No hay peor ciego que el que no quiere ver…
En la gestión de riesgos hay una idea central: si no lo conoces, no lo puedes gestionar. Por esta razón el proceso de gestión de riesgos inicia identificando los riesgos a los que estamos expuestos, luego se debe cuantificar el impacto sobre nuestro patrimonio de la ocurrencia de los riesgos que ya identificamos, es decir, de materializarse el evento de riesgo específico, qué tanto nos afecta. Finalmente hay que desarrollar la estructura de límites y alertas, es decir todos los parámetros que regirán la política de riesgos dentro de la gestión de nuestras inversiones.
Quise iniciar este post con esta referencia porque pienso que el desconocimiento de los riesgos que asumimos al hacer nuestras inversiones, es comparable con el desconocimiento de los factores emocionales que afectan nuestras decisiones. Estos factores emocionales normalmente se materializan a través de una diversidad de sesgos cognitivos: sesgo de disponibilidad, comportamiento de rebaño, sesgo de extrapolación, sesgo del improbable favorito, la disonancia cognitiva, sesgo retrospectivo, para mencionar algunos. De la misma forma que ser consciente de los riesgos que asumimos es necesario para poder gestionarlos, entender cómo esos factores psicológicos influyen en la forma en que tomamos decisiones es importante para evitar caer en los errores clásicos a los que ellos nos conducen.
En este post no voy a referirme a todos los factores psicológicos que están involucrados en el proceso de decidir nuestras inversiones. En esta oportunidad sólo voy a referirme a dos de ellos: el sesgo confirmatorio y la disonancia cognitiva.
Si partimos del supuesto que somos inversionistas racionales, adversos al riesgo y seguimos el camino correcto para elegir en qué instrumento vamos a invertir nuestros ahorros, entonces digamos que el proceso empieza con una revisión de los fundamentos globales que nos permitan identificar la región donde hay oportunidades. De acuerdo al ciclo económico y los fundamentos vigentes seleccionaremos los sectores económicos recomendables, para finalmente en ellos determinar qué empresas lo están haciendo mejor. Entonces encontramos que la empresa XYZ tiene una buena gestión operativa, bajos niveles de apalancamiento financiero, sus ventas están creciendo a tasas atractivas, tiene un plan de inversiones en línea con el crecimiento esperado de la demanda, etc. En resumen, esa empresa lo está haciendo bien por lo que invertir en ella debería ser una buena idea, así que nos decidimos y compramos sus acciones.
A partir de este momento la percepción que tenemos sobre la inversión realizada suele cambiar. La objetividad que dominó el proceso de análisis y selección previo a ejecutar la inversión es reemplazada por una posición un tanto “subjetiva”, en la cual nos auto convencemos que la decisión tomada fue y es la mejor. Alimentaremos esa percepción buscando información, noticias y opiniones que validen nuestra decisión. Si por esas cosas de la vida el precio del activo en que hemos invertido no sigue el comportamiento esperado (puede suceder), lo más probable es que lejos de revisar nuestro análisis en busca de alguna falla o cambio en el escenario, nos aferremos a la decisión tomada.
La información a que nosotros podemos acceder es muy variada y diversa. Tenemos la oportunidad de leer y revisar distintos análisis y opiniones. Esta es una ventaja, pues en base a nuestra experiencia y conocimientos, podremos evaluar la validez y coherencia de la decisión tomada. Lamentablemente en este punto la objetividad suele perderse. Hay un apego muy fuerte a la posición tomada y una gran resistencia a vender, sobre todo si en el proceso se debe realizar pérdidas. Para evitar hacerlo nos concentraremos en leer esos artículos que nos dicen lo que queremos leer, y literalmente descartamos aquellos que se oponen a nuestra decisión. Esto es lo que en psicología de inversión llamamos el “sesgo confirmatorio”. Se trata de un proceso psicológico mediante el cual buscamos información selectiva que confirme nuestras opiniones. De hecho evitamos informes que sean críticos a nuestra posición y leemos solo aquellos artículos o informes que refuercen nuestra decisión. Incluso llegamos a interpretar los eventos de una manera que se “acomode” a lo que nos gustaría que suceda, y de esa forma justifique nuestra decisión.
Este aspecto psicológico actúa en forma conjunta con lo que conocemos como “Disonancia Cognitiva”, la cual nos afecta de la siguiente forma: cuando el resultado o la evolución de nuestras inversiones no nos es favorable, en lugar de aceptar la posibilidad de error, a nuestro cerebro le resulta más fácil “crear” un entorno favorable a esa mala decisión. Para ello se nutre de información e interpretaciones que sean acordes con lo que nos gustaría que sea (sesgo confirmatorio). Es como si nuestro cerebro crease un mundo paralelo en el cual nosotros estamos en lo correcto y todo el Mercado está equivocado. Se trata de disfrazar una realidad que nos es adversa y en la cual nos vemos mal parados, con un mundo ideal en el cual “esperamos” que el resultado de nuestra inversión sea exitosa.
A estas alturas supongo que ya pueden darse cuenta del problema que estos aspectos emocionales nos pueden ocasionar. El problema principal es que perdemos objetividad para tomar decisiones, y como resultado nos demoramos mucho (si alguna vez lo hacemos) en corregir aquellos errores que son peligrosos para nuestro patrimonio. Alguna vez escuche un comentario al respecto que decía “algún día volverá a subir”. Seguramente que sí, pero en el camino hemos asumido un costo implícito asociado al hecho de mantener recursos comprometidos por un tiempo indeterminado (que a veces puede ser bastante largo) en una inversión que se está desvalorizando, mientras en el mercado muy probablemente hay alternativas que lo están haciendo mejor. Los economistas llamamos a esto costo de oportunidad. Eso además del estrés emocional que representa para cualquier mortal ver como día a día su inversión vale menos. En algunos casos incluso he podido ver desvalorizaciones de 50%, 60% o más. Niveles de pérdida que son muy difíciles de revertir. Lo peor de todo es que terminan culpando al mercado de sus pérdidas. La inversión en activos financieros involucra riesgos, es verdad. Pero en estos casos que describo, la culpa no es del mercado, es una mala gestión de las inversiones, ya sea porque estuvieron mal asesorados, o simplemente porque no quisieron pagar un asesor.
Herramientas como el “Stop Loss” están diseñadas precisamente para evitar el perjuicio que este tipo de situaciones ocasiona en nuestro patrimonio. Pero para poder aplicarlos es necesario ser muy disciplinado, y sobre todo MAS RACIONAL QUE EMOCIONAL. Esto último es muy difícil de lograr si no somos conscientes de la existencia de estos factores psicológicos, y de cómo afectan la forma en que tomamos decisiones. Como dice el dicho, “no hay peor ciego que el que no quiere ver…”