Por un momento durante la semana pasada, los inversionistas pudieron dejar de pensar en estrellas bursátiles como Amazon y Alibaba. Con la noticia de la vacuna, que generaron esperanzas de recuperación, las cotizaciones de acciones de aerolíneas, bancos y petroleras se elevaron en Wall Street. El rebote tardó mucho en llegar.
Las llamadas “acciones de valor”, típicamente de empresas con fuerte componente de activos fijos, han tenido una década infernal, rezagadas en el mercado bursátil estadounidense por más de 90 puntos porcentuales. Esto ha generado una crisis de confianza entre algunas administradoras de fondos, que se preguntan si su manera de evaluar las empresas funciona en la era digital. Tienen razón en preocuparse: es necesario actualizarla para reflejar una economía en la que los activos intangibles y las externalidades tienen mayor peso.
Durante casi un siglo, la ideología dominante en las finanzas ha sido la inversión en valor. Aunque ha evolucionado, aplica una visión conservadora de las empresas, otorgando más peso a sus activos, flujos de caja y contabilidad, y menos a sus planes de inversión o trayectoria. Este credo tiene sus raíces en las décadas de 1930 y 1940, cuando Benjamin Graham argumentó que los inversionistas tenían que dejar atrás la era previa a 1914, durante la cual los mercados de capitales estaban dominados por bonos ferroviarios y el uso de información privilegiada.
Lo que propuso fue un enfoque científico para evaluar las cuentas financieras de las empresas e identificar valores con precios inferiores a su valor intrínseco. Su discípulo, Warren Buffett, popularizó y actualizó estas ideas cuando la economía viró hacia empresas de consumo y finanzas, a fines del siglo XX. Hoy, las computadoras analizan las mediciones de valor para hallar “factores” que potencien los retornos.
El problema es que la inversión en valor ha tenido malos resultados. Si hace una década una persona hubiese adquirido acciones de valor por US$ 1.00, hoy cotizarían en US$ 2.50, comparadas con US$ 3.45 del mercado bursátil en su conjunto y US$ 4.65 si se excluyen las acciones de valor. Berkshire Hathaway, el vehículo de inversión de Buffett, ha estado muy rezagada.
A pesar de sus esfuerzos por modernizarse, la inversión en valor suele producir portafolios retrospectivos y, como resultado, ha desaprovechado el ascenso de la tecnología. El modelo de negocio de la administración de activos está bajo presión y ahora, una de sus filosofías más duraderas también está siendo asediada.
Los inversionistas de valor quizás argumenten que son las víctimas de una burbuja bursátil y que, por ende, terminarán demostrando que tienen la razón. La última vez que las estrategias de valor fallaron fue en 1998-2000, antes del crash de las “dotcom”. Hoy, las bolsas se ven caras, pero junto con ello, hay dos cambios más profundos en la economía que el enfoque del valor sigue bregando por entender.
El primero es el aumento en significancia de los activos intangibles, que actualmente representan más de un tercio de la inversión de las empresas en Estados Unidos –por ejemplo, en data o investigación–. Las empresas registran contablemente estos costos como gastos y no como inversiones que crean activos.
Algunos sofisticados inversionistas institucionales tratan de hacer ajustes en esas cuentas, pero sigue siendo fácil errar en el cálculo de los montos que las empresas reinvierten –y su capacidad de reinvertir fuertemente a altas tasas de retorno es crucial para su desempeño a largo plazo–.
Bajo una definición tradicional, las diez empresas top de Estados Unidos que cotizan en bolsa han invertido US$ 700,000 millones. Pero bajo una definición más general, dicho monto es US$ 1.5 millones de millones o más. Con frecuencia, las empresas intangibles también pueden ampliar su escala rápidamente y aprovechar los efectos de red para mantener ganancias elevadas.
El segundo cambio es la creciente importancia de las externalidades, que son costos que las empresas son responsables de asumir pero que evitan pagar. Hoy, la doctrina del valor indica que los inversionistas deben adquirir grandes volúmenes de acciones de automotrices y petroleras. No obstante, las perspectivas de estas compañías dependen del pasivo potencial de su huella de carbono, cuyo costo podría incrementarse a medida que se hagan más rígidas las reglas sobre emisiones y se generalicen los impuestos al carbono.
La rigurosidad y el escepticismo de la inversión en valor son tan relevantes como antes –en especial considerando cuán burbujeantes se ven los mercados–. Pero muchos inversionistas recién están comenzando a tener en claro cómo evaluar los activos intangibles y las externalidades.
Es una tarea laboriosa, pero si se hace bien podría otorgarle a la administración de activos un nuevo soplo de vida y ayudar a asegurar que el capital sea asignado eficientemente. En los 30 y 40, Graham describió cómo el viejo enfoque de inversión se había vuelto obsoleto. Es hora de otra actualización.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020