Diferencias. En la crisis del 2007-2009, las autoridades canalizaron liquidez al sistema financiero inyectando capital a los bancos. En esta ocasión, el reto es que las empresas cuenten con efectivo. (Foto: Bloomberg)
Diferencias. En la crisis del 2007-2009, las autoridades canalizaron liquidez al sistema financiero inyectando capital a los bancos. En esta ocasión, el reto es que las empresas cuenten con efectivo. (Foto: Bloomberg)

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Cuando uno tiene enfrente a un shock apabullante, es natural remitirse a experiencias pasadas. A medida que el avanza, inversionistas y funcionarios públicos se esfuerzan para encontrarle sentido a las violentas variaciones en los mercados financieros de las últimas dos semanas. Para muchos, la referencia obvia es la crisis del 2007-2009.

De hecho, hay algunas similitudes. Las bolsas se han hundido, el precio del petróleo se redujo por debajo de US$ 40 el barril y ha habido una oleada de recortes de las tasas de interés en la y otros bancos centrales. Los traders están en pie de lucha —con un número creciente trabajando desde sus casas—.

Sin embargo, la comparación con la última gran crisis es errónea, aparte que pasa por alto dos peligros financieros que la pandemia ha avivado. La severidad del shock, hasta ahora, no se compara con la del 2007-2009: las bolsas han caído 20% mientras que en la crisis hipotecaria lo hicieron en 59%. Además, el monto de deuda tóxica es limitado y fácil de identificar.

Alrededor del 15% de bonos corporativos de empresas no financieras fue emitido por petroleras y otras que han sido afectadas duramente por el virus, como y . El sistema bancario, embutido de capital, todavía no siente los efectos; las tasas de interés de préstamos interbancarios están bajo control. Cuando los inversionistas entran en pánico ante el fin de la civilización, se apresuran a comprar dólares, la divisa de reserva. Eso todavía no ha ocurrido.

La naturaleza del shock también es distinta. La crisis del 2007-2009 provino del sistema financiera, mientras que el virus es primordialmente una emergencia sanitaria. Los mercados suelen estremecerse cuando existe incertidumbre sobre las proyecciones a seis o doce meses, incluso cuando la situación parece calmada en el presente —como ocurrió con la caída de precios de los activos a principios del 2008, mucho antes de los defaults hipotecarios—.

Hoy, el horizonte temporal es inverso: no está claro qué sucederá dentro de unas semanas, pero es bastante seguro que dentro de seis meses la amenaza habrá amainado. Otra diferencia es que, en lugar de tambaleantes bancos de o defaults hipotecarios en condominios de Florida, son otros los dos riesgos que acechan.

El primero es una contracción de la liquidez en un rango muy amplio de empresas alrededor del mundo, pues las cuarentenas están obligándolas a cerrar oficinas y fábricas. Una “prueba de estrés” básica realizada a empresas que listan en bolsa indica que entre 10% y 15% podría enfrentar problemas de liquidez. Los mercados de bonos corporativos, que exigen términos contractuales precisos y pagos regulares, no son buenos para reducir esta corta pero precaria brecha.

En la crisis del 2007-2009, las autoridades canalizaron liquidez al sistema financiero inyectando capital a los bancos, garantizando sus pasivos y estimulando los mercados de bonos. En esta ocasión, el reto es que las empresas cuenten con efectivo. Es fácil hacerlo en China, donde la mayoría de bancos está controlada por el Estado y hace lo que se le dice: el crédito aumentó 11% en febrero, respecto del mismo mes del 2019.

En Occidente, donde los bancos son privados, será necesario contar con gerentes informados e inteligentes, retocar reglas y que los reguladores persuadan a las entidades financieras a mostrar tolerancia con los atrasos en los pagos de préstamos. Los gobiernos tienen que ser creativos en torno al uso de beneficios tributarios y otro tipo de medidas fiscales orientadas a canalizar efectivo hacia empresas afectadas. En este sentido, mientras Estados Unidos titubeaba, Reino Unido sentó un buen ejemplo la semana pasada.

El segundo peligro que hay que vigilar es la . Apenas ha estado creciendo, como mucho. Las tasas de interés de referencia ya están por debajo de 0%. Si bien sus bancos están más saludables que el 2008, todavía están débiles comparados con sus primos estadounidenses. Si se les analiza por el costo para cubrir el riesgo de default, ya hay nerviosismo en Italia, la única economía grande de la eurozona donde los costos de financiamiento de los bancos se han incrementado. El peligro es que el Banco Central Europeo, los gobiernos nacionales y los reguladores no trabajen de forma coordinada.

Cada shock financiero es diferente. En 1930, los bancos centrales dejaron que los bancos privados quiebren. El 2007, poca gente había oído de las hipotecas subprime que estaban a punto de estallar. El actual shock financiero ya no pertenece a esa categoría, pero el temor provocado por el virus del 2020 sí genera riesgos financieros que necesitan ser tratados, y rápido.