco dosis por canadiense, deberían liberar las que toleran temperaturas más altas y son menos caras, como la de AstraZeneca, apenas puedan.
Y deben hacerlo vía Covax, mecanismo para distribuir equitativamente la vacuna que espera asignar casi 2,000 millones de dosis este año. Debe ser una prioridad asegurarse que disponga del dinero para comprarlas y que encuentre la manera de repartirlas según las necesidades, que varían en cada país. Una disputa global por vacunas que haga ineficaz el trabajo de Covax generaría muertes evitables.
Los meses venideros serán duros. Mientras la vacuna escasee, la inoculación será objeto de conflicto e incertidumbre. Si es percibida como caótica o inequitativa, será considerada como otro ejemplo de que las élites pasan por alto a la población. Si el mundo avanzado la monopoliza, los países terminarán enfrentados. Y la gente perderá de vista de cómo, apenas a un año del brote, 30 países han comenzado a vacunar contra el virus. A pesar de todo, es algo alentador.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2021