Por David Fickling
¡Cómo han caído los poderosos! Petrobras, que alguna vez fue la favorita de la bolsa de valores de Brasil, y durante un corto tiempo valió tanto como una quinta parte de todo el mercado a principios del 2009. Ahora languidece. En lo que va del año, sus acciones han retrocedido 16% a pesar de un repunte generalizado para los productores de crudo, y lo peor está por venir.
Joaquim Silva e Luna, exministro general y de Defensa del presidente Jair Bolsonaro, fue nombrado miembro de la junta directiva de Petrobras y se espera que sea nombrado director ejecutivo, dijeron el lunes personas con conocimiento del voto interno a Peter Millard y Vinicius Andrade de Bloomberg News.
Eso pondría punto final a una lucha de dos meses para colocar a un leal a Bolsonaro en el puesto más alto de la petrolera, luego de que un enfrentamiento por la política de precios del combustible obligara la salida de su predecesor, Roberto Castello Branco, y provocara que las acciones perdieran aproximadamente una cuarta parte de su valor en tres días.
El contraste con la otra superpotencia de recursos de Brasil resulta revelador. La semana pasada, las acciones del gigante del mineral de hierro, Vale SA, alcanzaron un récord después de que esta anunció un plan de recompra de sus propias acciones por alrededor de US$ 4,900 millones.
Con una capitalización de mercado de alrededor de 96,000 millones de reales (US$ 17,000 millones), Vale se acerca al doble de la valoración de 54,000 millones de reales otorgada a Petrobras. Analistas esperan que Vale, que la mayor parte de su existencia ha sido considerada menor en términos de ingresos, gane US$ 3 este año por cada dólar de ingresos netos que vaya a Petrobras.
En un mercado en el que tanto el crudo como el mineral de hierro son impulsados por una economía global en recuperación, esta visión es el indicador más claro de que el modelo de Petrobras de mezclar los negocios estatales y corporativos —y, en la era Bolsonaro habría que incluir al ejército por si acaso— es un atajo al fracaso.
En teoría, las dos empresas tienen mucho en común. Ambas dominan una de las exportaciones clave de Brasil, y ambas son antiguas empresas estatales con cotizaciones sustanciales en las bolsas de Sao Paulo y Nueva York. Sin embargo, justo ahí es donde las cosas comienzan a divergir.
Si bien la participación permanente de 50.5% del Gobierno en las acciones ordinarias de Petrobras le da a Brasilia un poder total sobre la toma de decisiones, su control de larga data en Vale, garantizado por una compleja red de fondos de pensiones estatales y compañías holding, se ha reducido a casi nada.
Además de una “acción de oro” estatal que garantiza que Vale no cambie a otra línea de negocio, el Gobierno en estos días no cuenta con mucha más influencia en la sala de juntas.
Eso es bueno tanto para Vale como para el Estado mismo. Los vínculos entre Petrobras y políticos poderosos dieron lugar a la gigantesca investigación anticorrupción conocida como Lava Jato, que ayudó a poner fin a las carreras de los predecesores de Bolsonaro, Luiz Inácio Lula da Silva, Dilma Rousseff —ella misma como presidenta de la compañía entre el 2003 y 2010— y Michel Temer, quien asumió el cargo después de la acusación de Rousseff.
Ante un negocio que gana cientos de miles de millones de reales cada año y bajo el control del Gobierno, la tentación de malversar dinero para obtener ventajas e influencia ha resultado anteriormente irresistible.
En las últimas décadas, Vale no ha tenido un historial impecable: en febrero acordó pagar US$ 7,000 millones en compensaciones después de que un desastre en la presa de relaves en el 2019 matara a 270 personas, y el expresidente ejecutivo Fabio Schvartsman enfrenta cargos de homicidio por el mismo incidente.
Sin embargo, en una era en la que parece que todas las grandes empresas brasileñas han sido arrastradas tras el Lava Jato, Vale nunca ha sido tratada como un cajero automático secreto de la clase política.
Mantener su distancia de la política también ha significado que Vale, en general, haya permanecido bien administrada. Sus rendimientos sobre el capital invertido superan sistemáticamente los de Petrobras, y se mantienen muy cerca de los de rivales privados como BHP Group y Rio Tinto Group.
En el 2008, Petrobras registró por última vez rendimientos suficientes para cubrir sus costos de capital. Vale ha logrado ese criterio en nueve de los 15 trimestres desde la reestructuración del 2017 que eliminó los principales vestigios de la influencia del Gobierno.
Hay, sin embargo, una lección más importante en todo esto. En estos días, el nexo más alarmante para los conflictos de intereses en Brasil no es donde se encuentran las clases políticas con las corporativas, sino donde los políticos rozan con los militares.
Durante mucho tiempo Bolsonaro ha hablado con cariño de la dictadura militar que gobernó por dos décadas a Brasil, bajo la cual se desempeñó como oficial subalterno.
En las últimas semanas, tres jefes de las fuerzas armadas y una gran cantidad de altos funcionarios renunciaron o fueron despedidos, en medio de un impulso del presidente para que los militares tomen partido en su campaña al estilo Trump contra las restricciones al coronavirus impuestas por los gobernadores estatales.
Con un potencial enfrentamiento entre Lula y Bolsonaro para las elecciones presidenciales que se celebrarán el próximo año, y Brasil en las garras de la fase, hasta ahora, más mortal de la pandemia de COVID-19, borrar los límites entre el poder político y militar podría parecer fatalmente tentador para el presidente, así como a sus predecesores les resultó tentador difuminar las líneas entre la política y los negocios. Tanto ciudadanos como inversionistas deberían esperar que Brasil evite ese destino.