Vicepresidenta de Empresarios por la Integridad
Es muy lamentable constatar, año a año, que la corrupción sigue siendo uno de los principales males de nuestro país y de la región; debe angustiarnos que se esté convirtiendo en un problema endémico. Como sabemos, la corrupción trae graves consecuencias en la calidad de vida de los pobladores, pues cada sol que se va a la corrupción es un sol menos invertido en educación, salud o infraestructura; la corrupción tiene además efectos perversos sobre la democracia.
Frente a este preocupante escenario, todos los ciudadanos debemos unirnos en la lucha contra la corrupción. Los empresarios no podemos ser ajenos a esta cruzada y tenemos la obligación de liderarla. Debemos acelerar el paso en la implementación de modelos de prevención y control, y construir una corriente virtuosa desde la cual se comparten las mejores prácticas.
Desde Empresarios por la Integridad hemos asumido el reto y queremos promover un movimiento de líderes que den el ejemplo y con mensajes claros y fuertes. Compartimos algunas recomendaciones de elementos clave para generar el cambio desde nuestras propias organizaciones:
1. Contar con un compromiso genuino de las más altas instancias de gobierno. Nos referimos al Directorio y la Gerencia. Es indispensable asegurar que no se va a transgredir el valor de la integridad en aras de mayores resultados financieros y que además se asignarán los recursos necesarios para llevar adelante el programa. Las altas instancias deben dejar claro que la empresa tiene una vocación de hacer siempre lo correcto.
2. Tener presente que establecer un programa de cumplimiento requiere esfuerzos. Ello abarca el desarrollo de políticas y normas corporativas, una matriz de riesgos de delitos, capacitaciones periódicas, un canal de denuncias, así como el nombramiento de un Oficial de Cumplimiento, todo ello basado en normativa anticorrupción. Diseñar e implementar este programa requiere energía y dedicación, siempre en línea con el compromiso de los líderes, pero vale la pena. Es posible hacerlo en empresas de todo tamaño.
3. Dedicar máxima atención a la gestión de riesgos de corrupción en las actividades de la empresa. Ello constituye parte importante del proceso, más allá de los riesgos operacionales y financieros que suelen identificar y mitigar las organizaciones. El riesgo de corrupción debe ser controlado con procesos y controles muy robustos. Para responder al programa, hay que tener el “radar encendido”, actualizando periódicamente la matriz de riesgos y prestando atención a lo que acontece en el país para reaccionar en consecuencia. Ello incluye identificar actores externos vinculados a la empresa, que pudieran tener algún cuestionamiento o indicios y reforzar el análisis previo y la debida diligencia, en el marco de una visión de conocer a los clientes y proveedores.
4. Promover el entendimiento de la integridad entre los colaboradores. Es clave que el equipo humano comprenda que la integridad es fundamental para el negocio; que la reputación es un activo muy valioso; y que la integridad es un elemento decisivo en la sostenibilidad de las operaciones. Por ejemplo, los colaboradores deben entender cómo un caso de corrupción puede llegar incluso, en extremo, a la disolución de la empresa si no se cuenta con un sistema de cumplimiento. Asimismo, se requiere un diseño de normas amigable y comprensible que pueda contribuir a la sensibilización.
5. Vincular la cultura de integridad al propósito de la empresa y de sus colaboradores, y que se sientan orgullosos por ello. Los colaboradores incorporan una actuación íntegra, sin entenderla como una norma escrita en un papel, sino como una manera de aportar a la sociedad y erradicar el peor de nuestros males, para dejar una mejor sociedad a las siguientes generaciones.
6. Asegurar la capacitación y el diálogo. Mantener vivo el programa con una capacitación permanente y la facilitación de espacios de conversación e intercambio de experiencias y aprendizajes. La capacitación debe aterrizar en ejemplos claros de situaciones que deben evitarse, con casos reales, con los que las personas se puedan sentir identificadas; a la vez abrir espacios de diálogo para explorar dilemas éticos y permitirse plantear dudas, sin temor a malas interpretaciones.
7. Promover el perder el miedo a hablar. Quienes tienen indicios o son testigos de situaciones indebidas deben tener la tranquilidad y confianza de poder alertar sobre estos casos. Hay aún poca madurez en el uso de los Canales de Denuncias, que son factores claves en la prevención y control de casos de corrupción. Para ello, hay que dejar claro a los colaboradores que su trabajo no corre peligro cuando ofrecen información en dicho canal, y que las denuncias serán investigadas con la mayor transparencia, cuidado y objetividad.
8. Ampliar el círculo virtuoso de la integridad. Es muy recomendable que se genere un efecto multiplicador al contagiar, motivar y ayudar a proveedores y clientes, con iniciativas en conjunto, para fortalecer la cadena de valor en la corriente de la integridad y sus buenas prácticas.