Las redes sociales son un campo minado de ansiedades adolescentes, como cualquier padre puede atestiguar. Numerosos estudios sugieren una conexión entre el uso excesivo de plataformas en línea (y los dispositivos utilizados para acceder a ellas) y tendencias preocupantes en la salud mental de los adolescentes, entre las que se incluyen tasas más altas de síntomas depresivos, menor felicidad y un aumento de pensamientos suicidas.
Incluso en este sombrío contexto, Instagram, la popular aplicación para compartir fotos propiedad de Facebook Inc., se destaca. Su entorno repleto de estrellas, brillante, hedonista, implacablemente sexualizado, parece finamente calibrado para desestabilizar la mente adolescente. Algunos estudios incluso han relacionado la plataforma con trastornos alimentarios, reducción de la autoestima y más.
Dicho esto, tal vez no sorprenda que un esfuerzo de investigación interno en la compañía, revelado la semana pasada, encontrara que los adolescentes asocian el servicio con una serie de problemas de salud mental.
“El 32% de las adolescentes dijeron que cuando se sentían mal con sus cuerpos, Instagram las hacía sentir peor”, dice una diapositiva. “Los adolescentes culpan a Instagram por los aumentos en la tasa de ansiedad y depresión”, dice otra. “La reacción fue espontánea y consistente en todos los grupos”.
Si a Facebook le preocuparon estos hallazgos antes de que se hicieran públicos, no hizo mucho. En julio, Instagram implementó varios cambios de política que, según dijo, tenían la intención de proteger a los adolescentes, entre estos está limitar la forma en que los anunciantes pueden dirigirse a los usuarios y configurar sus cuentas como privadas de forma predeterminada.
“Instagram se ha dedicado a pensar realmente en la experiencia que tienen los jóvenes”, dijo un representante de la compañía en ese momento.
Desafortunadamente, todo ese pensamiento reflexivo produjo un resultado incoherente. En la misma publicación en la que Facebook anunció los cambios, también admitió que estaba avanzando en una nueva versión de Instagram dirigida a niños menores de 13 años.
Llamado Instagram Youth, el concepto era tan obviamente desagradable que se ganó el oprobio de los expertos en salud y defensores del consumidor, legisladores de ambos partidos y casi todos los fiscales generales estatales del país.
Una carta de expertos en salud difícilmente podría haber sido más tajante. “El enfoque incesante de la plataforma en la apariencia, la autopresentación y la marca presenta desafíos para la privacidad y el bienestar de los adolescentes”, señala.
“Los niños más pequeños están aún menos preparados para enfrentar estos desafíos, ya que durante esta ventana crucial de desarrollo están apenas aprendiendo a navegar las interacciones sociales, las amistades y su sentido interno de fortalezas y desafíos”.
Facebook justifica este plan con la teoría (bastante descarada) de que, dado que en gran medida no ha logrado mantener a los niños alejados del Instagram para adultos, la versión para niños “reduciría el incentivo para que los niños menores de 13 años mientan sobre su edad”.
Todo esto se podría atribuir a la falta de tacto habitual de Facebook. Sin embargo, el trato que la empresa ha dado a los jóvenes ha sido especialmente irresponsable. Durante años, se negó a realizar cambios que evitaran que los niños realizaran cargos con tarjetas de crédito en su plataforma.
En el 2016, comenzó a pagar a los jóvenes, incluidos los menores, US$ 20 al mes por usar una aplicación que le brindaba a la empresa acceso total a su actividad web y telefónica. Su aplicación Messenger Kids está dirigida a usuarios de tan solo 6 años, aunque los expertos han advertido que es muy probable que “socave el desarrollo saludable de los niños”. El hecho de que estos planes sigan saliendo horriblemente mal no parece ser un gran impedimento.
Uno se pregunta qué se puede hacer. Para empezar, los legisladores deberían presionar a Facebook para que descarte por completo la idea de Instagram Youth y haga un esfuerzo más serio para proteger a los adolescentes en todas sus plataformas.
El Congreso debería considerar extender las protecciones en línea existentes para niños a todos los usuarios hasta los 15 años, por ejemplo, y crear una expectativa legal de que los servicios se esfuercen más en evitar que los menores mientan sobre sus edades.
Si las empresas de plataformas se niegan a tomar este problema más en serio, sería posible que en un futuro se necesiten regulaciones más estrictas, tal vez basadas en el código de diseño apropiado para la edad del Reino Unido.
En conclusión, las redes sociales nos resultan bastante complicadas a los adultos. Definitivamente, no son lugar para los niños.