Nombrado para ganar
Si pudiera elegir su nombre, ¿lo
cambiaría? ¿No? Piénselo de nuevo. Al tener un hijo, muchas personas pasan
varios días o incluso meses tratando de determinar cuál es el mejor nombre para
ellos. ¿Significa algo? ¿Rima con el apellido? ¿Tienes un ex o persona non grata que se llama igual en
tu vida? ¿Algún pariente se llama así? ¿Igual que su papá o mamá? ¿Qué pasa si
es famoso en el futuro? ¿Lo molestarán en el colegio? ¿Es un “nombre de
presidente”? Aunque no lo crea, incluso existen empresas dedicadas a ayudar a los padres a
elegir nombre para sus bebés.
Varios estudios se han dedicado a
analizar el impacto de los nombres. En el libro Freakonomics,
se relatan
casos como el de los hermanos Winner (ganador) y Loser (perdedor). Paradójicamente,
a Winner le fue muy mal en el vida (es un criminal), mientras que a Loser que
fue bien (es investigador de la policía de NY).
En Perú tenemos nuestra cuota de excentricidad:
desde nombres de famosos cantantes; futbolistas o políticos como nombres de
pila, seguidos por apellidos castellanos o autóctonos (“Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Batman y hasta
‘Chucknorris’ son peruanos, tienen DNI y viven en distintos lugares del
territorio nacional”); hasta uno de los “espermatozoides
heroicos” de Mario Poggy, Neurona H2O (lista de nombres raros, aquí).
El caso inverso también es curioso: personas que tienen nombres demasiado
comunes: Jorge Pérez; Luis García; etc.
Sin ser tan extremo, ¿puede nuestro
nombre o apellido tener un impacto en nuestras vidas? En un estudio de
Francisco Galarza, Liuba Kogan y Gustavo Yamada, de la Universidad del Pacífico,
se determinó que si una persona tenía un apellido “andino” como “Ccolque” o
“Chanca”, tenía menos probabilidades de ser llamado a una entrevista de
trabajo, comparado a un CV con el apellido “Bresciani” o “De La Puente” (una
versión del estudio, aquí).
Este estudio se basa en uno previo de los investigadores Bertrand y
Mullainathan, que usa una metodología similar (ver el estudio, citado por los investigadores
de la UP, aquí).
A mi me resulta curioso el caso del hoy
famoso economista Hernando de Soto quien le agregó un “de” a su apellido
original. Hay otros ejemplos más trágicos u operativos para cambiarse de nombre
o apellido. Desde persecución étnica, hasta “in-pronunciabilidad”. Los artistas
también suelen recurrir a cambios de nombres. ¿Se imagina si Marilyn Monroe
hubiese conservado su nombre “Norma”? Algunas personas nacen con nombre de
estrella; como mi querida hermana Nishme, que es directora de teatro y cuyo
nombre significa literalmente “estrella” en árabe, además de ser un nombre
recurrente entre antepasados mujeres de mi familia. También es representativo
el caso de nuestro presidente, quien incluso usó su apellido como idea para
crear la imagen de su partido político.
Es claro que el nombre puede tener un
impacto en la vida de las personas. Sin embargo, no son tan claras las
implicancias “normativas” que esto debería tener. Un error común es pensar que
porque algo existe en la realidad o incluso es un problema, entonces debería
ser regulado o -incluso- debería serlo de determinada manera. ¿Qué cosas se
podrían hacer? Algunas ideas sueltas:
- Flexibilizar las reglas para los cambios
de nombre o incluso apellidos. - Dar información sobre el impacto de los
nombres. - Prohibir determinados nombres.
- Prohibir la discriminación basada en los
nombres. - Prohibir la “repetición” de nombres o
implementar una especie de “registro de nombres”, similar al que existe con los
nombres comerciales o marcas.
No digo que alguna de éstas sea una
medida conveniente, solo son ideas sueltas de implicancias de política pública
que podrían considerarse si el impacto de los nombres se convierte en un
problema nacional. Si hay comentarios, podría profundizar en si me parecen
buenas o malas estas normas y el porqué. Al final de cuentas, tiendo a creer
que son las condiciones subyacentes de las personas las que las llevan a elegir
determinados nombres, por lo que su “suerte” ya está determinada antes de ser
nombrados.