Se cumplen 100 días desde que Pedro Castillo asumió la presidencia del Perú. ¿Qué impresión ha dejado el mandatario en estos poco más de tres meses? Hacer un análisis sobre su papel como líder de un país es complejo, pues no ha concedido declaraciones a la prensa en este tiempo, pero a la vez repite ciertas conductas que tuvo como candidato. ¿Quién es Pedro Castillo? ¿Qué nos dice su liderazgo -o la falta de él- en medio de estas épocas de crisis?
Cuatro académicos responden a estas preguntas.
Castillo contra Castillo
Manuel Carpio Rivero, profesor de Pacífico Business School
Una de las luchas férreas que tenemos todo ser humano en la vida, es la lucha eterna y a veces cruel contra uno mismo. Contradictoriamente esa rivalidad es una forma de sacar nuestra mejor versión. El liderazgo es un viaje transformacional y constante. Ante los casi 100 días de Gobierno, Pedro Castillo parece estar perdiendo cada batalla contra él mismo.
Dos de las competencias más importantes en un líder son la capacidad de generar confianza y la aptitud de comunicarse de forma asertiva: ¿Cómo generar confianza? (i) Siendo competente (ii) Siendo transparente (iii) Generando un vínculo, construido sobre el interés genuino en ti, en tus necesidades, y viceversa. (iv) Con el cuidado; yo te cuido porque eres importante, y quiero lo mejor para ti. ¿Y qué significa comunicarse de forma asertiva? Es cuidar las formas en las que me comunico: validar al otro, escuchar para entender y no para responder.
El gran problema que tiene Castillo es que usa el silencio para evadir, esconder y no afrontar. Cuanto menos expuestos a los medios está, más seguros se siente. Lo paradójico y lamentable de esta situación de aislamiento, es que Castillo le hace cada vez más daño al propio Castillo.
Dos mitos y una crisis por superar
Raúl Castro, decano de Comunicación Universidad Científica del Sur
Tras cien días de iniciado su gobierno, está claro que el presidente sigue representando apenas a fragmentos poblacionales, mayoritariamente activistas que viven de patear el tablero y agudizar conflictos, y no ha logrado siquiera acercarse a la promesa que erráticamente, por defecto, pudo esbozar: representar a los menos favorecidos en nuestra sociedad.
Y ese el primer mito que su narrativa política quiere proyectar y se estrella contra la realidad. Con su “storydoing”, Castillo encarna a un líder de cocaleros ilegales, transportistas rebeldes a la formalización, burócratas sindicales en contra de la meritocracia, y sectores violentistas que se filtran en legítimas protestas sociales, y está muy, muy distante, de los que menos fortuna tienen en nuestro país.
El segundo mito es el de es un rehén de Perú Libre, atado a sus dictámenes. Su actuar y nombramientos en algunos ministerios muestran que tiene agenda propia, muy perniciosa, por cierto. Superar estos lastres estructurales en el presidente demanda un primer ministro con real autonomía, con muy amplio poder de convocatoria y consenso, y mucho monitoreo ciudadano. ¿Podrá hacerlo Mirtha Vásquez?
Cuestión de estilos de liderazgo
César R. Nureña, sociólogo y autor de “La argolla peruana”
A estas alturas, transcurridos los primeros 100 días del presidente Castillo en el poder, han perdido sustento los presagios más descabellados de los momentos previos a las elecciones. Su aprobación popular, según diversas encuestas, muestra un inicio alto con fluctuaciones y una tendencia a la baja, como regularmente ocurre con los presidentes peruanos desde hace décadas.
Hay, sin embargo, una notable distancia entre esos datos duros y la enorme “desaprobación” de Pedro Castillo en los más importantes medios de comunicación limeños, que reflejan asimismo las posturas de los opositores del gobierno y de la mayor parte de las elites y clases medias capitalinas. En los discursos proyectados por estos actores, la situación de desorden y “caos” que estaría atravesando el país son directamente atribuibles al actual gobierno y a quien lo encabeza. Pero caben, al respecto, un par de preguntas: ¿el cambalache político no es acaso una característica permanente y persistente de nuestro país desde mucho antes del ascenso de Castillo?, y ¿por qué esa enorme “desaprobación” mediática y política no es compartida más ampliamente por la población peruana?
Entre los mayores cuestionamientos a Castillo están los que apuntan a sus designaciones de ministros y otros altos funcionarios, debido ya sea a sus antecedentes o a su “preparación”. Ciertamente, no se puede decir que el gobierno haya reclutado a los “cuadros” más aptos, pero sí hay que decir que ninguna agrupación política peruana cuenta con cuadros políticos impecables. En este aspecto, la experiencia de las últimas décadas demuestra, por ejemplo, que la exhibición de diplomas académicos y la experticia en tal o cual tema les sirven de muy poco a los “tecnócratas” si estos desconocen las más elementales claves de la política. De lo contrario, no habría tanta burla sobre el “gobierno de lujo” de Pedro Kuczynski, ni tanta insatisfacción con la gestión tecnocrática de la pandemia de coronavirus, o con los muchísimos asuntos desatendidos o mal gestionados en el país en todos los momentos en que han estado a cargo de tecnócratas expertos en sus áreas pero ingenuos y torpes en política.
Otra crítica recurrente a la figura presidencial es la que le achaca una “falta de liderazgo”. Aquí entramos en el terreno de los gustos y preferencias, sobre todo en la esquina opositora. ¿Realmente es así, o se trata de una percepción de escasez de apariciones públicas del presidente? Si él apareciera mucho más a menudo ante las cámaras o dando entrevistas, casi puede uno estar seguro de que se le criticaría igualmente, esta vez por un exceso de protagonismo. Sería, tal vez, una cuestión de tal o cual “estilo de liderazgo” que le puede gustar a unos y disgustar a otros.
Más allá del ruido mediático y de los discursos políticos, considero que sí se le puede cuestionar a Castillo el no haber sido más firme (o más radical) en actuar en el sentido de las expectativas de sus electores, especialmente en quienes le otorgaron su respaldo y que en buena medida aún lo aprueban en el interior del país (en su base rural, tan importante para su elección, es donde más se reduce su aprobación). Los peruanos perdemos la paciencia muy rápidamente con nuestras autoridades recién electas, siempre, y este es un factor que Castillo no parece estar tomando muy en cuenta.
El ejercicio del liderazgo pasa por convocar, movilizar y crear confianza
Elsa Del Castillo, profesora de Administración de la Universidad del Pacífico y de Pacífico Business School
Entre 2020 y 2021 no ha habido un país en el mundo que no haya requerido de sus gobernantes del ejercicio de un liderazgo notorio y efectivo. Es en las épocas de crisis donde las personas solemos voltear la mirada a las máximas autoridades para recibir orientación sobre el camino que debemos transitar para salvar la situación.
En el caso peruano, no solo hemos sido golpeados con la crisis sanitaria y económica, sino que también hemos vivido un periodo intenso de polarización, fragmentación y agresividad en las relaciones entre compatriotas; es decir, un periodo en el que se ha ahondado la crisis política y social.
En estos meses, frecuentemente nos hemos preguntado, “¿qué tipo de liderazgo necesitamos ver en nuestros gobernantes para afrontar la coyuntura?”. Empecemos por decir que lo que se necesita es un gran equipo de personas que ejerza liderazgo. En estos días, según la encuesta publicada por el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), hemos podido ver que un 36% de la opinión pública encuestada identifica en el presidente Castillo una falta de liderazgo o capacidad para gobernar. Más aún, las noticias a diario muestran descoordinación con su equipo ministerial y problemas graves en la selección de los perfiles idóneos para asumir esos cargos.
La tendencia de los peruanos a buscar caudillos nos ha llevado, en el pasado, a salvar situaciones de corto plazo, pero, nos ha enseñado también que no solucionan los problemas profundos que enfrentamos como sociedad. No se trata de líderes iluminados que repitan frases populistas y aprendidas, estas no legitiman su capacidad de movilizar a un país. Se trata de ejercer un liderazgo donde se potencien las capacidades de un grupo cada vez más amplio de personas que, en un efecto cascada, en lo suyo, pongan al servicio de todos su conocimiento y la experiencia necesaria para hacer propuestas viables y buscar consensos.
El liderazgo no es un atributo que se adquiere y que nos califica personalmente de manera indefinida únicamente cuando nos dan un cargo de autoridad. No somos líderes, ejercemos liderazgo cuando nuestras acciones nos legitiman y logran movilizar a otros.