Una Big State Doble con legislación chatarra, por favor
El ubicuo Jaime Delgado nos ha acercado
un paso más al primer mundo (según él), aprobando una ley que ( i) restringe la
publicidad de “comida chatarra” dirigida a niños o adolescentes; (ii) manda la
desaparición progresiva de alimentos que contengan “grasas trans”; y, (iii)
prohíbe la venta de “comida chatarra” o dulces en los colegios.
[Imagen tomada de Happy Meal]
¿Estas
normas cumplen con sus propósitos?
En relación al punto i (prohibición de
publicidad), es discutible que cumpla su propósito y -de hacerlo- el impacto sería
mínimo. Por lo menos en un país como EE.UU., reduciría el consumo de comida
chatarra y -así- la obesidad, en un 10% aprox. entre niños o adolescentes de
entre 3 a 18 años (ver “Fast-food restaurant
advertising on television and its influence on childhood obesity”). Ojo, no
reduciría 10% del total de niños o adolescentes, sino 10% dentro de la
población actualmente obesa. Es decir, si Perú
tiene el 10% de obesidad infantil, el efecto sería del 1% aprox. (sobre el
total) si es que pasara lo que las regresiones de esos profesores sugirieron
para el caso de EE.UU. Es decir, pasaríamos de una obesidad infantil del 10% a
una del 9%.
¿Podemos ser igualmente optimistas y
esperar la reducción del “monumental” 1% en Perú? Me temo que no. En Perú, la
publicidad, la oferta y el consumo de comida chatarra son radicalmente menores
que en EE.UU. Por lo tanto, se podría esperar que el efecto de su prohibición
sea tan modesto como la oferta de fast
food. En conclusión, si tenemos suerte, se podría esperar que esta
extraordinaria -y aplaudida- medida tenga un efecto que esté en el reino del
“0.algo%”.
Adicionalmente, en países donde se
aplicaron medidas similares: Canadá, Suecia o Noruega, la obesidad infantil no
se ha reducido (ver: editorial de El Comercio del sábado). Esta comparación,
sin embargo, no habla de causalidad por lo que no la considero determinante. Esto
porque pueden haber otros factores que afecten el incremento de peso, a pesar
de que la medida sea adecuada, si es analizada de manera aislada.
En relación al punto ii (eliminación de
grasas trans), francamente no sé. Si sé que el congresista Delgado tampoco
sabe. ¿Quién debería saber? ¿Yo, antes de hacer un post para mi columna de los martes; o él, antes de afectar a
millones de personas con su “iniciativa”? Esa es otra pregunta.
En relación al punto iii (prohibición de
venta de comida chatarra en los colegios), la mejor evidencia que tenemos dice
que no tendría efecto. Un estudio
del prestigioso RAND demostró que las “competitive foods” (es decir, la
comida chatarra que se vende en los colegios y compite contra los “meal plans”
del propio centro educativo) no tenían un efecto en la masa corporal de los
estudiantes, en su actividad física, su sicología o su habilidad para ser
buenos alumnos. Por otro lado, el estudio destacó que las “competitive foods”
eran un elemento muy importante de las finanzas de los colegios, pudiendo ayudar
a cubrir programas como los deportes o la música. Su conclusión es que los
estados se apuraron en sacar normas al respecto (aunque el gobierno federal no
lo hizo, por falta de evidencia).
¿Cuál
es la justificación de estas medidas?
La justificación no es económica; si
entendemos que la economía mide la utilidad (felicidad), no la riqueza o la
producción. Una persona más saludable puede ser más productiva, pero menos
feliz. Tal como señalé en una entrevista
en The Huffington Post en español: “(…)
prohibirle a las personas dormir, obligarlas a hacer más ejercicio u obligarlas
a comer sano, vuelve más pobre a la sociedad, aunque la vuelva más productiva
(o más rica en términos exclusivamente dinerarios). Piensen en un caso
individual: si una persona la obligara a hacer dieta y a levantarse más
temprano, ¿eso la haría más feliz? Si no la hace más feliz individualmente,
¿por qué asumir que sí nos haría más felices como sociedad?”.
La justificación, así, es extra-económica. Incluso he leído
a un blogger, en relación a este
tema, decir que “(…) los publicistas (…),
antes que buscar satisfacer las necesidades de los consumidores debemos primero
buscar cómo hacerlos mejores personas”. No gracias, Alexander, a mi
ayúdenme a encontrar mejores productos a mejores precios, no más. Nuestros
congresistas, también, creen que su función no es dejarnos ser felices, sino
convertirnos en “mejores personas”, de acuerdo a su moralista/pseudo-religiosa visión de lo que es una
mejor persona. En la religión católica, la gula es un pecado mortal.
Efectivamente, la gran mayoría de personas en Perú cree que la gula te llevaría
al infierno, literalmente. Así, no es difícil pensar cómo una norma ayudándote
a no tener gula podría ser apoyada desde un visión moral o religiosa.
[Imagen tomada de Sean Dreilinger]
Si vemos el aspecto “crecimiento”, estas
normas tienen un impacto en la industria que se puede traducir en menos
ingresos, menos trabajadores, más pobreza, menos medios de comunicación (que
son financiados por la publicidad), etc.. Así que, aun desde el punto de vista
de la productividad y el crecimiento, el impacto es ambiguo. Por un lado, se
reducirían las enfermedades asociadas a la obesidad (aunque mínimamente); pero,
por otro, disminuirían los ingresos tanto de los trabajadores, como de dueños
de restaurantes y medios de prensa; y, disminuiría la felicidad (utilidad) de
las personas.
Redefiniendo
el rol del Estado
El reciente amago de compra de Repsol ha
puesto en debate el rol del Estado en la economía. Casos como éste, desde mi
punto de vista, requerirían un debate similar. Algunos dirán que, al ser un
tema de salud, requiere la atención del Estado. Sin embargo, la salud, por sí
misma, difícilmente es justificación para una prohibición. En el caso del
tabaco, no hay un tema de salud solamente, sino de externalidades negativas
(daños a terceros).
En el caso de la comida chatarra, esta
norma ha sido tomada de países de primer mundo, donde la
pobreza está asociada al consumo de comida chatarra. En EE.UU., una persona
pobre no es desnutrida, sino obesa. Así, la justificación del Estado para
intervenir es doble: es un problema de salud y un problema de pobreza.
En Perú, la gente pobre, ¿come comida
chatarra? ¿Cuál fue la última vez que vio a un pobre en McDonalds? En EE.UU.,
un MacDonalds parece un refugio para vagabundos. De hecho, cuando subieron los precios
de McDonalds en San Francisco, la asociación de vagabundos protestó
enérgicamente, pues lo vieron como una medida para deshacerse de ellos.
[Imagen
tomada de Idcollage]
En Perú, la pobreza no es sinónimo de sobrepeso,
sino de desnutrición. Así como el 10% de nuestros niños son obesos, el 50%
tiene anemia. Si realmente queremos hacer algo por la nutrición en Perú,
gastemos recursos -quizá los tributos que paga la comida chatarra- para alimentar
a los más pobres. Así, la justificación no-económica podría ser una en la que
todos los peruanos podríamos coincidir. La justificación moralista, no solo no
puede convencer a todos los que pensamos que se puede ser gordo y feliz, sino
que es contraproducente en muchos sentidos, cuando -y si es que- logra sus
propósitos.
No se necesita ser liberal para oponerse
a estas normas, solo pensar que la razón y la evidencia deberían ir de la mano
con la política pública.
Pd: Pueden contactarme
en Twitter @osumar
Pd2: Mis posts
salen los martes.