La ketamina, un anestésico común en medicina hasta que ganó mala fama como droga de discotecas, vive una nueva juventud gracias a las consultas de terapia psicodélica que aparecen como setas en Estados Unidos y que ofrecen “viajes” supervisados para mejorar la salud mental.
Elena Ocher, una neurocirujana de Nueva York, anestesista y doctora especializada en la gestión del dolor con 30 años de experiencia, asegura que la ketamina “no es nada nuevo”, ya que se estudia y utiliza en los hospitales desde hace décadas: “Es increíble el alboroto, no sé de dónde viene”, apostilla.
Ocher recibe a Efe en la nueva consulta de la clínica Nushama en la Gran Manzana, en un rascacielos cerca del céntrico museo MoMA, y se sienta en uno de los puf de color pastel donde sus pacientes pueden descansar tras un “viaje” terapéutico de unos 45 minutos inducido por una inyección intravenosa de ketamina.
Nushama es una de las varias clínicas de este tipo que han abierto en la ciudad en los últimos meses y ofrece “psicoterapias asistidas” con esta sustancia para pacientes “resistentes” diagnosticados con depresión, estrés postraumático o ansiedad, un tratamiento que suele durar seis sesiones y cuesta unos US$ 4,000.
Entrar en la consulta es como viajar a un paraje onírico, con ninfas dibujadas en las paredes y flores que cuelgan del techo en racimos. Los pacientes, recostados en un sillón antigravedad, se cubren los ojos con un antifaz mientras escuchan música relajante.
“No es una solución mágica, sino que te lleva a un punto en el que tienes fuerza para trabajar en ti misma”, explica bajo pseudónimo Andrea, una mujer de 36 años que recurrió a la ketamina cuando estaba en un punto “realmente oscuro”, tras superar un cáncer en la ya de por sí complicada era del coronavirus.
La paciente, que tenía una depresión “paralizante”, ansiedad y estrés postraumático, asegura que ha pasado de “no recordar lo que es ser feliz” a encarar el día, hacer ejercicio, comer sano, trabajar con ganas y, sobre todo, “no sentir resentimiento por haber tenido cáncer, ni sentimientos remanentes negativos”.
“La sensación es única, algo que nunca había experimentado. Me sentí segura, con amor por todos los seres. Eso se queda contigo y en cada sesión se acumula”, sostiene Andrea, que terminó el tratamiento hace cinco meses y cuenta que su médico le ha retirado los fármacos antiestrés y está reduciendo su dosis de antidepresivos.
“El salvaje oeste”
Nushama ha abierto tres locales en Nueva York en medio año y planea expandirse, en la estela de otras empresas especializadas en las terapias con ketamina como Field Trip Health o Mindbloom, que forman parte de unas 300 clínicas operativas a nivel nacional, según el portal BestKetamineClinics.
Ocher insiste en que su experiencia y acreditaciones garantizan seguridad en este creciente mercado que ofrece la sustancia para un uso no regulado (lo que se conoce como “off the label”), incluso aunque las dosis sean entre tres y cinco veces más bajas que para fines anestésicos.
Y es que el único producto de ketamina con luz verde de los reguladores para la salud mental en Estados Unidos es la esketamina, un espray intranasal desarrollado por Janssen que en el 2019 se convirtió en el primer método nuevo que se aprobaba en 25 años contra la depresión.
“Por qué hacemos esto: creo que por ahí las cosas son el Salvaje Oeste. Los médicos tenemos que dar un paso y decir: no queremos que esto esté en manos de ‘chamanes’, añade Ocher, consciente de la popularidad de las sustancias psicodélicas con su progresiva legalización y aceptación social en el país.
La pandemia ha empeorado la salud mental para muchas personas, pero antes de eso Estados Unidos ya se caracterizaba por altos niveles de ansiedad, explica la profesional, que viene “de la medicina rusa” y aboga por la prevención frente al mero consumo de fármacos recetados y “altamente adictivos”.
En ese sentido, Ocher desdeña el estigma de la ketamina como droga de la cultura ‘rave’, rechaza que pueda generar adicción si los profesionales ejercen un “control ajustado” y comenta que, como anestesista, suele recibir a pacientes “sanos” con numerosas prescripciones: “Todo el mundo consume ‘benzos”, dice.
Desde los años 2000, varios estudios pequeños han arrojado buenos resultados en el uso de la sustancia para tratar la depresión grave y otras enfermedades mentales, pero persisten las preocupaciones por la falta de datos sobre su seguridad y eficacia a largo plazo.
En el 2017, un grupo de trabajo de la Asociación Americana de Psiquiatría emitió un comunicado de consenso reconociendo que los estudios son reducidos y, dado que es “poco probable” que se completen otros a gran escala, recomendaba diagnósticos exhaustivos, revisiones de historiales médicos y consentimiento informado.