Socia líder de Tax & Legal de KPMG y co-chair de WCD en Perú
Recientemente participé de un interesante diálogo sobre controversia fiscal. En aquella ocasión, pude compartir una de las conclusiones que hoy abordo. Es fundamental conocer de tributación desde la infancia y entender su relevancia en el desarrollo de nuestra sociedad.
Con Coquito aprendí a leer. A entender los sonidos vocálicos del español y su expresión gráfica. A partir de él, descubrí el mundo maravilloso de los libros y con el afianzamiento de sus historias, entró en mi cabeza la idea de ciudadanía, de deber, de trabajo en grupo, de colaboración en el hogar, de la importancia de decir la verdad (¿Quién no recuerda el cuento de Juanito y el Lobo?).
Pero nunca escuché ni leí la palabra “impuesto”, menos algo sobre educación financiera. Si acaso una leve idea de ahorro. Con el tiempo, estas materias han llegado por mi decisión de estudiar Derecho y luego (en el último año de carrera) a encontrar a la tributación como vocación y dedicarme a ella casi por tres décadas. Probablemente no sea una historia ajena a todos aquellos que nos dedicamos a esto. Es un conocimiento restringido a un grupo muy limitado de la sociedad.
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Por ello, cuando leemos en las noticias, historias como las del Tribunal Constitucional, es difícil entender el impacto que la tributación tiene en nuestras vidas.
O cuando en tiempos no muy lejanos, algún político poco escrupuloso llamara “maldita Sunat” a la institución más importante del aparato público en materia de recaudación tributaria y no nos produjese indignación.
O cuando hablemos de impuestos, se reflejen opiniones encontradas construidas por los actores del electo estable (asesores y administradores) más que por el entendimiento de su rol en la sociedad.
El Estado existe para permitirnos a todos vivir en armonía. Porque resulta más eficiente su estructura que la derivada del desarrollo desarticulado de individuos o colectivos.
Porque hemos aprendido que es a través de él que podremos recibir servicios básicos (infraestructura, educación, salud, seguridad) y crecer y desarrollarnos en paz. Es un pacto social que tiene costo. No hay lonche gratis. Ese costo es cubierto por los impuestos.
Como se trata de una limitación a la propiedad privada (lo que gano o tengo), tienen que estar regulados para garantizar que todos contribuimos según nuestra capacidad, y no en exceso. Y que el Estado nos devuelve esa contribución a través de su desempeño efectivo y eficiente.
No es un problema de grandes empresas o de súper ricos. Tampoco de grandes abogados o estupendos contadores. Es una realidad económica de todos y cada uno de los peruanos.
Así como Tito juega con Dora y Dora juega con Tito; los servicios cuestan y los costos se cubren con impuestos. El Estado recauda y debe ser eficiente (dar buenos servicios para todos).
Si un concepto tan sencillo como este estuviera internalizado desde nuestra tierna infancia en cada uno de nosotros, nos indignaría que un político maltrate a la Sunat, que un ciudadano no pague lo que debe o que un burócrata le falte el respeto a la más alta autoridad constitucional.
Hay una única realidad natural invariable: la muerte. Y otra artificial de existencia moderna: los impuestos. Y ellos nos impactan a todos. Pidamos a Coquito que nos cuente la historia desde el principio.
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