Coordinadora de investigación de REDES
La semana pasada se desató una polémica tras la publicación de un informe que decía que el Perú era el cuarto país más desigual del mundo. Diferentes especialistas han cuestionado la calidad de los datos utilizados y destacado diversos estudios que demuestran que, a pesar de las dificultades para medirla en un país tan informal como el Perú, la desigualdad de ingresos ha decrecido, en particular en tiempos de crecimiento elevado y sostenido. Afirmar que ha habido tal disminución, sin embargo, no es equivalente a decir que la desigualdad, junto con la pobreza y vulnerabilidad, no siguen siendo problemas vigentes y urgentes.
Más allá de ahondar en el debate específico de la medición de la desigualdad, mi objetivo es establecer dos argumentos para avanzar. (1) Es innegable que ha habido avances importantísimos en materia social en los años de bonanza. (2) Eso no significa que todo haya sido perfecto: queda una agenda enorme por delante que no podemos seguir postergando. Ni negacionismo ni autocomplacencia. Sin entender lo bueno, lo malo y lo feo, no podemos avanzar con realismo.
En efecto, la pobreza se redujo en 40 puntos porcentuales entre el 2004 y 2019, una reducción notable para estándares internacionales. Autores como Yamada, Winkelried y otros dan cuenta de que este avance vino junto con movilidad social y reducciones en el índice de Gini, que mide la desigualdad de ingresos, aun controlando los sesgos que tienen las encuestas de hogares para recoger información de los más ricos.
Sin embargo, los efectos de la pandemia nos mostraron con toda claridad que el avance era precario. Al 2021, 6 de cada 10 peruanos están o bien en condición de pobreza o de vulnerabilidad. De hecho, incluso mientras reducíamos año a año la pobreza, la proporción de población vulnerable se ha mantenido relativamente constante con los años (un tercio, aproximadamente). A esto se suma que hay nuevos retos en el combate de la pobreza, donde la pobreza urbana ha ganado mayor terreno y requiere estrategias distintas. Además, a pesar de los avances presupuestales y de acceso en sectores clave como salud y educación, es bastante claro que estos servicios siguen muy lejos de ser de calidad y de atendernos a todos por igual. Crecimos, sí, pero la precariedad seguía presente.
Entonces, ¿hacia dónde apuntamos? Enlisto aquí algunas condiciones a tener presentes en la agenda. Primero, preservar la estabilidad macroeconómica como cimiento para poder actuar. Cuando se habla de los últimos 30 años, no se comenzó de tabla rasa: estabilizar el país tomó mucho esfuerzo, orden y disciplina. Tenemos, por cierto, mucho que aprender de —y aplicar a otros campos— la institucionalidad generada en el campo macro.
Segundo, apuntar a un crecimiento alto y sostenido. Esta es una condición necesaria para el bienestar. Para esto, es urgente reactivar las condiciones para una mayor inversión privada. Es en momentos de crecimiento elevado y sostenido donde más se ha reducido la pobreza e incluso la desigualdad. Sin embargo, si esta reducción se explica en más del 70% solo por crecimiento económico, esto nos indica que hay mucho más espacio para que las políticas de desarrollo e inclusión social incidan sobre la calidad de vida.
Esto nos lleva al tercer punto: el Estado necesita tanto recaudar más y mejor, como gastar con más efectividad. La presión tributaria en el Perú es históricamente baja, detrás de lo cual hay mucha informalidad y evasión. Nuestras políticas públicas tienen que jugar un mejor rol para que el bienestar llegue más adecuadamente a todos y que las mejoras sean más resilientes. La reducción de la pobreza se debió también, en su momento, a que se le dio prioridad política, se generó información y se mejoró la institucionalidad de la política social. Aprendamos de lo que hicimos bien y retomemos lo que no continuamos.
Finalmente, resulta ineludible asumir un compromiso firme con la mejora en la productividad, reducción de la informalidad y ampliación de la protección social. Los peruanos más vulnerables están más presentes en la informalidad, el autoempleo y las empresas más pequeñas, de baja productividad; y cuentan con menor acceso a servicios.
Para avanzar, debemos intentar vernos con lentes menos dicotómicos. Hemos logrado mucho en materia social, y reconocer esto no es ni debe ser autocomplacencia. Tenemos mucho para aprender de lo que hicimos bien, de lo que hicimos mal y de lo que no hicimos. Crecimos, pero a costa de informalidad. Redujimos la pobreza, pero descuidamos la vulnerabilidad. Hemos reducido la desigualdad, pero eso no significa que es un problema resuelto. Con menor crecimiento e inestabilidad política, la agenda viene cuesta arriba, pero no perdamos el norte. Nuestros problemas tienen varias aristas y no podemos seguir posponiendo su atención.
Las opiniones vertidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor.