Analista económico
Pese a las frecuentes optimistas declaraciones y proyecciones del MEF y del BCR, así como las de varias entidades peruanas y multilaterales, es alta la probabilidad de que la economía peruana culmine el 2024 con un crecimiento nulo, similar al que ya se evidencia para el 2023.
De ser así, el Perú durante todo el quinquenio 2020-2024 no crecería prácticamente nada, para un país que necesita progresar 4% anualmente, al menos, para no seguir hundiéndose en la pobreza.
Cierto que tal quinquenio cubre el periodo más crítico del Covid-19, pero también suma el rebote propio del fin del mismo. Los factores internos y externos acaecidos luego de la pandemia están presentes y algunos agravándose.
Buena parte de los sectores de nuestra economía revelan decaimiento. Un ejemplo, vital para los más desposeídos, es el de la producción y productividad agrícola, que muestran una baja pronunciada, por inundaciones, sequías y pésima gestión en la importación de fertilizantes en el 2022. A ello se sumará el fenómeno de El Niño en los siguientes meses.
Los sectores de construcción, transportes, servicios, financiero, alojamiento, restaurantes, producción de bienes de consumo e intermedios, también dan demostraciones de retroceso.
La inflación, que daña especialmente a los estratos más desamparados, es posible que baje, un tanto por la política del BCR que impacta en un costo mayor de financiamiento, como por la disminución de la demanda de bienes y servicios, producto de que la población ha visto reducido su capacidad de compra, pues sus ingresos se han menoscabado y la cadena de pagos se ha fracturado.
La población más necesitada está agotando sus ahorros bancarios, ya han exprimido sus tarjetas de crédito, sus CTS, y quizá no haya más liberaciones de los fondos de las AFP. La morosidad del repago de deudas aumenta. La esperanza de que mejore la situación económica de las personas y de las empresas sigue decayendo. La informalidad sigue creciendo.
Un tema fundamental, negativo para la economía en el corto y largo plazo, es la retracción de las inversiones. Especialmente de las grandes, esas que crean muchos puestos de trabajo formales, cadenas de abastecimiento y aumento de ingresos tributarios.
Las empresas que se animan a invertir, son las pocas que desean bajar sus costos con nueva tecnología o expandir alguna línea de producción vigente, nada que impacte sustantivamente a la economía.
Además, cualquier inversión nueva importante de transporte, minera o energética toma, al menos, cinco años en implementarse. Por ello la economía peruana en el mediano plazo, 2025-2028, también estaría complicada, aún si en el 2024 se toman decisiones que alienten la inversión, especialmente de las privadas locales y las del exterior. Dudoso.
Hay muchas razones por las que pocos invierten en el Perú. Primero, la traba política entre el Congreso y el Poder Ejecutivo, donde su objetivo es durar como sea hasta el 2026, mientras su ineptitud y corrupción provocan una gestión estatal deplorable que nos van condenando a un fracaso económico mayúsculo y prolongado. Se ha perdido la confianza en el Estado.
Segundo, superar todas las regulaciones y trámites para esas posibles inversiones lleva excesivo tiempo. Se crean problemas para luego vender las soluciones vía coimas en los distintos niveles de gobierno. Y si el inversionista quiere recurrir al Poder Judicial, peor, pues ese componente del Estado está podrido. Resolver cualquier litigio toma muchos años.
Tercero, los potenciales inversores, en muchos casos, deben confrontar a grupos contrarios a sus planes de acción, algunos con argumentos válidos pero muchos otros con el afán de sacar provecho cuantioso, aún antes de poner la primera piedra. Los vándalos actuando por su cuenta o en complicidad con el gobierno local, regional o nacional, son una pared infranqueable, como se ha experimentado en la minería.
Cuarto, si la demanda mundial y nacional está reduciéndose, la recesión tocará casi todas las puertas en el 2024, entonces los inversionistas prefieren ser cautos y esperar que se despeje ese fenómeno y no arriesgar.
Quinto, los inversionistas importantes observan oscuro el panorama político, hacia las elecciones generales del 2026. Especulan que lo más probable es que buena parte de los ciudadanos, empobrecidos, se inclinen por alguien que les brinde liderazgo, esperanza y, especialmente, un cambio radical.
Si a ello se suma el temor que, con tantos partidos políticos que competirán, obtendremos un Congreso tan fragmentado y funesto como el actual. En tal escenario la débil economía reseñada para corto y mediano plazo, se convertiría en algo estructural de largo plazo que pagaremos con la tuya y con la mía.
En el lado positivo, los datos macroeconómicos del Perú muestran solidez, pero ello no es suficiente para atraer inversiones ni para que las calificadoras de riesgo revisen negativamente nuestra deuda soberana.
Nota aparte. Actualmente, el mundo atraviesa una etapa de diversas crisis humanitarias. Sin referirme a ellas directamente, es bueno recordar que en el Perú sufrimos una muy seria, con la pandemia del Covid-19 cuando la gente moría literalmente en las calles, sin que el gobierno atinara a realizar algo mínimamente efectivo para manejar esa tragedia, que mató a más de 200,000 compatriotas.
Hoy, con un Estado peruano fallido, vamos atravesando otra crisis humanitaria en el país. Una más anónima, donde la pobreza va aumentando y la gente muere de hambre, anemia, tuberculosis, dengue, cáncer y de otras enfermedades no atendidas. Algo tiene que cambiar y pronto, no sólo para evitar dicha fatalidad, sino también para que la violencia e inseguridad vigente no nos domine totalmente.