“Hasta la vista, Baby”
Frase suprema, demoledora, definitiva. No existe un fanático del cine de ciencia ficción, y creo de cualquier género, que no la reconozca. Fue en la película “Terminator 2” cuando Arnold Schwarzenegger se convirtió nuevamente en máquina (esta vez buena) para proteger al ser humano de la máquina mala. Futurismo puro para 1991.
Hace unos días tuve la oportunidad de asistir a un evento llevado a cabo en ciudad de Panamá organizado por la Academia Internacional de Derecho Aduanero, en el cual el tema central estuvo relacionado con la innovación tecnológica y la inteligencia artificial aplicadas al control aduanero sobre las operaciones de comercio exterior.
Se definió al “machine learning” como aquél proceso en base al cual una máquina puede ser “entrenada” en base diseños algorítmicos soportados en una inmensa capacidad computacional para almacenar “big data”. Mediante este proceso se desarrollan en las máquinas habilidades de percepción (reconocimiento de voz y otros estímulos externos), comprensión (procesamiento de lo percibido) y acción (interacción con el entorno de manera proactiva) con la posibilidad, incluso, de poder ir mejorando el desempeño en forma automática (“aprender de los errores”). El resultado: “inteligencia artificial”; es decir, literalmente a las máquinas se les enseña a “pensar”.
Es más, en algunos foros se ha empezado a discutir si los robots podrían ser sujetos de derecho (como en el pasado ocurrió con los animales), partiendo de la premisa que, en base a los enormes avances tecnológicos, los robots serían ahora capaces no sólo de pensar sino también de “procesar emociones”. ¿Es que acaso se estarán sentando las bases para el desarrollo del “derecho de los robots”? Pero…. mucho futurismo, regresemos mejor a los temas del evento objeto de comentario.
La inteligencia artificial convive con las personas desde hace ya buen tiempo, hasta el punto que muchos prefieren comunicarse con una máquina, o través de una máquina, que con personas reales en una conversación cara a cara, lo cual ahora sería considerado como “pasado de moda”. Esto, por cierto, ha sido propiciado por el uso masivo y exponencialmente creciente de internet.
Este fenómeno trasciende el ámbito doméstico (teléfonos “inteligentes”, etc.) para instalarse, cada vez con más éxito, en el ámbito laboral. Ahora, son robots los que contestan llamadas, redactan y traducen textos, reparan máquinas, operan en líneas de producción de múltiples industrias y un sin número más de actividades con vocación de expansión explosiva en el corto plazo.
Se comentó que cada vez es menos cierto que sean los trabajos no calificados, o menos calificados, los únicos que puedan ser susceptibles de ser sustituidos por robots. Al respecto, se comentó que, teóricamente, todo trabajo que pueda ser transformable en algoritmo (conjunto de instrucciones ordenadas y finitas que permiten llevar a cabo una actividad mediante pasos claros y sucesivos), podría ser sustituido por un robot.
En la bahía de Shenzhen en China existirían ya “inspectores de aduanas electrónicos” que tendrían por función no sólo la detección de inconsistencias en la documentación presentada sino también, por ejemplo, el reconocimiento facial o la detección de mercancías de importación prohibida (temperaturas elevadas, emisión de radiaciones, etc.) pudiendo, incluso, comunicarse en varios idiomas. A ello, podríamos añadir la existencia de puertos automatizados (como el puerto de Rotterdam), depósitos aduaneros “robotizados” o transporte de carga “robotizado” (empezando por el uso de los famosos “drones”, los cuales ya hace mucho tiempo dejaron de ser considerados como simples “juguetes para niños”).
En la región tendríamos que, a la fecha, aproximadamente el 50% del trabajo podría ser, eventualmente, reemplazado por robots, cifra que vendría en aumento. Se piensa, incluso, que en los siguientes 10 años uno de los trabajos que podría estar en “peligro de extinción” sería el de los agentes de aduana.
También se señaló, por ejemplo, que para el año 2,030 (esto es, a la vuelta de la esquina), en países que no necesariamente son considerados líderes en temas tecnológicos (como Honduras) el costo de operar un robot seria el mismo que el de contratar a un trabajador, con lo que queda clara cuál será la orientación en el futuro cercano.
Así las cosas, pareciera que la “única garantía de supervivencia laboral” será el realizar un trabajo que no pueda ser transformado en algoritmo, lo cual pasaría por orientar nuestros esfuerzos en la generación de valor agregado (cuanto mayor mejor) en cualquier tipo actividad que desarrollemos; actividad que, por cierto, no debería ser ni repetitiva ni muy predecible.
¿Será, acaso, que el ser humano ha empezado a convertirse en un objeto obsoleto y prescindible y que las “máquinas inteligentes” empezarán a dominar todo lo que existe? ¿Será, acaso, que las “máquinas inteligentes”, al mejor estilo “Terminator”, empezarán a decirnos “hasta la vista, Baby” y nos enviarán a nuestras casas?
Por lo visto, no la tenemos fácil.