Periodista
¿Qué de nuevo nos han traído las entrevistas del presidente?, ¿qué se ha descubierto que no se supiera ya?, ¿qué revelación se ha presentado ante nosotros que nos haga cambiar de opinión, a favor o en contra?, ¿qué declaración o qué parte de las entrevistas nos han mostrado a un Pedro Castillo distinto al que hemos conocido, visto y escuchado a lo largo de estos pasados nueve meses de campaña electoral, de conteo de votos, y de presencia en Palacio de Gobierno?
Quizás lo único novedoso es que hemos accedido a una especie de compendio en vivo de las ya conocidas ausencia de visión, falta de capacidad, improvisación, pérdida de credibilidad, falta de transparencia, impericia política y falta de liderazgo del presidente. Asistimos a un resumen político de los últimos meses, narrado por el mismo protagonista en tres entrevistas; a una puesta en escena en tres actos de un drama o una tragicomedia ya conocida.
Y la mejor prueba de que estas entrevistas no han traído nada como para sorprenderse, son los comentarios que se han hecho sobre la actitud y el desempeño de los tres entrevistadores. Ellos –uno más que los otros– han sido más protagonistas –y más evaluados– que el entrevistado.
Si la última parte de la última entrevista no hubiera recordado lo de “mar para Bolivia”, frase de cinco años atrás, y no hubiera dado pie a lo de una manifiesta intención de entregar territorio y mar peruano a Bolivia, quizás las entrevistas nos hubieran dejado solo lo del penoso reconocimiento del aprendizaje, a seis meses de estar al frente del Gobierno; el deseo permanente del cambio de Constitución, y las repetidas negaciones y evasivas sobre las acusaciones y escándalos. Nada nuevo.
Aunque, a decir verdad, para nosotros sí hubo una sola cosa nueva. Nos pareció tan impactante y –quizás– más grave, un reconocimiento que pasó desapercibido para muchos –hasta para el entrevistador– cuando el presidente –el último día– admite haber conocido y conversado con Karelim López, después de haberlo negado más veces de las que Pedro negó a Cristo. Pero esto parece no importarle a nadie, a pesar de que es una confesión muy comprometedora.
Muy bien, pero mientras unos recién descubren las carencias y la desnudez del presidente, y otros las confirman, la gran pregunta es: ¿y ahora qué?, ¿qué nos espera después de esto?
El Gobierno quiere hacer control de daños y actúa de manera torpe, reaccionando tardíamente, y con cálculo político contra Repsol (empresa que ha actuado de una manera absolutamente irresponsable, dejando esa sensación de querer evadir su responsabilidad y sus obligaciones, y que sigue sin cambiar esa actitud poco transparente); acelerando e improvisando un estado de emergencia en Lima y Callao; y cierra una estación de radio, dejando la total sospecha de que se trata de un operativo político, porque si de luchar contra la informalidad y la piratería se trataba, había muchas estaciones –y en peor situación– por cerrar.
La oposición repite su guion de siempre, sonoras declaraciones, amenazas, advertencias, exhortaciones a la renuncia, y pedidos de cambio de rumbo que no sabemos qué significan exactamente.
Quizás hoy, día de partido clasificatorio, baje la presión política y muchos ya hablen de fútbol. Quizás la agenda cambie. Y nosotros, los ciudadanos seguiremos preguntándonos, ¿y ahora qué?, ¿qué nos espera después de esto?
Hasta las siguientes entrevistas, en las que vuelvan a impactarnos las mismas respuestas; hasta los siguientes escándalos, que tendrán las mismas explicaciones; y hasta las siguientes reacciones torpes y las sonoras declaraciones.
¿Vamos a vivir repitiendo este ciclo cuatro años más?