Jorge Malpartida Tabuchi
La pandemia del COVID-19 se ha vuelto tan persistente que más de una vez toca a la puerta de la casa de Leila Guerriero en una de sus formas más penosas: la precarización económica. La periodista y escritora cuenta que cada vez más vienen a pedirle ropa o comida. Antes, era una vez a la semana, hoy ocurre todos los días. Al inicio el virus trajo un apocalipsis con calles vacías. “Ahora la escena apocalíptica son locales cerrados, lugares en venta o alquiler, teatros que se transforman en verdulerías, más gente durmiendo en las calles: precariedad, precariedad, precariedad”, dice la autora que participó en el Hay Festival Arequipa.
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¿Cuánto impacta en la escritura este presente tan caótico?
La pandemia termina siendo un poco omnipresente, muy invasiva. Hay una cuestión temática monocorde, repetitiva, que se impone. En un texto puedo empezar a hablar de un libro que me gustó, y termino hablando de la pandemia. Pero hay que hacer un ejercicio de voluntad para escribir de otra cosa.
¿Esta crisis también dificulta encontrar esos sucesos inesperados que sirven para iniciar tus columnas y crónicas?
Estoy con el radar prendido todo el tiempo. El domingo salí a dar vueltas en bicicleta y me di cuenta de que veía la ciudad con una perspectiva de columnista, tratando de escuchar y ver atenta al paisaje urbano.
Usualmente, estás acostumbrada en tus textos periodísticos a hacer las preguntas que suelen dejarse de lado la mayoría de veces. ¿Cuál es el aspecto de esta crisis que te gustaría investigar?
Sobre todo las cuestiones relacionadas con la medicina, con el discurso médico. Me interesa muchísimo la aparición del médico en la esfera social, no como una fuente de conocimiento, sino como esta vieja idea del médico que impone. Antes llegabas al médico y decía lo que debes hacer sin discusión. Eso es un retroceso enorme, digamos, con la figura de la medicina que había en la actualidad: una medicina que mira al ser humano como un todo, con una psiquis, como un cuerpo que enferma, no como un paciente en el sentido más horrible de la palabra, el que pacientemente espera que el médico lo ilumine con su saber y que le diga qué hacer. Sin participación, pasivo. Para mi ese discurso médico en la esfera pública ha sido tremendo, más allá del saber que les otorgo, por supuesto.
Aparte de ese retroceso en el trato del médico, también en esta pandemia vimos cómo se dejó de lado la voz de la ciencia
Hubo países con presidente enloquecidos como Bolsonaro, Trump o Boris Johnson, gente que se negaba a escuchar a la ciencia. El saber médico no está en cuestión, el punto que me interesa es saber cómo está formateada la cabeza de una persona que piensa la epidemiologia, la infectología, alguien que está refiriéndose a una masa gigantesca de seres humanos. ¿Cómo se piensa todo eso? Eso me interesa.
Escapas del rótulo de la literatura femenina. ¿Hay una insistencia en que tu obra tenga que llevar esta bandera?
No me ha sucedido porque tengo una actitud pública muy repelente a que me pongan en mesas redondas o que me hagan partícipe de una literatura femenina en la que no creo en absoluto (…) Me siento feminista desde que leía a Mafalda y era chiquita, pero sí me incomoda que todas las preguntas en relación al rol de la mujer y al rol del feminismo se las hacen a las escritoras. No veo que les hagan las mismas preguntas a los escritores. Creo que el tema del rol de la mujer, como del rol de las minorías, o la discriminación, es un problema de la raza humana, no es un problema de las mujeres.
Es la propia estructura la que debería discutir el tema, quienes están en el espacio de poder y no solo las mujeres
Eso es lo que pasa, no se percibe como un problema en los varones porque nunca son cuestionados al respecto, nunca se les pregunta, no lo ven, no termina de entrar en su ecosistema porque siempre somos las mujeres quienes debemos estar respondiendo sobre eso. Sería buenísimo que la misma pregunta se la trasladaran a un escritor varón o a un presidente del jurado varón (...).
¿Otra estructura impuesta son los autores consagrados o aquellos que deberían leer los jóvenes?
(…)Tengo la sensación de que hay una sacralización general de la lectura. En el último libro que escribí, Opus Gelber, sobre un pianista fantástico, Bruno Gelber, el protagonista me dice en un momento: yo no soy una persona culta. ¿Cómo que no? Es un tipo que se pasó la vida interpretando a Beethoven, un músico excelente, excelso, maravilloso, sofisticado. Y me dice no, porque yo no leo, y se me armó en un punto su concepción de lo que es la cultura. Él no lee mucho, habrá leído muy pocos libros en su vida, y creo que para mucha gente la lectura es la epítome de la cultura. Me parece que ahí hay como un deber ser, sino uno lee es culto, entonces lo que debe leer es solo cosas de la alta cultura, es como si alguien quisiera enseñarle a apreciar la música clásica a un niño y empezara a ponerle composiciones de música atonal. ¡Lo vuelve loco, es muy difícil! O por ahí alguno se engancha, pero no creo que sea mayoritario.
¿Hay una imposición de libros canónicos que deberían servir para promover que los jóvenes lean?
Me parece que en todas estas imposiciones de lectura a los chicos y adolescentes hay un criterio muy general sobre los libros que deberían gustarle a todo el mundo, como si todo el mundo debería cantarle loas a “El Quijote” o al “Cantar de Mío Cid”.
Hay un esquema de cuáles son los libros cultos, cuando en realidad hay muchas otras posibilidades...
En mi vida he leído muchos libros para niños como la literatura de María Elena Walsh, que es fabulosa, libros que te dan ganas de seguir leyendo más. Es mucho más estimulante para un chico leer un cuento de Mariana Enríquez, Bioy Casares o Cortázar, que tienen mucho más que ver con sus vidas, que hacerle leer un libro que fue escrito en el siglo IX o XII.
¿Por qué?
No tienen ninguna conexión con nada, ni con el lenguaje, ni con la forma de galantería. Incluso no entienden, se pierden un poco. Es un libro que tiene que regresar cinco siglos y aterrizar en la cabeza de un adolescente del siglo XXI.
¿Tener un agente literario o contactos con editoriales grandes sigue siendo necesario para validarte como escritora?
No tengo agente y he tenido suerte desde el primer libro que publiqué. Siempre trabajé en medios grandes, con mucha visibilidad. Primero publiqué en Tusquets, luego en Alfaguara, después en Anagrama. Ahora el panorama ha cambiado.
¿En qué sentido?
América Latina y España están repletas de editoriales independientes, algunas más pequeñas, otras más grandes. Hay autores ya consagrados que han publicado en editoriales grandes en España, pero en Latinoamérica prefieren publicar su libro en cinco editoriales distintas, en diferentes países, que les aseguran una distribución mayor o una atención más personal del editor.
Comenzaste a publicar audiocolumnas en la Cadena SER. ¿Cómo fue trasladar tu escritura al nuevo formato?
Lo disfruto mucho. Siempre me gustó leer en voz alta así que no me representó ningún problema. Cuando tengo que hacer una presentación pública y leer una conferencia, aunque lo hago poco, me deleita ese momento de leer ante un auditorio. Tiene algo escénico que me gusta mucho.
¿Hay un temor a volver al estado anterior antes de la pandemia? ¿A ese otro caos de calles desordenadas, ruido y basura?
No, para nada. Estoy deseando que eso suceda. No tengo ningún temor a salir al mundo como habitualmente era. Por supuesto, todos esos cambios producen transformaciones psíquicas y procesos que son lentos. No se trata de mover una palanca para arriba y para abajo, y ahora estoy en modo pandemia, y ahora en modo normal. Requerirá de un momento de readaptación o seguramente algunas cosas van a ser distintas. No van a ser las cosas igual a como eran, pero yo no tengo ningún temor a eso. Ya lo conozco así que, ¿cómo podría tener temor a algo que conozco? Me da curiosidad porque eso que conozco no volverá tal cual, entones quiero, saber cómo va a ser ahora eso que ya conocía.
Hoja de vida
Trayectoria:
Nació en 1967 en Junín, provincia de Buenos Aires (Argentina). Ha publicado y editado una decena de libros de crónicas, perfiles y artículos periodísticos.
Obras:
Destacan los libros “Frutos extraños”, “Plano americano”, “Una historia sencilla”, “Zona de obras” y “Opus Gelber”.
Labor:
Escribe para El País Semanal y la cadena SER de España.