La lección de Brasil: el costo de no crecer
Por Miguel Palomino. Las
recientes protestas sociales en Brasil han sido extensamente cubiertas por los
medios. Éstas se han interpretado como una reacción ante la corrupción, el mal
uso de los recursos del Estado y los pobres servicios públicos -pese a la alta
carga impositiva existente. Se ha señalado también que ha sido la creciente
clase media brasilera -producto del crecimiento económico y la reducción de
pobreza en la última década- la que ha liderado el descontento en Brasil (ver). Algunos analistas han opinado
que las protestas demuestran el fracaso del “modelo brasilero” -iniciado por el
presidente Lula- de progreso social mediante programas asistenciales del
gobierno. También hay quienes ven, más que un problema económico, un detonante
político en las protestas, debido al “desprecio del ciudadano por parte del
Estado” (ver).
Si bien pensamos que todas estas opiniones tienen gran
parte de razón y que probablemente hay otras razones que ayudan a explicar los
sucesos en Brasil, queremos destacar un punto muy importante que no ha sido
enfatizado por la mayoría de los analistas. Todas las “causas” mencionadas de las protestas han estado vigentes desde
hace años en Brasil. ¿Qué es lo que ha llevado a que las protestas estallen
ahora y no hace uno, dos, tres o cuatro años?
En
nuestra opinión, es claro que el detonante más importante de las protestas es el
fin del crecimiento económico. En los cinco
años anteriores a la presidencia de Dilma Rousseff, el crecimiento económico de
Brasil promedió 4.5% anual (ver gráfico), pese al efecto de la gran crisis económica internacional del 2008 al
2009. En el 2011, el primer año de la señora Rousseff, el crecimiento cayó a
2.7% y en el 2012 cayó a sólo 0.9%. En ese año, señalamos (ver IPEOpinión) que, en contra de quienes buscaban que el Perú copiara el modelo
brasilero, más bien los brasileros debieran buscar copiar el modelo mucho más
exitoso del Perú. ¿Qué explica el
estancamiento de Brasil que, además, ha sido acompañado de una inflación
creciente?
El crecimiento y la estabilidad económica alcanzada
por Brasil se originan en la estabilización y liberalización económica iniciada
en 1994 por el entonces Ministro de Finanzas y luego dos veces presidente
Cardoso, la cual (sorprendentemente para muchos) fue relativamente respetada por
su sucesor socialista Lula da Silva. Mientras el crecimiento económico se
mantuvo, el empleo y las remuneraciones crecieron, las arcas fiscales se
expandieron y se pudieron financiar grandes programas sociales que
caracterizaron el gobierno de Lula. Ambos efectos, sobre todo el primero,
llevaron a una marcada disminución de la pobreza y aumento de la clase media. Pese a los importantes problemas que Brasil
tenía y tiene, la mayoría de la población se beneficiaba de las mejoras
generadas por el crecimiento y el gobierno era muy popular, lo cual permitió
que el Presidente Lula, luego de dos periodos exitosos, casi designara a su
sucesora, la señora Rousseff.
Sin embargo, gradualmente
desde el segundo periodo del Presidente Lula y luego mucho más fuertemente
durante el gobierno de la Presidenta Rousseff, la economía brasilera se fue viendo
crecientemente asfixiada por la burocracia, los impuestos excesivos, las
restricciones al comercio internacional y el intervencionismo estatal. Las
reformas económicas que el Presidente Cardoso propuso pero no logró aprobar, no
sólo no se volvieron a intentar sino que se revirtieron gradualmente algunas de
las aprobadas. En la edición de junio del 2013, de la prestigiosa revista The Economist
(ver), anterior a los disturbios recientes, se discute esto y se señala el
riesgo que representaba el abandonar las políticas que originaron el
crecimiento.
Una población que vive una prosperidad creciente
producto de más y mejor empleo es capaz de tolerar las deficiencias de un
sistema que, pese a todo, genera progreso. Pero su paciencia se acaba
rápidamente cuando se percibe que el sistema defectuoso
ya no genera beneficios. Una lección valiosa que aprender para el Perú.