Los mercados emergentes han criticado durante mucho tiempo la flexibilización cuantitativa (QE). Cuando la Reserva Federal de Estados Unidos comenzó su tercera ronda de compras de activos en el 2012, Guido Mantega, entonces ministro de Finanzas de Brasil, la acusó de comenzar una “guerra de divisas”.
En el 2013, Raghuram Rajan, el entonces principal asesor económico del Gobierno de la India, expresó su descontento a la manera de Winston Churchill: “Nunca en el campo de la política económica se ha gastado tanto, con tan poca evidencia, por tan pocos”.
En respuesta a la pandemia del Covid-19, se está gastando mucho nuevamente. Pero no por tan pocos. Los bancos centrales de Estados Unidos, la zona del euro, Gran Bretaña y Japón están listos para comprar activos por un valor combinado de US$ 6 billones este año, según Fitch, una agencia de calificación, tres veces más de lo que compraron en el 2013, el pico anterior.
Y los mercados emergentes ya no se quejan en un segundo plano. Las autoridades monetarias de Chile, Colombia, Costa Rica, Croacia, Hungría, Indonesia, Polonia, Rumania, Sudáfrica y Turquía han preparado o comenzado la compra de bonos de diversos tipos.
Y otras más lo están contemplando. Incluso en Brasil, el Congreso aprobó lo que llama la ley del “presupuesto de guerra”, enmendando la constitución para dar al banco central más libertad para comprar bonos del gobierno y otros activos durante esta crisis.
La escala de compras en mercados emergentes es pequeña hasta ahora en comparación con los apetitos Churchillianos de los bancos centrales en el mundo rico. Bank Indonesia, que ya posee alrededor del 15% de los bonos públicos transables, puede terminar aumentando significativamente sus tenencias.
El Banco Nacional de Polonia podría terminar poseyendo bonos por un valor de alrededor del 8.7% del PBI, según el banco UBS, si compra toda la deuda adicional requerida para financiar el plan de estímulo del país. Pero ningún otro banco central está preparado para comprar bonos por valor de más del 5% del PBI, calcula UBS. En comparación, la Reserva Federal ya tenía bonos del Tesoro equivalentes a alrededor del 10% del PBI a principios del 2020, y se espera que duplique aproximadamente ese porcentaje en el transcurso del año.
Sin embargo, a los críticos les preocupa que la QE sea más peligrosa y menos necesario en los mercados emergentes que en otros lugares. Pone en peligro la independencia ganada con tanto esfuerzo de las autoridades monetarias que han luchado en el pasado para mantener distancia de los políticos que gastan mucho.
Por ejemplo, los límites constitucionales de Brasil al banco central reflejan su historia de hiperinflación, cuando los gobiernos recurrieron a la imprenta para financiar su populismo. Y aunque la inflación ahora está firmemente bajo control en la mayoría de los grandes mercados emergentes (a excepción de Argentina, Nigeria y Turquía), muchos de estos países aún se preocupan de que la indisciplina monetaria pueda conducir a desestabilizaciones en su moneda.
Seguramente, QE también es menos necesario en el mundo emergente. En Chile y Perú, las tasas de interés de referencia ya alcanzaron su nivel más bajo posible. Pero en la mayoría de sus pares, los bancos centrales todavía tienen espacio para flexibilizar la política monetaria por medios convencionales. En Indonesia y Sudáfrica, por ejemplo, la tasa de interés de política aún supera el 4%.
¿Por qué entonces los bancos centrales perseveran en ello? Creen que sus compras de bonos tienen un propósito distinto. No son una forma poco convencional de reducir los costos de endeudamiento ni una forma ilícita de financiar al gobierno. El objetivo, en cambio, es estabilizar los mercados financieros.
En Brasil, el presidente del banco central dice que sus compras de bonos se parecerán a la intervención cambiaria. No intentará fijar los rendimientos de los bonos más de lo que fija el real. Pero intentará suavizar los saltos. El Banco de la Reserva de Sudáfrica dice que sus compras no están destinadas a “estimular la demanda”, sino a garantizar un “mercado que funcione sin problemas”.
En algunos sectores, QE sigue siendo un término contaminado, asociado con el mercantilismo, como arma en una guerra de divisas, o con aventurerismo monetario. Pero el estigma se está desvaneciendo. De hecho, algunos bancos centrales ahora dicen que están haciendo QE incluso cuando no lo están haciendo.
El Banco de Corea, por ejemplo, ha resuelto comprar cantidades ilimitadas de bonos de instituciones financieras que prometen recomprarlos después de tres meses. Estas operaciones de “repo” equivalen a préstamos garantizados, no a compras directas. Pocos economistas los describirían como QE. Pero lejos de resistirse al término, el Banco de Corea lo ha aceptado (“No sería un error decir que comenzamos la flexibilización cuantitativa”, señaló un funcionario). Nunca en el campo de la banca central muchos se han preocupado tan poco por comprar tanto.