Escribe: Paola del Carpio, coordinadora de Investigación de REDES.
Un reciente informe de la FAO indica que, entre el 2021 y el 2023, el 52% de los peruanos sufre de inseguridad alimentaria moderada o severa. Esto, en tiempos de podios, nos coloca en uno que no queremos: medalla de oro en inseguridad alimentaria a nivel de Sudamérica. Ante ello, uno esperaría un absoluto sentido de urgencia en las autoridades. Muy por el contrario, el ministro de una cartera crítica para la lucha contra el hambre dice que en el Perú no se pasa hambre, que es una ofensa al orgullo nacional afirmarlo siendo una capital gastronómica y que, como él no cena, se encontraría en inseguridad alimentaria grave.
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El ministro indica que no hay un problema de acceso a cantidad de alimentos, sino de calidad. Además, que el total de peruanos que padecen hambre es considerablemente menor, haciendo alusión a la proporción de peruanos en condición de pobreza extrema. Aquí se mezclan conceptos y es importante desmenuzarlos, así como entender cómo llegamos a este punto de una crisis que sí existe, indistintamente de la fuente que se consulte.
Cuando una persona padece de inseguridad alimentaria, no logra acceder a alimentos nutritivos en la cantidad y calidad adecuada, sea por falta de recursos para costearlos o déficit en la producción. Según la FAO, esta es leve cuando se tiene incertidumbre sobre la capacidad de obtener alimentos en un futuro inmediato; es moderada cuando se reduce la cantidad o calidad de los alimentos y hay incertidumbre sobre el acceso inmediato a los mismos por falta de recursos; y esta es severa si la persona se ha quedado sin alimentos o incluso pasado días sin comer. En este último grupo están quienes padecen de hambre y ese indicador ha pasado de 4.1 millones de peruanos en 2014-2016 a 6.9 millones en 2021-2023.
No hay duda de que los peruanos en condición de pobreza extrema (2 millones) se encuentran en el grupo de personas que padecen hambre, pues no pueden costear una canasta de alimentos aún si usaran la totalidad de los recursos a alimentarse, cuando bien sabemos que nadie usa el 100% de sus recursos a un solo rubro. Sin embargo, las personas en condición de pobreza no extrema (8 millones) e incluso de vulnerabilidad (10.6 millones) también han visto afectada su capacidad de consumo de alimentos, tanto en cantidad como calidad. Según el IEP, el total de hogares que se quedaron sin alimentos por falta de recursos era de 57% en septiembre del 2023, lo cual es el triple de lo que teníamos en el 2012 cuando había niveles de pobreza similares a los actuales.
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La inflación alimentaria desde el 2021, las anomalías climáticas que han afectado la disponibilidad de algunos alimentos, y la pérdida de poder adquisitivo como resultado de una economía ralentizada y empleo precarizado han pasado una factura carísima. El 66% de los entrevistados por el IEP en marzo del 2023 indicó que redujo su consumo de alimentos por el aumento de precios. El 30% indicó que el día anterior a la encuesta no había consumido en ninguna de sus comidas carne, pollo, cerdo o pescado, y el 40% de los consumidores habituales de leche dejó de hacerlo en 5 o más oportunidades. Además, al primer trimestre del año, el INEI identifica que cuatro de cada 10 peruanos presenta déficit calórico, el nivel más alto de los últimos 20 años. Finalmente, la FAO indica que el total de adultos peruanos con obesidad ha aumentado en 2.8 millones en los últimos 10 años. Por donde se mire, estamos en problemas, señor ministro.
En el Perú tenemos, entonces, problemas de acceso a los alimentos tanto en términos de cantidad (porque el dinero no alcanza para comprar tanto) como de calidad. El problema de la inseguridad alimentaria tiene varias aristas y, lo que es peor, tiene efectos de al menos mediano plazo que, si no se atienden oportunamente pueden comprometer aún más nuestro potencial de desarrollo. Resulta inadmisible que se busque minimizar o quitarle importancia al problema del hambre que ha crecido tanto en los últimos años. Ningún número de peruanos atravesando esta situación diferente de cero debe parecernos aceptable. Sin reconocimiento del problema, seguiremos ajenos a las soluciones, que pasan tanto por dinamizar la economía e inversión para generar empleos, como por atender directamente de una forma más eficiente a quienes hoy pasan hambre.
Coincidentemente, se viene llevando a cabo en Trujillo un foro de ministros de agricultura de APEC para tratar el tema de inseguridad alimentaria de manera conjunta. ¿Cómo afinar estrategias para atender mejor a las zonas urbanas? ¿Qué medidas se pueden tomar para evitar el desperdicio de alimentos? ¿Cómo se mitigará el inevitable avance del cambio climático que ya ha venido afectando nuestros cultivos y precios de alimentos? Ojalá obtengamos respuestas reales en lugar de más afirmaciones poco felices.
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