Mi problema con las elecciones municipales
Cuando decidí comprar un departamento,
busqué durante meses, comparando precios, ubicaciones, características, etc. La
inversión lo justificaba, pues no solo iba a gastar una cantidad representativa
de plata, sino que iba a ser una parte importante de mi vida en el futuro.
Cuando alquilé, hace poco, una casa de playa junto a la chica preciosa -que ahora es mi enamorada- y con otros amigos, el tema
fue muy diferente. Solo pasé una tarde buscando antes de decidir. ¿Cuál es la
diferencia entre ambas? ¿Fui negligente al tomar una decisión tan rápida e
irreflexiva?
Para nada. La justificación económica es
bastante simple: cuando el beneficio o costo es pequeño y se reparte entre
muchos, no vale la pena invertir recursos propios en obtenerlo o evitarlo. A
diferencia del departamento, la casa de playa, entre otras razones: i) no
representaba una inversión muy costosa (comparativamente) y ii) el beneficio o
costo -tanto de adquirir información, como del uso de la casa- sería repartido
entre muchas personas.
Las elecciones en general -y, en
particular- las elecciones de personajes como los regidores, se parecen más a
la casa de playa (con suerte) y menos al departamento. En economía, el fenómeno
que explica esto es el de los “bienes públicos” y el efecto es la “ignorancia
racional”. Tal como he explicado en el libro “Perú
hacia el 2062″
“(…) las personas, en general, no tenemos incentivos para adquirir
información sobre eventos relacionados al gobierno (Downs, 1957). La
explicación es que el impacto potencial de un “voto” -individualmente
considerado- es insignificante en relación al tiempo que gastaríamos en
adquirir y procesar información relevante (Olson, 1965), por un lado; y, por
otro, el hecho de que la adquisición de información es -en sí misma- un bien
público, donde las externalidades positivas y negativas no serían
suficientemente internalizadas. Es decir, cualquier ganancia o pérdida como
consecuencia de no estar suficientemente informado sería dividida entre
millones de personas, sin que ninguna se haga “responsable” o sea
“beneficiario” por la toma de alguna decisión. La consecuencia de esto es que “La mayoría de la gente no tiene ni el
interés ni la habilidad para entender, y menos aún brindar soluciones, para los
problemas que enfrenta la sociedad y de los que el gobierno debería hacerse
cargo” (Baker, 1998: 147).
Así que, no se sienta mal. No es usted un
ignorante, incivilizado, por no querer informarse acerca de los regidores o sus
planes. Solo es un ser racional.
Este fenómeno económico explica tanto
nuestro desdén por la información acerca de las elecciones, como la falta de
información brindada por los políticos. Un corolario de eso es que tendremos
más bailes que informes en PDF detallando sus planes. El baile del Chino o el
teteo de Alan -por nombrar dos famosos- solo es la expresión de nuestra
indiferencia por la información política. Un ejemplo de lo informativo de la publicidad
política, de estas nuevas elecciones, aquí.
¿Esto puede o debe ser arreglado de
alguna manera? ¿Está mal que la gente no se informe? Estamos ante una
característica estructural del sistema. Ordenando a los políticos a dar más
información, no se va a cambiar nada. Al igual que las obligaciones de revelar
información que se imponen a las empresas, van a caer en saco roto.
Una posibilidad es que mientras más
accesible sea la información, menos costoso sea su uso, y por lo tanto aumente
la participación política. Esta es la visión optimista, sin duda; aunque no
existe evidencia de que efectivamente se esté incrementando el interés en la
política a medida que avanza el acceso a la información.