Casi nadie sabe que la primera esposa de Neil Armstrong -de la que se divorció en 1994- se llamaba Janet. En el hogar de los Armstrong, como en el de los Glenn, Aldrin, Collins, Lovell, Haise, Grissom o Chaffee, las mujeres de los primeros astronautas soportaban todo el peso de la familia y del hogar, esperando -mientras criaban o consolaban a sus hijos- a un proyecto de héroes televisivos que se hacían famosos en medio mundo. Algunos jamás regresaron a casa después del trabajo.
Como las esposas de los mineros esperaban al pie del montacargas a que sus maridos regresaran de un pozo negro, las de los viajeros espaciales permanecían pacientes, apoyando la aventura de sus esposos, con la vista puesta en el cielo oscuro que todos querían conquistar. Cuestión de profundidad o de altura.
Damien Chazelle, director de El primer hombre, se ha basado en el libro First Man: The Life of Neil A. Armstrong, de James R. Hansen, y en varios documentales, para ofrecer una visión cinematográfica inédita del primer hombre que caminó sobre la Luna. Para Chazelle "el mayor reto fue hablar de un hombre que guardaba celosamente su duelo y que mantenía un gran distanciamiento con su familia. Eso fue más desafiante que entender la física".
De Armstrong, que murió en el 2012 a los 82 años, se ha dicho que era un hombre amable pero huraño, celoso de su intimidad, y que aborrecía ser el centro de atención. Si la historia en imágenes que refleja Chazelle es verídica, el primer héroe de la carrera espacial quedó marcado por la muerte de su hija pequeña por culpa de un tumor cerebral.
La película comienza en los años difíciles de la enfermedad de la niña y que resultaban esperanzadores por el progreso profesional de Armstrong, un ingeniero brillante y piloto audaz que se abría camino entre los selectos aspirantes a convertirse en el primer hombre en pisar la Luna.
Desde esta perspectiva podría decirse que Neil Armstrong tenía el mejor trabajo del mundo, aunque nunca logró encontrar el equilibrio entre todas las piezas (la vida personal, la social, la curiosidad intelectual, el ámbito emocional, el familiar o el laboral). Es cierto que el astronauta pionero fue siempre un defensor apasionado de la aviación y de la exploración, y que jamás perdió el entusiasmo que desde niño sentía por ambas.
Pero esto era sólo trabajo, y quizá puso demasiado énfasis únicamente en ello. Si hay desequilibrio, todo se viene abajo, porque ser verdaderamente feliz es disfrutar y hacer disfrutar a quienes tenemos alrededor. Y en esta carrera personal el primer hombre nunca estuvo satisfecho. Tampoco su mujer, o sus hijos.
La imagen personal y familiar de Armstrong que refleja Chazelle es la de un padre y esposo frío que escatima cualquier muestra de comunicación y afecto. Nos recuerda que fiar todo al trabajo (aunque sea el mejor del mundo) puede convertirse en una pesadilla, porque no existe la actividad, ni el puesto, ni el jefe, ni la empresa perfecta. Ni la NASA, ni la Luna.
Diario Expansión de España
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