Se ha demostrado, una vez más, que el Gobierno tiene una gran ventaja: no existe una oposición inteligente, cohesionada, coordinada, y con operadores políticos capaces. Hay muchas oposiciones, cada una con sus propios intereses y sus propias consignas, y con muchas ansias de protagonismo.
No ha habido un gobierno que haya ofrecido tantas debilidades, tantos flancos abiertos, y tantas razones para ser confrontado, sitiado, y hasta arrinconado políticamente durante los primeros 150 días de gobierno, como este de Perú Libre.
No ha habido un gobierno, como el de Pedro Castillo, que con sus propias decisiones, omisiones, y acciones, haya dado tantas justificaciones y razones en los tres primeros meses para aplicársele todos los instrumentos de control político que la Constitución prevé.
No ha habido gobierno que en los primeros tres meses de gestión haya malgastado tanto su capital político y haya llevado su aprobación a niveles tan bajos en tan poco tiempo, como este.
No ha habido un gobierno, como este, que haya ofrecido a la prensa fiscalizadora tantas líneas de investigación en tan breve tiempo, y tantos escándalos que destapar y mostrar en los tres primeros meses de gestión.
Y, sin embargo, las oposiciones políticas no han sabido sacar provecho político de todo esto. Pedro Castillo y su círculo han sido más eficaces como oposición que como gobierno, y le han hecho mucho más daño al Ejecutivo que cualquier partido, líder o coalición política.
Tal es la desorganización y el desorden de las oposiciones, que ahora ya no se sabe con exactitud quiénes las conforman. Hay tal cantidad de iniciativas (recolección de firmas, marchas, movilizaciones, mociones, conferencias de prensa, plantones, etcétera), de distintas organizaciones, partidos, colectivos, líderes, que la población opositora al Gobierno ya no puede seguirlas ni monitorearlas.
Las oposiciones han sido incapaces de coordinar, de tener una plataforma sólida, o de tener discursos siquiera complementarios.
Por el contrario, cada uno con su discurso, muchas veces se han jalado la alfombra unos a otros, o han competido voluntaria o involuntariamente.
Pero, además, las oposiciones no han tenido, y no tienen, los operadores políticos capaces de articular, conversar, negociar políticamente, o de convencer a los rivales o a los competidores de tener un objetivo común en determinada coyuntura.
Y no hablamos solo de articular, conversar o negociar políticamente entre opositores o para únicamente arrinconar al Gobierno. Hablamos también de hacer todo eso previamente con el mismo Gobierno para acercar posiciones, para tratar de concertar, de buscar objetivos y agendas comunes. Cada uno en su trinchera a esperar que el otro se caiga.
Quizás por eso es tan fácil pasar de oposición a aliado del Gobierno de un día para otro.
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