Clara Ferreira Marques
Es claro que un Premio Nobel de la Paz no resuelve los espinosos problemas políticos, así como no acabó con el apartheid cuando el activista sudafricano Albert Luthuli lo ganó en 1960, o trajo libertad a la Unión Soviética cuando lo obtuvo el físico y activista de derechos humanos Andrei Sakharov, en 1975. Sin embargo, infaliblemente, atrae los reflectores a las causas que necesitan atención mundial. Y rara vez una causa ha necesitado más apoyo que la libertad de prensa en 2021.
La victoria del viernes para Maria Ressa, periodista filipina infatigable, cofundadora de la empresa de medios digitales Rappler y el dolor de cabeza del presidente Rodrigo Duterte; y Dmitry Muratov, cofundador y editor en jefe de Novaya Gazeta de Rusia, una voz de oposición en un país que no deja lugar a la crítica, es una victoria conjunta que destaca la resistencia frente al acoso casi diario. Ambos publican sin reparo trabajos críticos en países dirigidos por hombres fuertes que se detendrán en muy poco para silenciarlos.
Novaya Gazeta ha estado bajo constante presión durante la presidencia de Vladimir Putin. Hace casi quince años, Anna Politkovskaya, una periodista de investigación que trabaja para el periódico de Muratov y que narraba los abusos en la región de Chechenia, fue asesinada a tiros en Moscú. El caso cerró en falso el jueves. Mientras tanto, Ressa, crítica de la violencia policial durante la guerra antidrogas de Duterte, se ha visto envuelta en casos de difamación y evasión fiscal. Hoy en día, Filipinas sigue siendo uno de los países más peligrosos del mundo para los periodistas.
Pero el Nobel de este año celebra algo más que la destacada labor de sus destinatarios. Reconoce a muchos otros reporteros que ponen en riesgo su vida diariamente con la intención de mantener viva la democracia y la libertad de expresión. El premio es una victoria para la sociedad civil.
El año pasado, el número de periodistas que estuvieron en la cárcel fue récord, y la cantidad de trabajadores de medios que fueron asesinados aumentó en un tercio en comparación con 2019, cifras que hablan de un ataque global que está asfixiando la democracia. Según la última encuesta de Reporteros sin fronteras, el periodismo está total o parcialmente bloqueado en casi tres cuartas partes de los 180 países clasificados por la organización. Es una imagen sombría que pocos se detienen para asimilar, y mucho menos para considerar sus consecuencias.
Durante años, Rusia ha llevado a cabo una agresiva represión contra los medios independientes, etiquetándolos como “agentes extranjeros”, lo que obstaculiza su capacidad para operar. Pero hay presiones cotidianas más generalizadas, incluida aquella sobre los propietarios de los medios de comunicación, un creciente aumento de poder para los medios estatales y el fomento a la desinformación por parte de los poderosos. Sin mencionar los problemas financieros básicos que reducen la capacidad de cualquier organización de recopilación de noticias para investigar e informar adecuadamente.
Es significativo, en ese sentido, que el comité eligiera a dos periodistas diferentes, que trabajan en diferentes partes del mundo, bajo diferentes regímenes políticos. Filipinas sigue siendo una democracia, aunque algo magullada por los años de Duterte en el poder. A Rusia resulta un poco más complicado etiquetarla en esa categoría. Pero la libertad de expresión, asaltada por los demagogos y la desinformación, está bajo fuego en todas partes y, por extensión, también lo está la democracia y la paz. Basta voltear a ver los años de Donald Trump en la Casa Blanca para recordar una época en la que incluso en Estados Unidos, donde la libertad de prensa está garantizada por la Constitución, el presidente se refirió a los medios críticos como “enemigos del pueblo”.
El Premio Nobel a menudo es criticado por otorgar premios a aquellos que no han logrado lo suficiente. Ciertamente, el comité no siempre ha acertado en sus elecciones. Pero entiende muy claramente su papel como una fuerza amplificadora, una que tiene en cuenta no solo lo que los individuos han logrado, sino los efectos positivos que la atención podría traer al tema en cuestión. El premio proclamó en voz alta, en palabras de Ressa al escuchar el anuncio, que un mundo sin hechos significa un mundo sin verdad ni confianza. Y uno en el que no se puedan vencer gigantes desafíos a los que nos enfrentamos todos como el coronavirus y el cambio climático.
También hay riesgos, claro. A los regímenes puede que no les guste que se elogie a sus críticos, y las consecuencias podrían ser aún más duras. Pero para quienes viven en países como la Rusia de Putin, esos riesgos son el pan de cada día.