La pobreza en Estados Unidos
Los efectos de la crisis iniciada en Estados Unidos en el 2008 no se revierten, a pesar de que la economía creció 1.8% en el 2011. Más aún, conviene recordar que la recesión ‘oficial’ terminó en junio del 2009. Hoy, a las altas tasas de desempleo -que giran en torno al 10% de la fuerza laboral-, se suman otros datos sobre la pobreza.
La forma más común de medir la pobreza es a través del método de pobreza monetaria, que señala que son pobres aquellos cuyo gasto diario es menor que el costo de cierta canasta básica compuesta por alimentos, vivienda, vestido, educación, salud y ocio. Dicho de otro modo, este método mide el porcentaje de personas con un ingreso insuficiente para cubrir sus gastos diarios.
De acuerdo con este indicador, en el 2006 -es decir, antes de la crisis-, el porcentaje de pobres en Estados Unidos era el 12.5% de la población, lo que significaba alrededor de 36.5 millones de pobres. Hacia el 2010 el porcentaje de pobres aumentó a 15.1% o 46.2 millones, la cifra más alta desde 1993. La crisis creó 10 millones de ‘nuevos’ pobres.
Sin embargo, el indicador de pobreza monetaria no deja margen para el ahorro personal, pues asume algo que resulta obvio: los pobres no ahorran. ¿Y qué pasa si es que ocurre un gasto imprevisto? ¿A cuánto ascendería el porcentaje de pobres ante gastos no previstos?
Un reciente reporte emitido por la Corporation for Enterprise Development calcula cuántos habitantes en Estados Unidos están por encima de la línea de la pobreza, pero no tienen capacidad de ahorro; es decir, mensualmente aquellos que gastan todo su ingreso o como decimos en el Perú, “viven al día”.
De acuerdo con el reporte mencionado, el 43% de las familias -lo que significa 127.5 millones de personas- es pobre en activos líquidos y vive, en su mayoría, en los estados del sur, como Florida y Texas. Si cualquiera de los miembros de dichas familias tuviera una pérdida repentina de ingresos -causada, por ejemplo, por una emergencia médica-, caería por debajo de la línea de la pobreza en un plazo máximo de tres meses.
La crisis afectó al bienestar a través de dos canales. En primer lugar, a través de la reducción del empleo, asociada a la recesión. En segundo lugar, a través del gobierno, que tenía (y tiene) un problema de déficit fiscal (exceso de gastos sobre ingresos) cubierto con deuda.
La brecha fiscal fue acentuada por la crisis, dado que la recesión y el lento crecimiento originan una menor recaudación tributaria. La respuesta ha sido un ajuste fiscal, que en términos simples significa menor gasto público y que incluye partidas relacionadas directamente con el bienestar.
Dos datos para meditar: Supongamos que cada habitante pagara un monto igual con el objetivo de cancelar la deuda pública del gobierno. Las cifras al 31 de enero del 2012 son elocuentes: la deuda pública por habitante, es decir, lo que cada uno tendría que pagar para cancelarla, sería 48 882 dólares. Y si tuviera que hacerlo solo cada contribuyente, la cifra sería 135 425 dólares.
Los resultados mostrados ilustran lo que significa una deuda pública que equivale al 100% del PBI. Imagine, estimado lector, lo que sucede en países como Italia, Portugal y Grecia, cuya deuda, como porcentaje del PBI, excede largamente a ese 100%.
["Economía para todos" se publica todos los viernes.]