Las mujeres ya no lloran …¡las mujeres litigan!
Elaborado por: Ana María Arrarte, socia líder del área de Prevención y Solución de Controversias del Estudio Echecopar, asociado a Baker & McKenzie International
El mundo del arbitraje y del litigio en general ha sido criticado muchas veces por ser tradicionalmente dominado por hombres, bajo la idea de que son ellos los que naturalmente están estructurados para pelear o decidir, y por lo tanto, ese rol no es para las mujeres. Sin embargo, en los últimos años, ha habido un creciente número de mujeres que se han abierto camino en este campo, desafiando estereotipos y demostrando sus capacidades. ¡En hora buena!
Pero, ¿cuáles son los principales obstáculos que tienen que enfrentan las mujeres en el ámbito del litigio, judicial o arbitral? Litigar demanda mucho tiempo y esfuerzo, requiere una etapa intensa de preparación, teniendo además la presión de los plazos perentorios que requieren respuestas inmediatas y estratégicas. Frente a ello nos volvemos a preguntar… y, ¿cuál es el problema con eso?, ¿por qué esto sería un problema para las mujeres y no para los hombres?
Claramente hay una concepción sesgada de que son las mujeres quienes se deben encargar de la casa y la familia, con lo cual sigue siendo un tema que zanjar, crear conciencia de que la familia es responsabilidad tanto de los hombres como de las mujeres, en la misma medida. Para poder ejercer nuestra profesión, litigar o resolver controversias, tenemos a la mano herramientas tecnológicas como el trabajo remoto y las audiencias virtuales que nos permiten compatibilizar los roles, facilitan el balance y ayudan a asegurar la continuidad profesional del talento.
Todavía existen quienes se sienten cómodos con conclusiones arribadas de premisas equivocadas: si una mujer trabaja de manera remota, de modo que, en paralelo pueda estar pendiente de su familia, no va a rendir igual, se va a distraer. He aquí un importante error, está demostrado que ello no es correcto, por el contrario, bajo este esquema las mujeres somos más productivas, existirá más dedicación y, en ningún caso, menos atención al trabajo.
Ahora bien, lo importante, y que es tarea de todas nosotras, es que asumamos un rol activo, mostremos nuestras capacidades, tengamos una voz que se haga escuchar, promovamos nuestra participación en más puestos de liderazgo, guiemos con el ejemplo y marquemos la pauta para que otras mujeres jóvenes puedan tener un sendero trazado.
Desde la mirada institucional, urge asumir que es una responsabilidad -y no una concesión- promover políticas de igualdad de género, capacitar sobre los sesgos inconscientes para tomar conciencia de ellos y evitarlos, e implementar programas de mentoría que promuevan una cultura de inclusión que valore las contribuciones de todos, independientemente de su género.
Buscar la igualdad de oportunidades no es solo una cuestión numérica o de cuotas, no se trata de forzar la igualdad de los resultados dejando de lado la capacidad y la preparación. El género no es un facilitador de oportunidades que distorsione la competencia basada en el mérito. Todos, mujeres y hombres, tenemos el mismo derecho a ser valorados por nuestro talento y dedicación, por ello, es también un deber construir una sociedad y un espacio laboral en el que la diversidad no nos divida sino que nos enriquezca, y en el que sean las ideas y no los cromosomas lo que determine la mejor elección.
En otras palabras, a mis queridas amigas, litigantes, juezas y árbitras, conquistemos nuestros derechos para que quienes nos sucedan tengan un tema menos por el que luchar para ser parte de una sociedad justa y con igualdad.