DE LA AUTORIDAD AL LIDERAZGO
Tengo serios problemas con la autoridad por la misma naturaleza del concepto que, resulta, en el cabal sentido de la palabra de una imposición.
Tengo firme apego a la idea de un liderazgo, de un ejemplo, a quien voluntariamente seguir. Por admiración, por coherencia, por principios. Luego de eso la autoridad se gana automáticamente.
Nuestras realidades, nuestros países y vivencias personales, parecen exigir a gritos más gritos, aunque parezca un trabalenguas. Por eso no es infrecuente escuchar que alguien pida “mano dura” cuando el aparente caos impera. De ahí el llamado a la autoridad paternal salvadora. Es regular, deseable la palabra vociferada, altisonante (con algunas chispas de saliva expulsadas por la boca).
En las empresas, por ejemplo, el corte de autoridad muchas veces es el que se admira como alguien que saber dirigir la nave con “pulso fuerte” y sin vacilaciones (representando además la típica imagen de machismo clásico). Lo contrario, la empatía, las formas y la ecuanimidad, incluso la vulnerabilidad, son rezagos de una carencia. De ser así las cosas prefiero a alguien que no tenga autoridad.
Tengo problemas con la autoridad porque aprecio a la autorregulación como norma de vida. No me conduzco -correcta o incorrectamente- porque alguien me lo diga. La autoridad conduce a la irresponsabilidad, organizada bajo la figura del colectivo (sociedad civil, empresa, etc.). Ahí en dónde nadie nos ve y siempre somos hijos menores de edad.
He aprendido a morir dignamente más de una vez y eso se lo vi a grandes líderes. Nunca lo escuché como un grito o un mandato. Me imagino, simplemente, cómo actuaría una figura que yo tengo en lo más elevado de mi pensamiento y consideración (varios hombres y mujeres).
Algunas pistas para que podamos reconocernos, cuando tenemos personas a nuestro cargo: ¿te impones sin escuchar a nadie? ¿maltratas a otros valiéndote de tu posición? ¿gritas o insultas? ¿te acomodas cuando hay alguien “más grande”? Si las respuestas son afirmativas, me temo que podrías tener solamente autoridad, no liderazgo.
No obstante, lo contrario no convierte a alguien en líder. Falta ese toque de inspiración del que hablaba al inicio, de ganas de seguirle o imitarle, eso provoca un líder. La admiración, no solamente proviene de la capacidad de gestión, también del cómo se hace. En términos de rentabilidad como generar que una organización tenga valor siguiendo parámetros éticos a los que no se traiciona, ni se flexibiliza.
Hoy más que nunca el mundo requiere líderes que sepan también ir contra la corriente del pensamiento imperante. Que estén a la altura de la buena y correcta argumentación. Que tengan sentido de reflexión y autocrítica, no solamente desde la parafernalia o para quedar bien, sino buscando -y activando- un cambio real, con propósito.
Lima, 24 de octubre de 2019
Eduardo Herrera Velarde.