El juicio antimonopolio de Microsoft, que celebrará su vigésimo aniversario este otoño, comenzó con el equivalente legal a shock y asombro. Para sorpresa de todos en el tribunal, el abogado litigante del Gobierno, David Boies, decidió usar videos del testimonio de Bill Gates como parte de su declaración inicial.
Un abogado del Departamento de Justicia tocó el botón de un computador portátil, y Bill Gates apareció súbitamente en una pantalla, complicado, evasivo e incluso a veces falso, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su desprecio por el proceso legal al que estaba siendo sometido. Luego otro toque del computador portátil y un correo electrónico interno de Microsoft reemplazó el video, con una o dos oraciones destacadas.
Invariablemente, las oraciones resaltadas socavarían lo que acabábamos de oír decir a Bill Gates. "¿Cuánto tenemos que pagarte para joder a Netscape?", se cita a Gates en un correo electrónico después de una reunión con AOL. Microsoft quiere "cortar el suministro de aire de Netscape", decía en otro. Al término del primer día del juicio de Microsoft, la sala del tribunal estaba impaciente.
Para cualquiera que cubrió el juicio, como yo lo hice, fuegos artificiales como ese, que parecían casi un hecho cotidiano, son lo que más quedó en la memoria. Pero quiero centrarme en algo que sucedió después de los fuegos artificiales, algo que no se recuerda mucho, cuando llegó la hora de que el juez Thomas Penfield Jackson tomara su decisión.
La acusación esencial del Gobierno era que Microsoft, temiendo que Netscape de alguna manera pudiera socavar su importantísimo sistema operativo Windows, utilizó su poder de monopolio para forzar a la industria informática a usar su navegador, no el de Netscape. La evidencia claramente mostró que Microsoft Corp. fue culpable de hacer exactamente eso.
Además, la arrogancia de los testigos de Microsoft enfureció a Jackson. Mucho antes de que terminara el juicio, era una conclusión inevitable que Jackson encontraría que Microsoft había violado las leyes antimonopolio de la nación. Lo que fue sorprendente fue la reparación. Jackson dictaminó que Microsoft debería dividirse.
La idea, que vino del Departamento de Justicia, era que la división Windows, de Microsoft, se separara para formar una compañía, mientras que sus divisiones de aplicaciones, incluida Office, serían una segunda compañía.
De ocurrir, la compañía de Windows ya no tendría ningún incentivo para favorecer los productos de Microsoft, y podrían elegir qué aplicaciones instalar basándose solo en el mérito. Y la compañía de aplicaciones podría innovar sin preocuparse por su efecto en Windows, que para Microsoft era el sol, la luna y las estrellas. Como lo expresó el Gobierno:
Separar la propiedad y el control del negocio de sistemas operativos de Microsoft de sus otros negocios, creará incentivos para que Office, de Microsoft, y sus otras aplicaciones extraordinariamente valiosas estén disponibles para sistemas operativos rivales cuando eso sea eficiente y rentable –en otras palabras, en respuesta a las fuerzas ordinarias del mercado–, en lugar de ser retenido estratégicamente, sacrificando las ganancias y en perjuicio de los consumidores, para proteger el monopolio del sistema operativo Windows.
Por desgracia, la reparación no se mantuvo, y es por eso que nadie lo recuerda. El tribunal de apelaciones, que anuló el fallo, y la administración entrante de George W. Bush no tuvieron estómago para reventar a Microsoft. Finalmente, las reparaciones impuestas a la compañía fueron mucho menos severas.
Y aunque el juicio de Microsoft cambió el comportamiento de la compañía –nunca más intentó usar su poder de monopolio para aplastar a un rival–, una cosa no cambió; por los siguientes 15 años más o menos, el enfoque principal de Microsoft fue proteger a su gallina de los huevos de oro: Windows.
Lo que trae todo esto a la mente no es solo el próximo aniversario del juicio, sino que las ganancias trimestrales más recientes de Microsoft, que informó la semana pasada. Las cifras fueron impresionantes, especialmente para una empresa del tamaño de Microsoft. Los ingresos, de US$ 26,800 millones, aumentaron un 16%. Los márgenes brutos crecieron un 16%.
El ingreso operativo aumentó un 23%. Las ganancias por acción de 95 centavos crecieron un 36%. Los analistas que cubren la compañía describieron los resultados de forma casi unánime como el mejor trimestre en años.
Microsoft ha convertido su división de computación en la nube en un negocio de US$ 20,000 millones al año, solo detrás de Amazon. Office, que se ha transformado en un servicio de suscripción para las empresas que lo usan, es un poderoso impulsor de ganancias. Su incursión en los medios sociales, LinkedIn, registró un crecimiento de los ingresos del 37% y se acerca a los US$ 6,000 millones al año.
Y, sí, Windows todavía genera miles de millones, pero como mi colega de Bloomberg Shira Ovide señaló el mes pasado, el porcentaje de ingresos de Microsoft generado por Windows ha disminuido de 28 a alrededor de 16 desde 2010. Tanto su negocio de Office como su negocio en la nube son más grandes.
Y ese es el verdadero punto. El éxito reciente de Microsoft está mucho más relacionado con su voluntad tardía de dejar de actuar como si Windows fuera lo único que importara. Cuando Steve Ballmer renunció como presidente ejecutivo a principios del 2014, hubo muchas historias sobre sus fallas como el líder de toda la vida de la compañía. Pero su mayor punto ciego fue pasado por alto: nunca podría abandonar la mentalidad que había heredado de Gates, que todo en Microsoft estaba subordinado a Windows.
Aunque el sucesor de Ballmer, Satya Nadella, llevaba 22 años en la compañía antes de convertirse en el máximo ejecutivo, no tenía esa mentalidad. Al permitir que Windows se redujera a solo otro producto de software de Microsoft, liberó a la empresa para volverse más innovadora, y para construir nuevos negocios que no tenían nada que ver con su sistema operativo; que es más o menos lo que el Departamento de Justicia había predicho 20 años antes.
Hace tiempo que me pregunto qué hubiera pasado si Microsoft se hubiera dividido. El poder de las dos nuevas compañías habría disminuido radicalmente, pero eso le sucedió a Microsoft de todos modos, incluso sin haberse dividido. Nuevos competidores surgieron, como Apple y Google, y las nuevas tendencias se afianzaron, como el cambio a la informática móvil, que Microsoft nunca fue capaz de aprovechar, mucho menos dominar.
Una empresa Windows que no tuviera otro negocio bien podría haber tenido más éxito creando sistemas operativos para teléfonos simplemente porque no tenía otra opción. La innovación hubiera sido impulsada por la necesidad. Y una compañía de aplicaciones probablemente también habría ingresado a nuevos negocios antes y lo habría hecho de manera más inteligente por la misma razón.
Es posible que ambas compañías no hubieran sido tan poderosas como una vez lo fue el viejo Microsoft, pero probablemente no se habrían vuelto irrelevantes de la forma en que Microsoft lo fue por muchos períodos de la era Ballmer.
¿Es extraño pensar que algunos burócratas del Gobierno en la oficina antimonopolio del Departamento de Justicia tenían una mejor noción de cómo Microsoft podría mejorar su modelo de negocio que Bill Gates y Steve Ballmer? Tal vez sí, pero ellos realmente tuvieron razón. Eso es lo que Nadella muestra 20 años después, como lo demuestra su reciente desempeño financiero.
Por Joe Nocera
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