Redacción Gestión

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(Bloomberg) Los demócratas se enorgullecen de su compromiso con la ciencia. Al mencionar el cambio climático, sostienen que son el partido de la verdad, mientras que los republicanos son "negacionistas". Pero en lo que atañe a los organismos genéticamente modificados, muchos demócratas parecen ser indiferentes a la ciencia y practicar un negacionismo propio… quizás más que los republicanos. ¿Qué está pasando?

Las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos acaban de publicar un informe que tiene la extensión de un libro y en el que se reafirma con fuerza lo que los científicos estadounidenses y europeos vienen diciendo desde hace mucho: comer alimentos transgénicos no es más peligroso que comer aquellos que son producto de la agricultura convencional.

Según el informe, no existe "ninguna prueba" de que la modificación genética de los cultivos produzca alimentos menos seguros. "No se encontraron diferencias que impliquen un mayor riesgo para la salud humana" en los alimentos transgénicos en Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido y Europa Occidental.

El informe tampoco encuentra pruebas concluyentes de que los cultivos transgénicos causen daños al medio ambiente. Reconoce la importancia de seguir monitoreando, pero se niega a adoptar la opinión generalizada de que esos cultivos son responsables de una declinación de las poblaciones de mariposas monarca. Otros estudios son menos ambiguos y no detectan riesgos especiales para el medio ambiente en la agricultura transgénica.

Sin embargo, la opinión pública está muy preocupada. Una encuesta revela que sólo el 37 por ciento de los estadounidenses cree que es seguro comer alimentos transgénicos. Según mi propia encuesta reciente, 86 por ciento de los estadounidenses está a favor de ponerle etiquetas a los alimentos transgénicos, aparentemente debido a la percepción de riesgos para la salud (el 89 por ciento de los demócratas, el 80 por ciento de los republicanos y el 86 por ciento de los independientes).

Nuevos estudios

¿Cómo se explica eso? Nuevos estudios que realizaron Sydney Scott y Paul Rozin, de la Universidad de Pensilvania, y Yoel Inbar, de la Universidad de Toronto, ofrecen algunos indicios importantes.

Scott y sus colegas preguntaron a una muestra representativa de estadounidenses si apoyaba o se oponía a la ingeniería genética de plantas y animales. También les pidieron que se manifestaran de acuerdo o en desacuerdo con la siguiente afirmación: "Esto se debería prohibir sin importar lo grandes que sean los beneficios y que tan mínimos los riesgos de permitirlo".

De manera consistente con estudios anteriores, el 64 por ciento de los participantes se opuso a la ingeniería genética. Lo asombroso es que el 71 por ciento de los que se oponían y el 46 por ciento de toda la muestra eran absolutistas: querían prohibir la ingeniería genética sin importar sus beneficios y sus riesgos.

Es ridículo. Supongamos que la modificación genética no tenga riesgos y que los beneficios sean grandes porque los alimentos transgénicos son más baratos y sanos. Si fuera así, ¿por qué la gente racional querría prohibirlos?

Indignación o asco

Para responder esa pregunta, Scott y los demás autores plantearon a los participantes una situación en la cual una persona cualquiera termina por comer tomates transgénicos (sabiéndolo o no). Les preguntaron qué grado de indignación o asco sentían al imaginarse en esa situación.

Los que se oponen a la modificación genética sintieron más indignación o repugnancia que quienes la apoyan. Pero los absolutistas se sintieron especialmente asqueados. Mediante controles de grupos demográficos y otras diferencias, Scott y sus coautores determinaron que el asco era el mejor mecanismo para predecir si la gente proclamaría su oposición absoluta a la modificación genética.

La conclusión es sencilla: los que se oponen con más fuerza a la modificación genética no evalúan los riesgos y los beneficios. Su oposición es producto del hecho de que la idea les parece repugnante.

¿Qué tiene de repugnante la modificación genética de alimentos? Especulo que mucha gente tiene la sensación inmediata e intuitiva de que lo sano es lo "natural" y que las iniciativas de alteración de la naturaleza inevitablemente desencadenarán serios riesgos, los llamados "Frankenalimentos". El problema de esa especulación es que es un completo error.

Es verdad que se puede apoyar el etiquetado de alimentos transgénicos incluso si uno está de acuerdo con el informe de las Academias Nacionales. Se puede señalar la incertidumbre constante respecto de los daños al medio ambiente; se puede insistir en que la ausencia de pruebas no es lo mismo que la prueba de ausencia (de daños). Se puede pensar que la gente tiene derecho a saber qué está comiendo.

Etiquetar o no etiquetarNo es un argumento sin sentido, pero cuando el Gobierno imponga la exigencia del etiquetado y cuando el sector privado opte por divulgar información, mucha gente deducirá lo siguiente: los expertos creen que eso entraña un riesgo para la salud. Si los alimentos transgénicos están etiquetados, eso podría, de hecho, engañar a los consumidores. En mi opinión, ese es un argumento convincente en contra del etiquetado obligatorio.

Algo que aventuran Nassim Nicholas Taleb y otros autores de un importante artículo académico es que los cultivos transgénicos presentan un problema de "ruina", con una baja probabilidad de costos muy elevados. Taleb y los demás autores postulan la idea poderosa y fascinante de que para tales problemas lo mejor es tomar muchas precauciones; en este caso mediante el establecimiento de "fuertes límites" a los alimentos transgénicos.

De ser así, la pregunta es si los cultivos transgénicos realmente entran en esa categoría. Es posible leer el trabajo científico más reciente para sugerir que no es así; si la probabilidad de que ocurran daños catastróficos es bajísima y en esencia nula, cabe preguntarse si el argumento de Taleb es relevante.

Pero el argumento principal no es que etiquetar es una mala idea (aunque pienso que lo es) ni que la gente razonable no puede apoyar medidas preventivas. Es que la mayoría de los que se oponen a la ingeniería genética no se basan en el argumento de Taleb ni en un análisis de la evidencia de riesgos y beneficios relevantes. Se basan en la emoción primitiva del asco, que no es precisamente una base sensata para la política reguladora.

Para los consumidores, la lección es sencilla: es seguro comer transgénicos. Para los funcionarios, la lección es clara aunque menos sencilla: en una democracia, la opinión pública siempre merece una seria consideración, pero en un sistema democrático que valora las decisiones tomadas sobre la base de pruebas, un análisis sólido es una carta ganadora.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la comisión editorial, la de Bloomberg LP ni la de sus dueños.