Therese Raphael
El Reino Unido fue el primer país en aprobar una vacuna contra el COVID-19; ahora se ha convertido en el primero en aprobar un tratamiento contra el COVID para ser administrado en el hogar. El jueves, el regulador de medicamentos británico, MHRA, dio luz verde al fármaco antiviral molnupiravir, producido por Ridgeback Biotherapeutics y Merck & Co. Se demostró en ensayos que el medicamento reduce a la mitad el riesgo de hospitalización o muerte en personas con cuadros leves a moderados de la enfermedad.
El secretario de Salud del Reino Unido, Sajid Javid, dijo que era un “día histórico para nuestro país”. Es posible que, por una vez, eso no sea una exageración. Más allá de Gran Bretaña, el nuevo fármaco debería ser un recordatorio de la importancia de los antivirales en la lucha contra esta y futuras pandemias. El viernes, el anuncio de Pfizer Inc. de resultados aún mejores para su remedio para el hogar –una reducción del 89% de las hospitalizaciones y muertes en ensayos de fase avanzada– sugiere que no se quedará muy atrás. Pfizer, cuyas acciones subieron tras la noticia, está buscando una autorización para uso de emergencia en Estados Unidos.
La aprobación del molnupiravir y el avance de Pfizer no podrían ser más oportunos para el Reino Unido. Gran Bretaña ha tenido una tasa de contagio por COVID obstinadamente alta. Aunque la ola más reciente no ha provocado un aumento marcado en el número de muertes por el virus, los hospitales enfrentan una enorme acumulación de procedimientos retrasados, las salas de COVID están más llenas de lo que es cómodo y existe la preocupación de que una complicada temporada de influenza pueda arrastrar un servicio de salud sobrecargado a una crisis más profunda.
A pesar de que tenemos vacunas y mejores tratamientos hospitalarios como la dexametasona, se considera que una forma segura de tratar el COVID en el hogar es clave para vivir con el virus. A medida que disminuye la inmunidad de las vacunas, más personas que han completado su esquema de vacunación contraen COVID, lo que aumenta los riesgos de transmisión, así como las enfermedades posvirales y el llamado COVID prolongado.
El molnupiravir se recetará solo para aquellos con al menos un factor de riesgo de desarrollar un cuadro grave de la enfermedad, como obesidad, diabetes o edad avanzada (más de 60 años). El antiviral se presenta en píldoras, lo que facilita su administración en el hogar y difiere del remdesivir, de Gilead Science, el otro tratamiento aprobado, que se administra por vía intravenosa en hospitales para casos más graves.
La implementación de un tratamiento ha sido una prioridad del Gobierno del Reino Unido, en parte debido a las presiones sobre el Servicio Nacional de Salud. En mayo, el primer ministro Boris Johnson prometió que Gran Bretaña pronto encontraría un arma para “detener al covid en seco”. Se creó un nuevo grupo de trabajo, inspirado en el exitoso Grupo de Trabajo sobre Vacunas, para identificar las terapias que se utilizarían una vez que las personas se infectan.
El mes pasado, el Grupo de Trabajo sobre Antivirales anunció acuerdos para dos nuevos tratamientos. Uno para 480,000 esquemas de molnupiravir; el otro para 250,000 esquemas del tratamiento de Pfizer que incluye ritonavir (un medicamento utilizado para tratar infecciones por VIH) junto con PF-07321332 (que está diseñado para bloquear la acción de una enzima clave que el virus necesita para multiplicarse).
Estos medicamentos también serán de gran ayuda para sus fabricantes. Merck, que planea elaborar 20 millones de esquemas del medicamento en 2022 además de los 10 millones de este año, ha dicho que espera que molnupiravir genere hasta US$7,000 millones en ingresos globales para fines del próximo año (en comparación con los US$14,000 millones del año pasado en ventas de su exitoso medicamento contra el cáncer Keytruda y US$5,000 millones para su medicamento contra la diabetes Januvia); un impulso para una empresa cuyos productos estrella se han visto afectados por la disminución en los servicios de detección y atención médica producto de la pandemia. Pfizer está un poco más atrás, ya que espera fabricar 180,000 esquemas de su tratamiento para fines de este año, lo que aumentaría a 50 millones para fines de 2022.
Si estos avances proporcionan un estímulo a la industria terapéutica en general, sería de gran beneficio. Es difícil atacar los virus con medicamentos, porque están en constante cambio; para los 220 virus que se sabe que infectan a los seres humanos, solo hay unos 10 antivirales eficaces. El descubrimiento de fármacos para enfermedades infecciosas generalmente no ha sido una gran prioridad entre las compañías farmacéuticas, lo cual no es sorprendente ya que los costos de desarrollo (fácilmente más de US$1,000 millones) y el tiempo que lleva sacar un nuevo fármaco al mercado (fácilmente una década) los convierten en proyectos de alto riesgo y potencialmente con baja recompensa financiera.
Realizar pruebas antivirales también requiere niveles muy altos de bioseguridad en las instalaciones, que son costosas de construir y requieren un alto nivel de capacitación. Solo un pequeño porcentaje de los medicamentos que llegan a los ensayos clínicos recupera su inversión de capital inicial. A menudo, se ponen en marcha los trabajos para un virus que se desvanece antes de que se produzca un progreso médico, por lo que el proyecto se archiva. Esto sucedió durante el brote de SARS de 2003.
Dado el costo y el tiempo que lleva desarrollar nuevos antivirales, no es de extrañar que nuestra mejor esperanza para tratar el covid-19 provenga de medicamentos que se están desempolvando y ahora se están comenzando a reutilizar. El molnupiravir no se concibió como un tratamiento para el COVID-19, sino que fue desarrollado en la empresa sin fines de lucro Drug Innovation Ventures en Emory (DRIVE), de la Universidad de Emory, para tratar el virus de la encefalitis equina venezolana. El nuevo tratamiento de Pfizer se ha adaptado a uno desarrollado durante la crisis del SARS.
Actualmente se están desarrollando varios antivirales candidatos. La pandemia ha puesto de relieve la importancia de una estrategia para apoyar los antivirales de amplio espectro a diferencia de los medicamentos que buscan contrarrestar un solo virus.
El tratamiento también podría ser de gran ayuda en la lucha contra cuadros graves de COVID-19 en países en desarrollo. La semana pasada, Merck anunció que había firmado acuerdos de licenciamiento para un amplio acceso al medicamento en 105 países de ingresos bajos y medianos una vez que se reciba la aprobación regulatoria. Esto permite fabricar versiones genéricas del medicamento, aunque mucho depende de los regímenes de prueba en esos países y los canales de distribución, ya que el medicamento debe tomarse pocos días después del contagio.
Como ocurre con cualquier fármaco, también existen riesgos. Si bien Merck ha dicho que confía en que el medicamento será seguro si se usa según lo previsto, algunos investigadores dicen se necesitan más datos de seguridad. La preocupación es que las propiedades “mutagénicas” del compuesto (el fármaco actúa obligando al virus a mutar contra sí mismo) puedan causar daño al huésped o acelerar la propia capacidad del virus de desarrollar resistencia. Se excluyó a las mujeres embarazadas de los ensayos, y tanto hombres como mujeres debieron abstenerse de tener relaciones sexuales o usar anticonceptivos. Será interesante ver si la FDA concuerda con la MHRA. EE.UU. ya ha comprado 1.7 millones de esquemas por US$1,200 millones, lo que se desglosa en alrededor de US$700 por cada esquema de cinco días. El medicamento de Pfizer, un inhibidor de la proteasa que evita que el virus se replique, podría ser una decisión más sencilla.
Para Gran Bretaña y cualquier otro lugar que autorice estos nuevos tratamientos, el delicado equilibrio estará en garantizar que esta nueva línea de defensa no afecte la aceptación de las vacunas de refuerzo. Ellas son mucho más eficaces ya que evitan que las personas se enfermen en la mayoría de los casos.
Si bien hay mucho que celebrar sobre los nuevos tratamientos y vacunas, un virus que todavía reclama una parte considerable de los recursos de salud y costos personales entre los contagiados amerita una continua vigilancia.