Director Ejecutivo de Videnza Instituto
Con el título de esta columna, el Fondo Monetario Internacional (FMI) sintetiza su previsión sobre la economía global. La evolución de variables externas clave para nuestra economía –el tipo de cambio, la aversión al riesgo, el crecimiento de la demanda externa, los términos de intercambio– dependerá de la efectividad que muestren los principales bancos centrales en controlar la inflación. En el caso de los EE.UU., esta se ubica en el nivel más alto en más de 40 años, episodio en el que el mayor incremento de la tasa de interés de referencia en la historia de dicho país fue la única forma de ponerle fin al espiral inflacionario de aquel entonces (con la consiguiente severa recesión que duró años).
Peor aún, hay similitudes respecto al periodo que antecedió a la crisis financiera global del 2008. El mayor riesgo radica en el impacto que puede tener la corrección de la sobrevaloración de activos financieros, tanto crediticios como de instrumentos no regulados, como los fondos de private equity o los fintech. Esto pudiera generar una aguda inestabilidad en los mercados financieros, tal como ocurrió con la crisis del mercado de los sub-prime. Si bien ya se han registrado significativas correcciones en el mercado bursátil y de otros activos como las criptomonedas, la magnitud del ajuste monetario y la manera cómo se ejecute serán factores cruciales para determinar si se gesta una crisis financiera con implicancias globales. Evitar este desenlace requerirá de una acción concertada entre las autoridades monetarias y una prolija estrategia de comunicación.
Esto, sin embargo, no es tarea fácil. Tal como lo ilustra el caso de la inestabilidad causada por la errática política fiscal del nuevo Gobierno británico (revirtiendo la intención de recortar impuestos agresivamente) ante el caos causado en los mercados. Este es un claro ejemplo de eventos que pueden gatillar gran inestabilidad en los mercados financieros. Es evidente que la prioridad de las autoridades fiscales debe apuntar también a priorizar la reducción de la inflación y debe haber sintonía con la autoridad monetaria al interior de cada país, al mismo tiempo que se coordina la postura de política económica entre las principales potencias.
Otro factor de preocupación es si un ajuste suave (o soft landing) en los EE.UU. será suficiente para reducir el repunte inflacionario que no amaina. La persistencia de un mercado laboral norteamericano con presiones salariales muy elevadas y una inflación subyacente (que excluye el precio de los alimentos y la energía) que no cede, permiten prever que la reducción de las expectativas inflacionarias podría requerir de un aumento de las tasas de interés mayor al esperado y en un lapso incierto. El hecho que los estimados de tasas estén constantemente ajustándose al alza (hoy se espera entre 4.5 y 5% para el cierre del año) y haya una dispersión de estimados en la materia alimentan una mayor incertidumbre. Esto aumenta la probabilidad de una recesión global para el año entrante, situación que las proyecciones oficiales aún no reflejan.
A diferencia del pasado, China no pareciera estar en capacidad de impulsar la actividad económica global por la persistencia de los confinamientos asociados a la pandemia, las debilidades de su sector inmobiliario y las contingencias fiscales que genera. Europa, por su parte, se encuentra en una franca recesión con una duración incierta por el prolongado conflicto bélico en Ucrania, la radicalización rusa y las repercusiones sobre el suministro energético del Viejo Continente.
En este contexto, se han recortado las previsiones de crecimiento de los países emergentes siendo América Latina una de las regiones más afectadas. Para el caso peruano, el FMI es más pesimista que las proyecciones oficiales de crecimiento económico. Sobre la inflación, se proyecta una reducción gradual similar a lo estimado por el BCR. De no mediar otro shock externo (como el riesgo de una eventual sequía en el hemisferio norte, como lo muestran contratos futuros de varios commodities agrícolas), la inflación se estabilizaría recién a partir del próximo año.
La situación externa es, pues, muy desafiante y podría, efectivamente, agravar la desaceleración económica en curso. Lamentablemente, el Gobierno no le otorga suficiente importancia a esta delicada situación, estando más concentrado en asegurar su supervivencia en el cargo que en enfrentar la tormenta que se estaría gestando. Si bien el MEF generó cierto interés inicial sobre su política reactivadora, la efectividad del paquete está en entredicho (tal como lo confirman las previsiones de los organismos internacionales).
No es suficiente pasarle la pelota al Congreso, remitiéndole proyectos de ley que podrían tardar en aprobarse por la crisis entre los poderes del Estado, ni oportuno que el MEF saque cuerpo respecto a su rol en la lucha antiinflacionaria, tarea conjunta de ambas autoridades, tanto monetarias como fiscales. Bajo este contexto externo, hoy más que nunca es importante generar confianza a los inversionistas nacionales y extranjeros para contrarrestar los efectos negativos que vienen de fuera. Minimizar esta tarea confirmaría que en el Perú, ciertamente, lo peor está aún por venir.