Guerra Mundial Z y el Décimo Hombre: acerca de la tiranía de lo "políticamente correcto"
Antes de ayer, fui a ver WWZ (con una chica preciosa que espero lea este artículo). No les voy a contar nada de fondo, solo un detalle de la película, irrelevante en la trama, pero muy relevante como idea. En una parte, Gerry Lane, el personaje de Brad Pitt, le pregunta a un agente de inteligencia, Jurgen Warmbrunn: “¿Cómo es que pudieron prever algo tan improbable como un ataque zombie?”; a lo que Warmbrunn le responde, contándole sobre la “Regla del Décimo Hombre”.
Dado que en ocasiones anteriores el
Gobierno Israelí había subestimado amenazas por considerarlas poco plausibles -pero
que, luego, se habían materializado-, habían decidido crear esta regla, según
la cual: siempre que nueve miembros del consejo estuvieran de acuerdo en algo
de manera unánime, el décimo necesariamente tenía que estar en contra de los
otros nueve (así, en verdad, pensara igual que ellos). Asumir la postura
contraria, significaba contradecir la opinión de los nueve restantes. Dado que
los nueve del consejo pensaban que no había tal cosa como una “epidemia zombie“, el décimo asumió que sí la
había, y comenzó a investigar sobre la base de esa premisa, permitiendo que
Israel construyera defensas, anticipándose al ataque.
¿Por qué les cuento esto? Me pareció una
buena manera de conectar con un tema que me viene fastidiando como una piedra
en el zapato, pero en el ámbito intelectual y moral. Tengo la impresión de que,
en Perú, vivimos algo así como una “tiranía de lo políticamente correcto”. Hay
cosas sobre las que está vedado opinar de manera contraria a la mayoría. Los
temas van desde lo baladí, como la comida peruana; hasta lo política o socialmente
relevante, como nuestras interpretaciones sobre lo que pasó en la época del
terrorismo en Perú y las responsabilidades de cada quien. También abarca
ámbitos como la extensión de las reglas contra la discriminación, la lucha
contra la corrupción o la delincuencia en general, el maltrato a animales, el
cuidado del medio ambiente, la prestación de servicios públicos, la calidad de
las universidades, la prohibición de actividades o productos poco saludables,
las cuotas, etc..
Si creen que estoy exagerando, tomen esta
“perla” de Carlos Carlín,
el cual dice sentirse como un “judío en el holocausto” (con lo desatinado de la
analogía), por no poder confesar que no le gusta la comida peruana (es paradójico,
sin embargo, que el mismo Carlín participara del “callejón oscuro” que le
hicieron a Iván Thays por opinar lo mismo, años atrás). Imaginen, si no se
puede opinar contra la comida, ¿qué pasa con temas políticamente más
“sensibles”? Espero que me ayuden a graficar los casos con sus comentarios -si
hay alguno- a este post. Creo que
sobran ejemplos.
Más allá del detalle, me interesa la
pregunta: ¿tenemos “décimos hombres” en nuestra sociedad? ¿Es obligatorio? ¿Es
deseado? ¿Es si quiera aceptado? El décimo hombre, por definición, dice lo que
la mayoría no piensa. A veces, dice cosas que nos chocan, nos incomodan, nos
ponen nerviosos o furiosos, nos frustran, etc.. Esto, muchas veces – como es
natural- nos hace reaccionar negativamente contra estas personas. La pregunta
es si esto es conveniente o moral.
El décimo hombre, el disidente, el
rebelde, el “jodido”, etc., es uno que puede ayudarnos a avanzar como sociedad.
Puede ver algo donde otros no ven más que sombras. Puede hacernos salir de la
autocomplacencia y la letargia en la que nos veamos sumidos por el conformismo,
la presión por ser aceptados o el miedo de decir lo que pensamos en voz alta.
El décimo hombre, muchas veces -la gran
mayoría de las veces-, está equivocado. Son las pocas veces donde no está
equivocado -sin embargo- las que hacen avanzar a la sociedad. El décimo hombre
es el equivalente social -o cultural- al inventor en el ámbito de la tecnología
o a salir de nuestra “zona de confort” en el ámbito laboral. En una sociedad
que cree que la Historia es lineal y el progreso inevitable, el décimo hombre
nos hace activar el freno de mano y pensar de nuevo el rumbo.
Creo que todos, alguna vez, en nuestros
propios ámbitos, actuamos como “décimos hombres”. Algunos asumen de manera más
insistente -o consciente- ese rol. No creo, sin embargo, que se les esté
tratando con la indulgencia que merecen. Sin querer pecar de poco modesto,
muchas veces en este blog digo cosas
que sé que son contra-intuitivas o contradicen la opinión mayoritaria. Incluso,
podrían equivaler a predecir un ataque zombie,
cuando todos los demás creen que se trata de algo más, como dictaría el
“sentido común”. Sin embargo, pese a no ser experto en muchos temas acerca de
los cuales comento, mi intención no es zanjar alguna discusión, sino solo hacer
dudar a las personas acerca de lo que se percibe como obvio. Mi “juego”, muchas
veces consiste en ser rebelde, contestatario y hasta terco. Muchos, incluso
amigos cercanos, me han calificado como “contreras”. Y está bien que me lo
digan. Si todo el Mundo dice “A”, tengo un impulso a decir “no A”.
Muchas veces, sin embargo, “francotiradores”
de lo políticamente correcto, me han calificado como inmoral, mercantilista o
bruto. Eso pierde de perspectiva el sentido del juego y equivale a una
prohibición social a la existencia del décimo hombre. La sociedad, desde mi
punto de vista, debería, no solo tolerar, sino proteger y alentar a sus décimos
hombres. Deberían, más bien, mirar con desconfianza a aquellos que intentan
callarlos, “preocupados” por el impacto que sus palabras podrían tener en la
manera de pensar de la mayoría.
Independientemente de las motivaciones de
quien lo hace, una cuota de rebeldía contra lo políticamente correcto es
necesaria para hacer avanzar a la sociedad y a la academia. ¿Se siente usted
libre de opinar cualquier cosa aunque sea políticamente incorrecta? ¿Cuál es su
actitud hacia las personas que piensan diferente a usted?