Ética y Gestión de Riesgos
A primera vista uno podría pensar que el tema de la ética no tiene mucho que ver con el de la gestión de riesgos y aún menos si se trata de riesgos financieros. Pero en realidad sí están muy relacionados, y ello a través de varios mecanismos, como veremos a continuación.
Muchos habrán oído hablar de casos de fraudes cometidos por personal de diferentes empresas que en algunos casos les causaron grandes pérdidas, y a veces hasta la quiebra. El fraude interno es una de las variantes más conocidas del llamado riesgo operacional, que es definido en el acuerdo internacional llamado Basilea II, aplicable a los bancos y otras instituciones financieras similares, como “la posibilidad de ocurrencia de pérdidas debido a procesos inadecuados, fallas del personal o de la tecnología de información o a eventos externos”; es una definición general que puede aplicarse también fuera del sector financiero.
Este fraude interno fue lo que llevó por ejemplo a la quiebra del antiguo banco Barings en los 90as, y más recientemente a grandes pérdidas para el banco francés Société Générale, en el famoso “affaire Kerviel”. A menor escala, quién no ha oído hablar de casos de robos cometidos por el personal de diferentes tipos de empresas, muchas veces por su acceso a la contabilidad: no sólo hay los casos célebres, también están las desventuras que muchas Pymes pueden conocer en todo el mundo.
Si se produce un fraude interno, la falta de principios éticos de la persona que lo realiza es el factor más decisivo. Es por ello que en los principios de buen gobierno corporativo y de buena gestión del personal se insiste mucho en la idea de que los directivos y el resto del personal no presenten debilidades al respecto.
El problema es que muchas veces la tolerancia de los máximos dirigentes para con las conductas abiertamente antiéticas bajo pretexto de la obtención de buenos resultados por quienes las tienen puede contribuir a que los más altos directivos de una empresa terminen siendo cómplices de las ideas “creativas” y de las prácticas fraudulentas de estos ejecutivos.
Es lo que sucedió de manera especialmente caricatural en el affaire del grupo energético Enron, la quiebra más famosa de inicios de siglo, que arrastró igualmente en su caída al gigante mundial de auditoría Arthur Andersen: los dirigentes de Enron le habían dado demasiado poder a su Director Financiero, entusiasmados por sus resultados, a pesar de que ya tenía fama de “destruir” a quien se le pusiera en el camino y éste los condujo por la senda de complejos montajes contables. Estas operaciones, efectuadas con la anuencia de personal y directivos de Arthur Andersen atraídos por el gran negocio que representaba para su firma, engañaban a los inversionistas sobre la situación real de la empresa.
Varios bancos que participaron con entusiasmo en esos montajes vieron su reputación mellada, además de sufrir grandes pérdidas por su gran exposición a Enron.
Con este caso estamos entrando al otro gran tipo de riesgo relacionado con los problemas de falta de ética: el riesgo reputacional. Es decir los daños que una empresa puede sufrir en razón de un golpe a su reputación. Por supuesto, la falta de ética no es la única fuente de riesgo reputacional (pueden serlo también por ejemplo grandes fallas en la calidad de sus productos), pero no deja de ser una de sus fuentes más significativas. Y aunque no se suele poner al riesgo reputacional entre los riesgos financieros, pues muchas veces su impacto es difícil de medir de manera inmediata, en realidad puede tener consecuencias financieras muy graves, sobretodo cuando una empresa ha actuado de manera antiética.
Los ejemplos no faltan:
. los juicios multimillonarios que sufrió la industria del cigarrillo en los EE.UU., sobretodo al descubrirse que varias empresas conocían muy bien las propiedades adictivas del tabaco y que buscaban acentuarlas
. las contaminaciones severas producidas por empresas de la industria químico-farmacéutica en Bhopal (1984, con miles de víctimas) en la India o Seveso (1976) en Italia: las empresas en causa agravaron su situación al verse que tenían poca consideración por la seguridad de las poblaciones vecinas y que tampoco mostraron mucha por sus víctimas después, buscando esconder/minimizar su responsabilidad; en ambos casos algunos ejecutivos terminaron además condenados a prisión.
. los juicios que han afectado a unos 17 bancos en EE.UU., por haber vendido activos “tóxicos” (por su mala calidad crediticia) a inversionistas, con conocimiento de causa, pues en varios casos, hasta hacían apuestas contrarias a estos activos; no fue sólo su reputación la afectada, sino lo están siendo sus cuentas por las fuertes indemnizaciones que se ven obligados a pactar con la Justicia de ese país.
. el famoso caso reciente del “chuponeo” telefónico organizado por el periódico británico News of the World del grupo Murdoch, caso que provocó su cierre y terminará probablemente afectando a otras publicaciones del grupo por una reacción de rechazo a este en su conjunto.
Las consecuencias financieras no se materializan necesariamente de manera inmediata; una empresa a la cual se le descubre un comportamiento marcadamente antiético puede terminar perdiendo colaboradores clave, clientes, proveedores, valor en bolsa, y hasta sus líneas de crédito y caer en decadencia más o menos rápida o volverse presa fácil de una compra hostil por un competidor.
Muchas empresas no le prestan suficiente atención al riesgo reputacional en general porque es difícil de medir, y por ello tampoco acostumbran tener mucho cuidado con el comportamiento de sus ejecutivos, sobretodo si obtienen buenos resultados; en esos casos, no se les suele cuestionar nada y en caso de problemas posteriores, hay una tendencia a refugiarse en el argumento de que “no había nada ilegal”, como se vio con varios bancos de inversión norteamericanos.
Y en nuestro país y en nuestro continente también hemos tenido, tenemos y podemos tener situaciones similares a las descritas. Muchos de nestros países presentan serias debilidades institucionales, que pueden hacer caer en la tentación de la impunidad; pero es un error creer que eso siempre funciona.
Más vale hacerse preguntas sobre si algo está bien o está mal (y no sólo si es “legal”) y alentar el debate interno, pues también puede haber casos poco obvios a primera vista, que lamentarse después. Eso es también parte de una buena gestión de riesgos.