China enfrenta su reto económico más grave desde las reformas de Deng Xiaoping, en los 90. El año pasado, su PBI creció 5%, pero los pilares del milagro tambalean. Su fuerza laboral está disminuyendo, el boom inmobiliario más frenético de la historia ha terminado y el sistema global de libre comercio que este país utilizó para enriquecerse se desintegra. La respuesta del presidente Xi Jinping es un plan para rehacer la economía china a fin de que domine las industrias del mañana, pero sus contradicciones decepcionarán a su población y enojarán al mundo.
El ánimo es sombrío. Los consumidores están deprimidos, muchos emprendedores, desilusionados, y la deflación acecha. Detrás de esa angustia hay temor ante las vulnerabilidades de China. Se proyecta que su fuerza laboral caerá 20% para el 2050 y tomará años reparar una crisis en el sector inmobiliario (que representa 20% del PBI). Las relaciones con Estados Unidos continúan frágiles. Funcionarios chinos están convencidos de que ese país restringirá más importaciones y penalizará a más empresas chinas, quienquiera que gane la Casa Blanca en noviembre.
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La estrategia de China para salir del estancamiento gira en torno a unas “nuevas fuerzas productivas” y descarta los grandes estímulos al consumo para reactivar la economía. En lugar de ello, Xi quiere que el poder estatal acelere la manufactura avanzada, lo que creará empleos altamente productivos, haciendo de China autosuficiente y segura frente a la agresión estadounidense. Se dejará atrás el acero y los rascacielos para dar paso a una era de producción masiva de autos eléctricos, baterías, biomanufactura y la “economía de baja altitud” (basada en drones).
El alcance del plan es impresionante. The Economist estima que la inversión en esas fuerzas ha alcanzado US$ 1.6 billones, monto equivalente al 43% de toda la inversión empresarial en Estados Unidos el 2023. La capacidad instalada en ciertas industrias podría aumentar 75% para el 2030. Algo correrá por cuenta de empresas de clase mundial, pero buena parte provendrá de subsidios y dirigismo estatal. Las empresas foráneas son bienvenidas, pese a que muchas han sido maltratadas.
La meta de Xi es invertir la relación de fuerzas en la economía global: China se librará de la dependencia en la tecnología occidental y también controlará gran parte de la propiedad intelectual en nuevas industrias, y cobrará regalías. Las multinacionales irán a China a aprender.
Sin embargo, el plan de Xi está mal orientado. Un defecto es que ignora a los consumidores. Aunque su gasto eclipsa al inmobiliario y a las nuevas fuerzas, solo representa 37% del PBI. Restaurar la confianza requiere estimular el gasto del consumidor, y para inducir a que ahorre menos, se necesita mejor protección social y reformas en servicios públicos. La renuencia de Xi a hacerlo refleja su mentalidad severa.
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Otra falencia es que la débil demanda interna hará que parte de la nueva producción se exporte. Lamentablemente, el mundo se ha alejado del libre comercio de inicios de siglo –en parte debido al mercantilismo chino–. Estados Unidos bloqueará importaciones avanzadas desde China o hechas por empresas del país. Europa está en pánico por las flotas de vehículos chinos que están acabando con sus automotrices. Funcionarios chinos dicen que pueden redireccionar las exportaciones a economías emergentes, pero si el desarrollo industrial de estas se viese perjudicado por un nuevo “shock chino”, también se pondrán recelosas.
El último defecto es la irreal visión que Xi tiene de los emprendedores, los dínamos de los últimos 30 años. La inversión en sectores favorecidos crece, pero el mecanismo de toma de riesgos ha sido dañado. Muchos CEO se quejan de lo impredecible que es Xi y temen purgas e incluso arrestos. Las valorizaciones bursátiles están en un mínimo de 25 años, hay signos de fuga de capitales y emigración de magnates.
China podría terminar pareciéndose al Japón de los 90, atrapada por la deflación y un desplome inmobiliario. Lo peor es que su modelo de crecimiento desequilibrado podría arruinar el comercio internacional, lo cual podría desencadenar mayores tensiones geopolíticas. Y si China sigue estancada y descontenta, puede volverse más belicosa que cuando está boyante.
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Si estas falencias son obvias, ¿por qué China no cambia el rumbo? Un motivo es que Xi no está prestando atención. Durante buena parte de los últimos 30 años, China ha estado abierta a opiniones sobre reforma económica, sus tecnócratas estudiaban las mejores prácticas y acogían vigorosos debates técnicos. Pero bajo el mandato centralista de Xi, los expertos económicos han sido marginados y los consejos que reciben los líderes se han transformado en adulación.
Otro motivo es que la seguridad nacional ahora tiene prevalencia sobre la prosperidad. China considera que debe estar preparada para enfrentarse a Estados Unidos, a cualquier precio. Es un cambio profundo respecto de los 90 y sus efectos adversos se sentirán en China y el resto del mundo.
Traducido por Antonio Yonz Martínez.
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