Ningún artículo es más esencial en los comedores mexicanos que la tortilla de maíz. Pero la burbuja inflacionaria que envuelve a Latinoamérica y al resto del mundo hace que personas como Alicia García, una limpiadora en un restaurante en Ciudad de México, hayan tenido que reducir su consumo.
Hace meses, García, de 67 años, compraba varios kilos de tortilla para llevar a casa todos los días. Ahora, su salario no le alcanza para tanto y se limita a un kilo (2.2 libras).
“Aquí todo ha subido”, le dijo a The Associated Press parada afuera de la tortillería. “Yo, que trabajo con el salario mínimo, ¿cómo me va alcanzar?”.
Así como la inflación no se limita a las tortillas, cuyos precios en la capital del país se han disparado en un tercio en el último año, los predicamentos no se limitan a México. El mayor aumento de precios en Latinoamérica en una generación ha provocado que muchos productos de fuerte consumo local se vuelvan difíciles de adquirir. Las personas de a pie se enfrentan a una vida diaria que se ha convertido en una lucha más dolorosa, y sin un respiro a la vista.
Los países ya habían empezado a tener precios más elevados por los cuellos de botella en las cadenas de suministro a causa de la pandemia de covid-19 y los programas de estímulo gubernamentales. Luego, la invasión de Rusia a Ucrania a finales de febrero provocó que se dispararan los precios de fertilizantes, lo que afecta el costo de productos agrícolas, incluido el maíz. También subieron los precios del combustible a nivel mundial, lo que elevó el costo de transportar los artículos.
En Chile, la inflación anual era de 10.5% en abril, la primera vez en 28 años que el índice alcanza las dos cifras. La tasa de Colombia alcanzó el 9.2%, su nivel más alto en dos décadas. En Argentina, cuyos consumidores han lidiado con una inflación de dos dígitos durante años, el aumento de precios alcanza el 58% actualmente, el más alto en tres décadas.
En Buenos Aires, en donde se consume mucha carne de res, algunas familias han comenzado a buscar alternativas.
Marcelo Gandulfo, un guardia de seguridad de 56 años, dijo que nunca antes había comprado cerdo, pero que ahora lo hace cada semana. Es más barato, señaló, mientras salía de una carnicería en Almagro, un vecindario de clase media.
El año pasado, el argentino promedio consumió menos de 50 kilogramos de carne de res por primera vez desde que se empezó a llevar registro del dato en 1958, según el Instituto de la Promoción de la Carne Vacuna Argentina. En los últimos meses, los precios han subido mucho más de lo normal, dijo Daniel Candia, un carnicero de 36 años.
Ha estado en este negocio por 16 años, y esta es la primera vez que ve algo así, añadió.
Latinoamérica en conjunto sufre de un “repentino aumento en los precios de productos de primera necesidad”, dijo el presidente del Banco Mundial, David Malpass, durante una conferencia en línea del jueves. Señaló que los precios de energía, alimentos y fertilizantes suben a un ritmo no visto en muchos años.
En todo el mundo, los bancos centrales aumentan las tasas de interés para intentar contener la inflación. El banco central de Brasil ha emprendido uno de los ciclos de aumento de tasas más agresivos del mundo luego de que la inflación llegó al 12%, su ritmo más rápido desde 2003. Además de los factores que avivan la inflación regional, los productos agrícolas de Brasil se han encarecido por la sequía y las heladas. El precio de los tomates, por ejemplo, aumentó a más del doble en el último año.
Aumentar las tasas de interés es la principal herramienta de los gobiernos para luchar contra la inflación, pero aumentarlas conlleva el riesgo de debilitar una economía al grado de causar una recesión. El año pasado, el Banco Mundial estimó que la economía regional creció 6.9% al recuperarse de la recesión provocada por la pandemia. Este año, dijo Malpass, se prevé que sólo subirá 2.3%.
“No es suficiente para lograr avances en la reducción de pobreza o descontento social”, agregó.
Los medios brasileños informan a sus lectores con qué alimentos pueden sustituir algunos productos acostumbrados para ayudar a estirar el presupuesto familiar. Pero ciertos artículos, como el café, son irremplazables, sobre todo en la nación que produce más de este producto que cualquier otra en el mundo.
El café molido se ha encarecido tanto que el robo en tiendas ha comenzado a enfocarse en él, dijo Leticia Batista, una cajera en un supermercado en Sao Paulo.
“Me rompe el corazón, pero a muchos les he dicho que me regresen el polvo”, dijo Batista en el lujoso vecindario de Pinheiros.
En su propio vecindario más humilde, dijo, el costo del café “es un gran problema”.
En el lado más lujoso del espectro del café, Marcelo Ferrara, un ingeniero de 57 años, disfrutaba un espresso diario en su panadería local. El precio se ha disparado 33% desde enero, a 8 reales (US$ 1.60). Así que redujo su consumo a dos por semana.
“Simplemente no puedo costear tantos de estos”, dijo Ferrara mientras tomaba uno.
Han pasado décadas desde que los países de la región sufrían de forma simultánea un fuerte golpe de la inflación. Actualmente, una diferencia clave es que las economías mundiales están mucho más interconectadas, dijo Alberto Ramos, titular de investigación macroeconómica en Latinoamérica de Goldman Sachs.
“Las tasas de interés tendrán que subir; si no, la inflación se desbocará y el problema empeorará aún más”, dijo Ramos. “Los gobiernos no pueden tener miedo de usar las tasas. Es un remedio comprobado para bajar la inflación”.
Pero hasta el momento, las tasas más elevadas no dan muchas esperanzas de que la inflación disminuya significativamente a corto plazo. El mes pasado, el Fondo Monetario Internacional pronosticó que la inflación promedio en la región, sin incluir a Venezuela, bajará a 10% para finales de año. No está muy por debajo de la tasa del 11.6% registrada a finales de 2021, y sigue siendo más del doble que el 4.4% que se calcula para las economías avanzadas, según las Perspectivas de la Economía Mundial del FMI.
“Pasarán al menos un par de años de relativamente severas políticas monetarias para lidiar con esto”, señaló Ramos.
Eso significa que, por el momento, apretarse el cinturón y prescindir de algunos alimentos básicos probablemente se convierta en la nueva norma para los miembros más pobres de la sociedad en una región notoriamente desigual. Más de una cuarta parte de la población de Latinoamérica vive en pobreza — que se define como vivir con menos de US$ 5.50 al día — y se prevé que esa cifra no cambie este año, según un estudio del Banco Mundial publicado el mes pasado.
Sara Fragosa, un ama de casa de 63 años de Ciudad de México, no ocultó su enojo por el aumento de precios durante una entrevista en un puesto de mercado.
“Entre más pobres, más amolados (golpeados), y los ricos van arriba”, dijo Fragosa, quien reemplazó su compra regular de carne con quinoa y avena.
“Uno no estaba acostumbrado a eso”, agregó, “pero no queda de otra”.