De la edición impresa
Ninguna compañía fundada en Europa en las últimas cuatro décadas está hoy valorizada en más de US$ 100,000 millones. En cambio, los emprendedores en Estados Unidos han superado esa marca una docena de veces, entre ellos los fundadores de Amazon, Cisco y Home Depot.
China tendrá pronto más de esos leviatanes corporativos que la Unión Europea (UE). La canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron figuran entre quienes piensan que han hallado una solución a esta importancia relativa: permitir que las compañías europeas se fusionen entre ellas para así ingresar a la primera división.
Solo los políticos más estrechos de miras siguen añorando a las “campeonas nacionales” de antaño, que eran de propiedad estatal. Pero un número creciente considera que se necesitan “campeonas europeas” que sean capaces de competir globalmente.
Merkel ha hecho un llamado para que las normas sobre competencia sean “modernizadas” a fin de que puedan surgir gigantes europeas. En tanto, Macron, quiere que el tema ocupe un lugar prioritario en la campaña para las elecciones del Parlamento Europeo del 2019.
Desde empresas fabricantes de anteojos hasta acereras, y desde bolsas hasta ferroviarias, las propuestas de fusiones transfronterizas son respaldadas por los políticos como la única forma de que puedan enfrentarse a sus rivales chinas y estadounidenses. Sin embargo, existen dos motivos para que se enciendan las alarmas.
Falta más competencia
El primero es que, en cuestión de competencia, Europa ya tiene un problema. Un estudio próximo a publicarse de Chiara Criscuolo y otros, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), muestra que en cada sector, la participación de mercado promedio de las primeras cuatro empresas europeas se ha elevado en tres puntos porcentuales desde el 2000.
Por su parte, el flujo de efectivo disponible de las empresas no financieras, como porcentaje del PBI, está bien por debajo de su promedio de los últimos 20 años. Cuando la concentración aumenta y las ganancias son altas y continuas, la solución no es hacer que las grandes compañías crezcan aún más.
Los empresarios industriales sostienen que una mayor dimensión les hará más eficientes y que tendrán mejores probabilidades de prosperar globalmente. En ocasiones, el gran tamaño da buenos resultados: la gigante aeroespacial Airbus es un caso de éxito transfronterizo.
Pero las transacciones monumentales estrangulan la competencia. Un ejemplo es la descomunal propuesta de fusión entre las operaciones de la alemana Siemens y la francesa Alstom —que fabrica material rodante ferroviario y señales para vías férreas—.
En algunos mercados ferroviarios, la compañía resultante sería tres veces más grande que su principal competidora. La comisaria de Competencia de la UE, Margrethe Vestager —una persona con mentalidad independiente—, parece escéptica de que la unión Siemens-Alstom sería buena para los consumidores. Su recelo es justificado.
Peligro político
La segunda preocupación es de índole política. A medida que aumenta el entusiasmo de Merkel y Macron por la lógica de las grandes fusiones, se corre el riesgo de que las voces en favor de la competencia en Europa comiencen a apagarse.
Reino Unido, históricamente un defensor incondicional del libre mercado, está consumido por el embrollo del Brexit. La Comisión Europea (el órgano ejecutivo de la UE) posee un sólido historial de plantarles cara a los gobiernos en asuntos como las ayudas estatales, pero el mandato de Vestager terminará el próximo año.
Además, se puede utilizar el argumento de la existencia de sospechas sobre participación de inversión china, a menudo justificadas, para obstaculizar que cualquier compañía foránea adquiera una de la UE.
Mercado de servicios
Si las fusiones que menoscaban la competencia no son la manera de crear compañías ganadoras, ¿cuál es? Después de todo, comparadas con sus rivales chinas y estadounidenses, las empresas europeas afrontan dificultades debido a que los mercados del Viejo Continente son muy fragmentados.
Sería positivo para los negocios europeos de todo tamaño que se facilite que, digamos, una empresa irlandesa pueda atender a un cliente portugués como en Estados Unidos lo hace una de Texas con un cliente neoyorquino.
El “mercado común” de la UE está diseñado para bienes, pero no funciona tan bien para los servicios —que representan más del 70% de la economía del bloque—. Es urgente que el debate en torno a una mayor integración de los mercados de capitales y de servicios digitales se convierta en acciones concretas. También se requiere más financiamiento para la investigación de base, a fin de impulsar la innovación.
Los CEO europeos se quejan de que China y Estados Unidos inclinan el campo de juego a favor de sus empresas, ya sea mediante políticas comerciales como “Estados Unidos primero” o los créditos chinos con tasas de interés inferiores a las de mercado.
Pero eso no es motivo para que la UE haga lo mismo. El mercantilismo generaba ventajas que favorecían a las empresas, pero no a las economías ni a los consumidores. La respuesta ante otros países que otorgan un trato injusto a sus ciudadanos y contribuyentes no es emularlos, sino promover la competencia.
Traducido para Gestión por:
Antonio Yonz Martínez