Desde al menos la década de 1980, investigadores han explorado el poder del ejercicio para combatir la depresión.
Durante mucho tiempo, el neurocientífico Jonathan Roiser se mostró escéptico ante la idea, pero comenzó a reconsiderar su posición después de que el Gobierno del Reino Unido permitió que las personas salieran una hora al día durante los cierres por COVID para hacer ejercicio.
“Eso me empujó a investigar y buscar si había alguna evidencia”, recuerda Roiser, profesor del University College London.
Le sorprendió encontrar gran cantidad de investigaciones que afirmaban que el ejercicio puede ayudar con los síntomas depresivos. Y le intrigó descubrir que directrices del Reino Unido animaban a los médicos a recomendar a los pacientes actividades como trotar, nadar y bailar para mejorar su sensación de bienestar.
“Tal vez como resultado del COVID, la gente se está interesando más en esta idea”, dice Roiser, cuyo grupo de investigación ha comenzado a centrarse en la influencia del ejercicio en el cerebro.
En las últimas semanas, dos nuevos estudios en el British Journal of Sports Medicine reforzaron la nueva convicción de Roiser de que el ejercicio puede desempeñar un papel importante en el tratamiento de la depresión.
El primero, dirigido por Andreas Heissel de University of Potsdam en Alemania, revisó 41 de los estudios más rigurosos sobre el tema que incluyeron un total de 2,200 adultos que habían sido diagnosticados con trastorno depresivo mayor o que mostraban síntomas claros de depresión.
El documento concluyó que el ejercicio, especialmente el ejercicio aeróbico, es efectivo y debe plantearse como una opción de tratamiento.
Una revisión similar, dirigida por Ben Singh de University of South Australia, concluyó que la actividad física “debería ser un enfoque fundamental en el tratamiento de la depresión, la ansiedad y la angustia psicológica”.
“Estos dos artículos nos dicen que el ejercicio es bueno”, dice Patrick Jachyra, profesor asistente de ciencias del deporte y el ejercicio en Durham University en Inglaterra.
Sin embargo, hay algunas advertencias. Primero, los estudios de ejercicio han estado “plagados” por el desafío del efecto placebo. En los ensayos clínicos de medicamentos, las personas generalmente no saben si están recibiendo el medicamento que se está evaluando.
Pero con el ejercicio, las personas saben que están haciendo ejercicio con regularidad (la psicoterapia enfrenta el mismo desafío). Otro obstáculo: para muchas personas con síntomas depresivos, hacer ejercicio es una de las últimas cosas que quieren hacer.
Sin embargo, Jachyra y Roiser, que no participaron en los nuevos estudios, se sienten animados por las señales de que las autoridades en salud de todo el mundo están comenzando a adoptar el ejercicio como medida preventiva de salud mental y como tratamiento para la depresión.